PALABRA DE DUQUE 190119

 

Retrato de Margarita Ponce / Roberto Montenegro / Morton, Casa de Subastas, Lomas de Chapultepec. Ciudad de México.      

Visita a la abuela 

La mayoría de las circunstancias, lugares y nombres de personas han sido cambiados para proteger inocentes, pero los hechos que a continuación se narran están basados en la más brutal de las realidades 

Por Julio Domínguez Balboa 

A Fidel Guzmán parecía sonreírle la vida, desde que decidió cruzar la frontera de México y Estados Unidos, para trabajar en el vecino país del norte, aunque fuera en calidad de indocumentado. No solamente logró llegar a San Diego sin problemas, sino que de inmediato consiguió trabajo como jardinero en una mansión de Orange County, por el que ganaba un sueldo suficiente para cubrir sus gastos y enviar periódicamente remesas de dólares a su anciana madre, quien se había quedado sola en la Ciudad de México.

 

Como si aquello no bastare, Fidel pronto se relacionó con una linda rubia anglosajona, que además de pertenecer a una importante familia de médicos tenía muchísimo dinero. Ella lo introdujo a buenos ambientes y lo ayudó a perfeccionar su inglés, antes de casarse con él y solicitar para su nuevo esposo una visa de residente, la cual le fue concedida sin objeciones.

Obviamente Fidel dejó de ser jardinero para incorporarse como asistente médico a una de las clínicas de los parientes de su mujer, y pronto se vio inscrito en la universidad para estudiar la carrera de médico cirujano, la cual culminó con reconocimiento “summa cum Laude”.

Mientras tanto, Fidel y la gringa procrearon tres hijos, no tan morenos ni cabezones como Fidel; ni tan rubios ni espigados como la gringa. Los tres eran varones y se llevaban un año de edad entre sí.

Con el tiempo, Fidel fue ganando fama como uno de los mejores neurólogos de California, lo cual trajo como efecto inmediato un incremento notorio en sus ingresos. Compró una mansión en South Beach, de la que su mujer era la reina y los niños crecían sanos y saludables.

Aunque Fidel jamás dejó de cumplir con su obligación de girar quincenalmente dinero a su madre, en realidad nunca viajó a México para visitarla, hasta que una de sus primas lo llamó por teléfono, para darle la funesta noticia de que a la señora le habían descubierto un cáncer bastante avanzado, y que no le auguraban más de tres meses de vida.

Fidel se sintió culpable por no haber hecho el esfuerzo de ir a visitar a su madre o trasladarla a California para hacerse cargo de ella, por lo que planeó un año sabático de seis meses para instalarse en la Ciudad de México, junto a su esposa gringa y sus tres hijos, para escribir un libro, mientras su familia reconocía sus raíces y todos se mantenían cercanos a la madre moribunda en sus últimos momentos de vida.

La residencia de South Beach fue cerrada y Fidel alquiló un departamento amueblado en la colonia Roma de la Ciudad de México, para estar bien ubicado, encerrarse a escribir, permitir que su familia  recorriera los sitios más interesantes y visitar a la abuela, quien permanecía internada en el hospital Adolfo López Mateos, un poco al sur de donde estaban pero no tanto.

Para la enferma fue muy reconfortante volver a ver a su hijo, conocer a su nuera y a sus nietos. A todos les prometió que le echaría muchas ganas para salir pronto del hospital y poder acompañarlos en sus recorridos por México, aunque todos estaban casi seguros de que aquello sería imposible.

A la esposa y a los tres hijos de Fidel no les gustó la Ciudad de México ni la colonia Roma, extrañaban los suburbios de San Diego, pero se aguantaban seguros de que pronto regresarían a su mundo, con la tranquilidad de haber asistido a la agonía y a los funerales de la abuela.

Sin embargo, los caminos de Dios son inescrutables, y la noche del 18 de septiembre de 1985 la enferma se despidió por última vez de su familia. Fidel, la gringa y sus tres hijos, prometieron volver al hospital al día siguiente pero no pudieron, ya que los cinco murieron aplastados por los escombros del edificio en el que estaba el departamento que alquilaban y que se vino abajo como consecuencia del terremoto que asolaría a las 7:19 del fatídico día 19; murieron todos antes que la abuela, quien permaneció hospitalizada un par de meses más antes de expirar en el hospital López Mateos, sin dejar de preguntar por qué su único hijo, su nuera y sus tres nietos se habían marchado sin despedirse.