DÉCIMAS Y RIMAS 31/08/18

Por Manuel Zepeda Ramos 

Los niños que fueron de mi generación, aprendimos a leer con los poemas del médico Rodulfo Figueroa. 

 

La Zandunga:

“Cuando en la calma de la noche quieta

triste y doliente la zandunga gime,

un suspiro en mi pecho se reprime

y siento de llorar ansia secreta.” 

He puesto solo una cuarteta por respeto al espacio inevitable, pero sé que los lectores de mi edad habrán de remontarse a sus estudios de primaria y recordarán con gran nostalgia que aprendieron a leer con el paisano poeta: aprendieron a conocer los signos de puntuación y con ellos las pausas necesarias -como los sonidos y silencios en la música-, para entender el significado de las palabras. Aprendimos a leer en consecuencia; aprendimos a aprender.

Ya envenenados, con el tiempo que nos hizo hombres, conocimos más a don Rodulfo:

Por el arte:

“¡Cuán hermosa es la muerta! Exuberante

su desnudez sobre la losa brilla;

yo la contemplo pálido y jadeante

Y tiembla entre mis manos la cuchilla.”

Aprendimos a saber que amaba la belleza y era capaz de cualquier sacrificio con tal de conservarla. Leyéndolo, aprendimos a respetarlo.

El poeta Figueroa vivió poco tiempo pero con una gran intensidad. Sus primeras letras de la mano de don Juan Benavides; su primaria, en la escuela del profesor Enrique Merchand, siempre en Tuxtla. El conocimiento de las letras y su entendimiento llegaron desde temprano con tan importantes profesores. Así llega siempre el gusto por el lenguaje, conociendo el alfabeto y sus cientos de herramientas. La lectura y la guía del maestro es una de ellas.

Don Rodulfo Figueroa hizo lo que hoy sería la enseñanza media, en Guatemala, en 1885, en el Instituto Nacional Central para Varones. De allá regresó con medallas bien ganadas, señales inevitables de su gran brillo y conocimiento del idioma. En 1888, empezó a publicar sus primeros versos en la Ciudad de México, en la revista Juventud Literaria, al lado de Ignacio Manuel Altamirano, Justo Sierra, José Peón Contreras, Manuel José Othón, Juan de Dios Peza y Gutiérrez Nájera, grandes educadores y poetas románticos que habrían de ser en las postrimerías del siglo XIX y principios del XX.

Vuelve a Guatemala para estudiar medicina, embarcándose por cierto en Puerto Arista, lo que quiere decir que hubo de cruzar el “Tumbo Verde” como muchos años después sus lectores que habrían de ser para siempre, también lo cruzamos en varias visitas que hacíamos al emblemático Arista durante la Semana Santa.

Vuelve a México a convivir con sus románticos amigos, pero una enfermedad que no admite tregua lo castiga fuertemente y lo obliga a regresar a Cintalapa, donde muere a los 32 años de edad.

Quise referirme al gran poeta chiapaneco del siglo XIX, mi valioso introductor a la lengua española desde la primaria, porque la Maestra Beatriz Gutiérrez Müller -licenciatura en Comunicación y maestría en Letras Iberoamericanas, ambas carreras en la U.I.A. Campus Puebla-, presentó hace pocos días, en San Cristóbal y en Cintalapa, un libro del Doctor Rodulfo Figueroa Esquinca que contiene poemas inéditos y facsimilares, con un gran éxito de interés público.

Observando a doña Beatriz, vienen a mis recuerdos de dos mujeres de la vida nacional: doña Eva  Sámano y doña María Esther Zuno. La primera, dedicadísima maestra de escuela primaria que siempre estuvo atenta a su profesión y la segunda, una promotora incansable del desarrollo comunitario con quien tuve el honor de colaborar en muchas partes de México. Ambas, discretas mujeres, pero profundamente profesionales en la tarea que realizaban.

El trabajo de rescate que veo hace Beatriz Gutiérrez Müller de los grandes escritores en la historia de México, me llevan a pensar en una propuesta producto de la experiencia de mi generación en la clase de lectura en la escuela primaria.

Hoy, me apena decirlo, los jóvenes de México -con honrosas excepciones por supuesto y afortunadamente-, no saben leer; entendiendo esta fuerte aseveración como aquella en que los jóvenes no alcanzan a entender el significado de lo que están leyendo. Esto es: no aprenden el conocimiento necesario para poder avanzar en su formación que los lleve a poder optar por una carrera profesional que no los repruebe por incompetentes, en la que sean útiles al país y a la familia que habrán de formar.

Todo parte de la enseñanza básica, todo parte de la primaria en donde aprendemos a leer con puntuación, que hace que aprendamos el significado de las palabras, que aprendamos a aprender, principio fundamental para avanzar.

De nada nos va a servir tener universidades nuevas, si vamos a tener alumnos que no van a entender el significado del conocimiento.

Creo que debemos empezar desde la enseñanza básica, entendiendo lo que leemos. Si eso pasa, los estudiantes podrán leer el libro de texto gratuito y entenderlo, iniciando su ruta del conocimiento que lo lleve a ser un buen estudiante de la Educación Superior para ser un profesional al servicio del desarrollo nacional.

El conocimiento no llega por ósmosis. El conocimiento se aprende y solo es posible si el estudiante pudo desarrollar sus herramientas, en tiempo, para ello.

Ojalá que en el foro sobre educación de hace pocas horas haya habido una propuesta de la CNTE que contemple la lectura y la escritura -y qué lectura y qué escritura-, para aprender a aprender. Es un paso inevitable para poder avanzar.

El trabajo de Beatriz Gutiérrez Müller me impresiona porque además de rescatar escrituras olvidadas que parecerían perdidas, algunas de ellas podrían servir para hacer la labor introductoria, como yo y mis compañeros setentones la tuvimos, tarea nada fácil en estos momentos de enorme acoso de las redes sociales que son presa fácil de los niños de la clase media, pero que en el aula, con maestros eficientes, dedicados y conocedores del idioma, la tarea podría resultar ampliamente productiva.

Habrá que preguntarle a Gilberto Guevara Niebla. Habrá que preguntarle a Manuel Gil Antón.

Y también a Beatriz Gutiérrez Müller.