NÚMERO CERO

 

Cierre de campaña 

POR JOSÉ BUENDÍA HEGEWISCH 

La campaña electoral cierra con advertencias sobre fraudes el domingo 1 de julio o se trata del recurso de avisar con amenazas para litigar la derrota. La amonestación en la antesala de las urnas, sin embargo, cae en el terreno fértil de la desconfianza que múltiples reformas electorales no acaban de exorcizar. Pero llamar su atención ahora como estrategia electoral resulta aún más peligrosa, por asentar al próximo gobierno sobre un proceso marcado por inusitada violencia política y un precario orden institucional.

 

Esta campaña no duda de la relación entre comicios e inseguridad que, hasta ahora, partidos, candidatos y autoridades electorales habían preferido disociar, como si corrieran en pistas paralelas, como si la violencia en el país no interfiriera. La idea de que están separadas es insostenible después del récord de políticos asesinados, hasta superar las 113 ejecuciones. Esta semana, el candidato de Morena a diputado local Emigdio López fue asesinado en Oaxaca, junto con otro del PRD.

La violencia política no es un fenómeno aislado, por el contrario, se dispara como método para eliminar diferencias políticas entre grupos de poder o incidir en el resultado de los comicios por parte del crimen. Expresión de debilitamiento institucional en el sexenio. Si en 2012 cayeron menos de diez aspirantes, el registro saltó en las intermedias de 2015 hasta 22 ejecutados, y ahora es más de cinco veces superior. La amenaza contra la vida ha pasado a formar parte de la competencia y por eso cerca de mil candidatos se bajaron del proceso. Las balas cuentan como votos en la boleta y el resultado, sin que el mundo de la política se haya hecho cargo suficientemente de ello. ¿Cuál es la responsabilidad de los partidos? ¿Cómo incide la violencia verbal de candidatos en ella?

En los últimos años, la participación ciudadana ha mermado en las regiones más afectadas por la violencia, en una prueba del impacto de la inseguridad en Tamaulipas, Chihuahua, Michoacán, Guerrero, Sinaloa y Chiapas, hoy los “focos rojos” de la elección. El INE confía en que no incidirá en abstencionismo, aunque es un disuasivo frente a las urnas. ¿Para qué votar por candidatos puestos por el narco? Los empresarios piden rechazarlos. Aunque la inseguridad en los comicios proviene de la violencia política, también de los mensajes del miedo que ellos mismos prohíjan.

En efecto, los mensajes genéricos de fraude, y su contrario, rechazarlo como discurso para allanar el camino a la trampa, son formas de extender la violencia por otras vías. Morena abate esta bandera como si fuera una pica de Flandes para preparar el litigio poselectoral en caso de necesitarse. Mientras, el PRI rebate que “las amenazas de soltar tigres y demonios no son otra cosa más que miedo a perder la elección”. En medio de esos discursos, otros tres candidatos fueron asesinados esta semana y un grupo armado robó más de 11 mil boletas electorales en Macuspana, Tabasco, tierra de López Obrador.

El discurso de la transgresión como estrategia electoral estuvo presente a lo largo de la campaña en la “guerra sucia”, acusaciones y notas falsas, junto con una campaña para desacreditar las encuestas, hasta silenciar a muchas de ellas por las presiones políticas o del propio crimen. También por los partidos y coaliciones que, en unos casos, las usan para presentar el triunfo como inevitable y, por tanto, legitimar la impugnación en caso de derrota; mientras, otros se enfocaron en desactivarlas cuando no les favorecían y en caso de trocar el resultado en sentido contrario a ellas. Todo esto se impuso al debate y contraste de propuestas, que resultaron pobres.

La polarización de los discursos y la violencia —política y verbal—llevan a las urnas a un país dividido y sin puentes de comunicación fluidos entre los partidos para preparar la transición tras las urnas. Cabe esperar que la ciudadanía, a pesar de la violencia, tome la mejor decisión y salga a votar. Pero también que los partidos afronten el 2 de julio con apertura al diálogo político después de resolver sus diferencias en las urnas. El ganador, con un llamado al diálogo, y los perdedores, aceptando la derrota.