ALVARITO Y ANDRÉS MANUEL

Por Manuel Zepeda Ramos 

Álvaro López y Jesús Jiménez fueron los maestros de música de todos aquellos chiapanecos que estudiamos en el glorioso ICACH durante la cuarta, quinta y sexta década del siglo pasado. Más o menos.

 

Fueron nuestros maestros y también formaban parte de la “Internacional Marimba de los Hermanos Gómez”, grupo de chiapanecos virtuosos del instrumento que identifica a nuestra tierra, que diera tanto prestigio a nuestro estado durante buena parte del siglo XX.

El número uno de aquella legendaria marimba era don David Gómez Gutiérrez, apodado “el Califa”; el número dos en el orden de la marimba era don Arturo Gómez Gutiérrez “el Macizo”; el número tres, don Álvaro López, “Alvarito” y el número cuatro era don Jesús Jiménez, “Chíquiris”.

Llevó el nombre de los hermanos Gómez porque dos de sus integrantes, David y Arturo, llevaban ese apellido porque eran hijos de don David Gómez Arrasola, el gran compositor chiapaneco autor del inmortal vals “Tuxtla” y otras composiciones como “Ayes del Alma” que escribiera a principios de siglo y dedicara a su esposa Emilia Gutiérrez Moscoso que tanto sufriera por la lejanía de su hijo Arturo, que había ido a estudiar a Mérida su educación media.

A la llegada de don Rafael Pascasio Gamboa a la Secretaria de Salud durante la presidencia de Miguel Alemán Valdez, don Arturo fue invitado por el también gobernador de Chiapas a incorporarse a la Secretaría, por lo que tuvo que trasladarse a la capital del país para servirle a su amigo Rafael. A su lugar llegó un joven chiapaneco, etnomusicólogo, Daniel García Blanco, que con el tiempo se habría de convertir en un estudioso de la marimba en la Ciudad de México, haciendo carrera profesional en las grandes instituciones de música de la capital de la República. Don Daniel tuvo un hijo, Gustavo García, quien habría ser el mejor crítico de cine en México en la primera década de este siglo. Desgraciadamente, Gustavo dejó de existir a edad temprana, por lo que la crítica del cine mundial se quedó sin un analista serio del séptimo arte en idioma español.

Regreso al ICACH.

Alvarito y el Chiquiris, nuestros maestros de música, eran extraordinariamente simpáticos como los mejores tuxtlecos.

Siempre ocurrentes, sus clases estaban hasta el tope porque más de la mitad de la clase se consumía con las anécdotas que formaban parte de las vivencias de estos extraordinarios marimbistas y conversadores, acumuladas a su paso por el mundo.

Sin embargo, Alvarito era el más simpático.

De un metro con sesenta centímetros de estatura, cabeza grande, diría que muy grande y cara grotesca que bien la hubiera podido pintar Pieter Brueghel, el más importante pintor holandés del siglo XVI. Su sola facha era motivo de diversión. Él lo sabía y la explotaba con maestría pasmosa.

Acostumbrado a burlarse de sí mismo, un día decidió que iba a ser candidato a la gobernatura de Chiapas, “para echar relajo”.

Ya en la época electoral, entró a la capital de Chiapas montado en un burro hasta el Parque Central para dar su propuesta de gobierno con la que convencería a los electores. Decía cosas absurdas como que iba a construir un gran túnel desde Puerto Arista hasta la Capital con el objeto de traer agua de mar hasta el mismísimo centro para que toda la tuxtlecada no tuviera que hacer el largo viaje al mar en Semana Santa. Siempre remataba sus discursos con su lema de campaña: “mis adversarios políticos son chicharras que no maduran el jocote”.

En esta campaña electoral tan importante para el futuro nacional que habrá de culminar el primer domingo de julio, en donde hemos podido ir presenciando la culminación de una locura, ahora ya senil, desarrollada en más de 20 años de necedad  in crechendo y que en este último jalón no ha cambiado para nada; al contrario: a pesar de que se lo ha propuesto una y mil veces en la búsqueda de la lucidez necesaria, el instinto destructivo del dueño de Morena lo traiciona.

Me recuerda mucho a Alvarito y su propuesta de gobierno.

A diferencia de mi maestro de música de la secundaria, Andrés Manuel va en serio, al menos eso pretende enseñar. Sin embargo, no le parece nada, todo es inservible, se debe de volver hacer todo. Alvarito quería “relajear”, Andrés Manuel quiere ser o Benito Juárez, o Francisco I. Madero, o Lázaro Cárdenas, o los tres juntos después de un batido de historia acumulada en casi 150 años, quiere ser estatua. Alvarito quería llevar el agua de mar al centro del estado, Andrés Manuel quiere olvidar un aeropuerto que traerá

inversión, que generará riqueza, que el Mundo lo avala; o acabar con una reforma energética que, dicen los que saben, ha elevado la extracción de crudo en este sexenio por arriba de los casi 400 mil barriles diarios.

Cuando Castañón y sus empresarios dice que no a la reunión para hablar del Nuevo Aeropuerto porque ya no tiene caso, Andrés Manuel dice que los “machuchones” de las alturas se lo impiden, o que Carlos Slím y su conferencia de prensa fue producto de la línea que dio Salinas y Peña Nieto para tratar de parar sus ideas. Los que tenemos al menos dos neuronas en buen estado, nos resistimos a tener que pensar en un presidente de 125 millones de habitantes dirigiéndose a México y al mundo en esos términos. Daría pena y tristeza. Somos más grandes que un vodevil de televisa o la eterna frase de “lo que diga mi dedito”.

Viene el primer debate. Exige seriedad, mucha seriedad y propuestas inteligentes para los electores. Lo merecemos.

Sé que José Antonio Meade lo hará. Y muy bien. Sabe lo que México necesita, tanto que ya sus propuestas están dando resultados: hoy, la Cámara de Diputados aprobó la abolición del fuero, impulsada por él. La experiencia de Pepe Meade es grande. Va a ganar el debate y el pos debate, el primero de julio va a ser el próximo presidente de México, el primer presidente sin fuero y va a corregir a Alvarito:

José Antonio Meade SÍ es chicharra que madura el jocote.

Ya lo verán.