HOSPITAL DEL ALMA 150324

Por El Duque de Santo Ton 

Duque de Santo Ton:

Yo de joven fui una muchacha más o menos guapa pero extremadamente fácil. Jamás tuve problemas de abortos o cosas así porque mi abuela me enseñó a cuidarme, ya que intuía que a mí me gustaban los hombres. Con el tiempo me casé y tuve dos hijos, pero, me apena decirlo, no amo a mi marido ni quiero a los niños. Por más que trato de hacerme a la idea de que soy ama de casa respetable, no lo consigo, en realidad yo nací para ser libre.

Mara

Tuxtla Gutiérrez 

Querida Mara:

Eso lo hubieras pensado antes de tener a tus engendros, ahora te tienes que fletar si no quieres la sociedad te crucifique. 

Duque de Santo Ton:

Mi nombre es Octavio y soy guardia de seguridad. Aunque soy soltero y ya cumplí los 30 años, mi vicio son las mujeres, me encanta el sexo y no tengo límites en ese sentido. Soy fornido, bien formado, y hago mucho ejercicio, también dicen que soy guapo aunque yo me considero un hombre sencillo, nada del otro mundo. No estudié en la universidad, pero me gusta mucho escribir narraciones e investigar sobre temas que desconozco.  Aunque estoy abierto a una relación sentimental, en realidad lo que más me interesa es el sexo, tanto dar placer como recibirlo, me encanta el sexo oral pero no me niego a ninguna otra posibilidad. Además de que soy vigoroso, rindo mucho en la cama y la edad no es ningún obstáculo para mí. Mi nombre es Octavio y mi teléfono celular es 9611908010, no me interesa el dinero, yo no cobro por sexo.

Octavio

Tuxtla Gutiérrez 

Querido Octavio:

A pesar de que te pintas como el “King Kong” del amor, adivino en ti un vacío muy grande que pretendes llenar con sexo casual. Sin embargo, no puedo negar las delicias del placer sexual, por lo que te deseo mucha suerte. 

Duque de Santo Ton:

Tengo una hermana que padece síndrome de Down, y quedó desamparada cuando fallecieron mis padres pues mis hermanas no quisieron hacerse cargo de ella, y ya estaban haciendo los trámites para internarla en una institución especializada, como si fuera un trapo viejo. Al enterarme, yo me molesté mucho y rescaté a la niña. Me la traje a vivir a mi casa pero ni mi esposa, ni mis hijastros, ni mis hijos la toleran ¿qué puedo hacer?

Sergio

San Cristóbal 

Querido Sergio:

Internarla en una institución especializada. No hay peor ciego que el que no quiere ver. 

Querido Duque:

Tengo una falda muy bonita pero tan pegada, que se me marcan los calzones ¿cómo puedo hacer para evitarlo?

Silvia

Tuxtla Gutiérrez 

Querida Silvia:

No te pongas calzones. 

 Querido Duque:

Soñé que llevaba a mi esposa y a mis hijos a comer a un buen restaurante. Mi mujer iba muy bien arreglada, lo mismo que los niños. Todos se portaban muy bien, y al ordenar, mi esposa pedía platillos que sabía que los niños no iban a desperdiciar y que no salían tan caros. Lo raro es que en lugar de sentirme contento por tener una familia tan bonita, me entraba un sentimiento de culpabilidad terrible, mezclado con ansiedad. Desperté temblando y los llamé a todos para abrazarlos y decirles que los quiero mucho y que siempre voy a estar a su lado para cuando me necesiten. Se me salieron las lágrimas y mi esposa me acarició la cara, me dio un beso, llevó a los niños a la cocina para que la sirvienta les sirviera el desayuno, y regresó a la cama para coger. No entiendo todavía ese sueño, Duque, no es la primera vez que lo tengo.

Iván

Tuxtla Gutiérrez 

Querido Iván:

Algo que sucede en tu familia te tiene muy molesto. Los sentimientos de ira y de culpa están muy relacionados. La culpa suele derivar de la ira que nos produce una persona o una situación, es decir, la ira no tarda en convertirse en culpa. Igualmente, la ira puede emanar de los sentimientos inconscientes de culpa que nos produce un hecho o una persona. Tal vez tu furia sea el producto de sentir una responsabilidad que no deseas, en este caso la de ser padre de familia, y al no poder gritar conscientemente que estás insatisfecho, esa energía se transforma en culpabilidad. 

Señor Duque:

Mi cuñada, la hermana de mi esposo, falleció en un accidente de carretera, y a los pocos meses, su marido sufrió un infarto cerebral que lo tuvo en coma dos días antes de morir. Mis sobrinos políticos no quedaron desamparados. Heredaron dinero y propiedades para vivir cómodamente sin tener que trabajar, y ya todos están lo suficientemente grandes para hacerse cargo de sí mismos, con excepción del menor, que cuando murieron sus papás tenía catorce años. Mi marido y yo decidimos traerlo a vivir en nuestra casa, que es bastante grande, y no teníamos problemas porque era un muchachito encantador, muy guapo y bien educado. Sin embargo, cuando cumplió los diecisiete empezó a comportarse de manera muy rara. Lo llevamos con un psiquiatra, quien le diagnosticó esquizofrenia paranoide, y yo le rogué a mi esposo que lo sacáramos de nuestra casa para no poner en peligro a nuestros propios hijos. Reunimos a los hermanos del muchacho y decidimos, entre todos, que lo mejor sería internarlo en un manicomio, pues varios doctores nos dijeron que no se curaría jamás y que podría llegar a tener conductas peligrosas tanto para él como para quienes lo rodean. Debo decirte que fue todo un problema meterlo al un sanatorio, que está cerca de Cuernavaca, además de que es más caro que un hotel de cinco estrellas y las medicinas cuestan un pico. El chico está muy bien atendido, pero como es tan joven no quiere estar encerrado y ya van varias veces que se les escapa. Yo entro en pánico porque como fui la principal promotora de que lo internaran, temo que en sus delirios me agarre a mí de su chivo expiatorio y me haga daño o lastime a mi familia. Sin embargo, siempre regresa por su propio pie al manicomio para pedir que lo reciban y le den sus medicinas. Las cuotas siempre están pagadas al corriente y por eso nadie protesta, pero yo siento que en cualquier momento se me va a aparecer aquí en Chiapas y me voy a morir del susto. Te juro que yo no le deseo la muerte a nadie pero en este caso, en el que ya no hay nada que hacer, me parece que sería lo mejor.

Rosario

Tuxtla Gutiérrez 

Querida Rosario:

Para Dios no hay nada imposible, así que no tiene sentido que digas que “ya no hay nada que hacer”. Me parece que de tanto involucrarte en el problema llegaste a contagiarte y ahora la paranoica eres tú. Si el hospital en el que está recluido tu sobrino no te satisface, por las tantas veces que se les ha escapado, busca uno de alta seguridad que, seguro, los hay. Además, no veas tanta televisión ni películas de terror ni te sientas tan culpable, el muchacho es un enfermo mental y como tal debe ser tratado