Adiós al poder

Por Juan Ignacio Rivero Valls

 

…Puedo situarme en cualquier lugar

en el espacio o en el tiempo.

Puedo invocar a los muertos.

Puedo percibir sucesos de otros mundos,

En lo más profundo de mi mente

en las mentes de los demás.

Yo puedo.

Yo soy 

Jim Morrison (El Rey Lagarto, fragmento)

 

El poder omnímodo de reyes y emperadores, comenzó a diluirse con el arribo de las democracias modernas del siglo XX, aunque siempre manchadas por totalitarismos y dictaduras militares, que aún se niegan a irse del todo y sientan sus reales en países como Corea del Norte o Siria y en algunas democracias fingidas como la venezolana. Un poder en asedio que es cada vez más frágil.

Nuestro país vivió, durante décadas, esa democracia fingida, donde había una coexistencia pacífica con la desigualdad, pero las cosas cuando menos en el ámbito electoral, han cambiado sustancialmente; y es que, como menciona acertadamente el politólogo venezolano Moisés Naim en su libro “El fin del poder”, estamos viviendo la primera de tres revoluciones: la revolución del más (las otras dos son la de la movilidad y la del intelecto).

Dice Naim que, en la actualidad y gracias a la innovación, estamos viviendo en la época del más. Ahora, como nunca, hay más de todo: hay más dinero, más alimentos, más productos industriales (la distribución inequitativa es otra cosa) y, a la par, hemos aumentado nuestra intolerancia a la desigualdad, a la corrupción y a la injusticia. Porque cada vez tenemos la creciente y abrumante posibilidad de comunicarnos entre nosotros a través de los dispositivos que la innovación nos va proporcionando.

Todo comienza, asegura el venezolano, a partir de la caída del Muro de Berlín y la irrupción de la internet en 1990; que, si bien es cierto han sido sus soportes, no han sido los únicos fenómenos que han provocado el mundo que tenemos. La revolución de la movilidad ha sido fundamental no solamente por el desplazamiento de personas de un territorio a otro, sino que, gracias a ello, los lugares de origen reciben, además de recursos económicos (en varios países de la región la llegada de remesas ocupa un lugar tan importante o más que los recursos provenientes de la inversión extranjera), aspiraciones y cambios culturales importantes.

El poder, como lo conocemos, encuentra en estas dos vertientes severos obstáculos para su aplicación. Se crean micro grupos de poder que limitan el institucional, lo confrontan y, en ocasiones, lo hacen recular en sus decisiones. Esos micro grupos son dirigidos, normalmente, por luchadores sociales, pero también por miembros del crimen organizado que minan cada vez más al poder.

La investigadora de la UNAM, Laura Loaeza Reyes, en un análisis sobre la obra de Naim, dice que este planteamiento se ve reflejado en lo que los norteamericanos han llamado como “Guerra de cuarta generación”, donde un actor no estatal violento (el crimen organizado), lucha contra un estado y el enfrentamiento es militar y que provoca una confrontación entre la opinión pública, porque ambos bandos buscan socavar la credibilidad e integridad del otro. De esta forma, los grupos pequeños adquieren una suerte de “derecho de veto” sobre las decisiones gubernamentales, fragmentando profundamente el poder institucional.

Ante este contexto, asegura el autor, surgen demagogos a los que llama “terribles simplificadores”, que aprovechan la desilusión que provocan los cambios rápidos y profundos (es natural que exista cierta reticencia al cambio, en especial si éste es abrupto, aunque se trate de una mejora sustancial, pues todo cambio genera incertidumbre), con la única intención de desestabilizar al poder.

Surgen así partidos políticos como el español Podemos o el mexicano MORENA, que no han sido creados para acceder al poder (carecen de plataforma y su fuerza radica en la personalidad de sus líderes), sino para socavar al existente, debilitarlo y fragmentarlo de tal manera que cualquier asunto, por más nimio que sea, se convierte en un “crimen de lesa humanidad”; pero, por otro lado, permiten el despertar de conciencias que impedirán al poder actuar libremente sin dar explicaciones precisas de su proceder, lo que, indudablemente, abona en favor de la democracia.

Cuando esto sucede, recuperar la credibilidad, y con ello el ejercicio del poder, se convierte en una misión prácticamente imposible, pues gracias a la expansión de las opiniones a través de las redes sociales, se desata lo que se conoce como la “espiral del silencio” donde, aquellos que están de acuerdo con el poder institucional, no se atreven a manifestarlo por miedo a la exclusión social so castigo de ser considerados como entreguistas, corruptos o, en el mejor de los casos, descerebrados.

El problema radica en que la degradación del poder, se convierte en campo propicio para el desarrollo del crimen organizado o el terrorismo, y el juicio crítico deja su sitio a la condena pública, pero esto no es sólo producto de las acciones de los “simplificadores”, sino motivado por el constante y pernicioso abuso de poder que los gobiernos sin vigilancia han estado haciendo desde siglos atrás. “La Revolución de la mentalidad”, la que menciona Naim, es la que deberá cambiar el orden de cosas, obligar al poder a trabajar en el bien común, al tiempo de ser juzgado con ojo crítico y consciente por una población mejor informada y con menor tolerancia a la desigualdad.