Los chiapanecos reconocidos con la medalla “Belisario Domínguez”

Por Julio Serrano Castillejos

Esta colaboración periodística se la ofrecí a mi carismático y talentoso amigo Manuel Zepeda Ramos autor de gustadas notas en publicaciones de Chiapas y de Veracruz, pues se dio la feliz ocasión de que a su hermano Eraclio le fuera entregado en reconocimiento a sus muchas calidades humanas, literarias y de tantas índoles y naturalezas como para no caber en este párrafo y en otros más, la medalla “Belisario Domínguez”, o sea, la más alta presea otorgada por el Senado de la República a los mexicanos con méritos ampliamente reconocidos.

Esta presea fue creada –y así lo reconoció Laco en su discurso en calidad de recipiendario - a iniciativa del senador chiapaneco Julio Serrano Castro en homenaje al más grande gesto de valor civil de un mexicano, pues cuando el doctor Belisario Domínguez solicita la palabra en sesión del Senado del día 23 de septiembre de 1913 y no se la conceden imprime su discurso clandestinamente para denunciar al asesino del presidente Francisco I. Madero y del vicepresidente José María Pino Suárez, y lo hace circular. El Senado estaba ubicado a un costado de las oficinas del presidente asesino y usurpador del Poder Ejecutivo, el general Victoriano Huerta, y un acto tan temerario debía costarle la vida necesariamente a su autor, y no obstante, nuestro ilustre paisano chiapaneco tuvo el valor de encarar las consecuencias. Debo puntualizar lo siguiente, la única persona que aceptó imprimir el valeroso discurso fue una mujer de nombre María Hernández Zarco, también galardonada con la medalla de referencia, posteriormente. El decreto de la creación de dicha medalla lo firmó el presidente Adolfo Ruíz Cortines.

Ya supondrán los lectores en mi calidad de hijo del autor de tan honrosa iniciativa para crear la presea cuantas veces escuché a mi padre relatar los pormenores de la historia y sus accesorios, incluida la curiosa circunstancia de que don Belisario llega al Senado contra su voluntad, pues cuando le ofrecieron la titularidad de la candidatura la rechazó y a ruegos que le hicieran aceptó ocupar el nombramiento de candidato a senador suplente. Muerto el titular de la curul, don Leopoldo Gout, debió el médico comiteco viajar a la ciudad de México a ocupar el sitial legislativo.

Mi nota de hoy está dirigida a comentar la interesante coyuntura de haber tenido la suerte de tratar muy de cerca a los cuatro, hasta hoy, chiapanecos homenajeados por el Senado de la República con la medalla “Belisario Domínguez”. Ellos fueron en el año 1984 el licenciado Salomón González Blanco, en 1990 el abogado Andrés Serra Rojas, en 1994 el poeta Jaime Sabines Gutiérrez y en 2014 el afamado escritor Eraclio Zepeda Ramos.

A don Salomón  quien naciera en Playas de Catazajá el 22 de abril de 1900 lo conocí desde mi infancia por la amistad que lo unía a mi progenitor y ya siendo un adulto fui su colaborador en el Gobierno del Estado de Chiapas pues me nombró Oficial mayor del Tribunal Superior de Justicia. Teniendo ancestros comunes, casi por Adán y Eva, pero al fin comunes me pedía don Salomón no le dijese señor gobernador sino tío, pero como eso sólo lo sabíamos exclusivamente él y yo le rogué me relevara de esa cariñosa obligación para no parecer abusivo y acomodaticio ante los ojos de terceros. Le dio lustre don Salomón a Chiapas al ocupar cargos académicos y políticos de gran responsabilidad. Catedrático de Derecho Laboral en la UNAM, senador por Tabasco y por Chiapas, Secretarios del Trabajo y Previsión Social en dos gobiernos federales y gobernador de su estado natal.

A mi maestro de Derecho Administrativo don Andrés Serra Rojas, originario de Pichucalco y nacido el día 13 de octubre de 1904, segundo chiapaneco en ser galardonado con la medalla “Belisario Domínguez” lo traté no solo en las aulas universitarias sino así mismo en mi calidad de Síndico Municipal de Tuxtla Gutiérrez y les cuento las siguientes tres anécdotas:

Cuando era don Andrés, Secretario del Trabajo y Previsión Social del gobierno del presidente Miguel Alemán en una gira de trabajo del citado primer mandatario en cierta población de importante concentración obrera en un mitin nuestro ilustre paisano ya no se pudo subir al templete y habiendo quedado abajo cerca del presidente, uno de los manifestantes para atarse la cinta del zapato le pidió le detuviese el asta de una manta con lemas de protesta. Al ver aquello el presidente Alemán empezó a reír disimuladamente y al notar las caras de extrañeza del secretario Serra Rojas a señas le indicó leyese el texto de la manta que sostenía muy quitado de la pena. Ahí decían los obreros con amplias letras “SEÑOR PRESIDENTE NOS QUEJAMOS DE LA POLÍTICA REPRESORA DEL SECRETARIO DEL TRABAJO”.

La segunda anécdota fue cuando lo llevé en mi automóvil a Chiapa de Corzo en compañía de uno de sus hijos a visitar la biblioteca del Convento de Santo Domingo, pues ahí me preguntó si conocía los libros que escribió alrededor de la vida y obra de don Emilio Rabasa Estebanel, personaje de toda su admiración y respeto. Al enterase que los tenía desde hacía varios años en mi poder, me respondió: -“No pierdas esos libros pues ya tienen la calidad de incunables”. Lógicamente, en la primera oportunidad que tuve los puse a su alcance con la idea de contar con su autógrafo en cada uno de ellos, pero el maestro los miró con desdén y me dijo: -“Yo no estampo mi firma en vejestorios”. El tercer incidente fue al recorrer lo que se iba a llamar Calzada “Andrés Serra Rojas”, en donde en su cabecera sur se encontraba una singular casa de prostitución, pues en dicho lugar se daba servicio a hombres por parte de travestís, o sea, de hombres disfrazados de mujeres.  El maestro ignoraba esa circunstancia y mirándome a los ojos con fijeza señaló: -“Si me llego a enterar que en esta calle se abre una cantina o cualquier centro de vicio, renuncio a que lleve mi nombre”. Por supuesto, no me atreví a decirle que ya podía renunciar pues la poco edificante hipótesis ya estaba actualizada con lacerante amplitud.

El tercer paisano nuestro en adornar su pecho con la medalla que lleva el nombre de don Belisario fue el poeta Jaime Sabines Gutiérrez nativo de la capital del estado en donde vio la luz primera  el día 25 de marzo de 1926. No lo traté tan a fondo como a su hermano Juan, pero cuando éste fue gobernador del estado lo vi en diversas reuniones de corte político y en algunas de tipo íntimo de unos ocho a doce amigos y en ciertas ocasiones comenté con él cuestiones mas de la vida cotidiana que de la política o de la tendencia de ambos a versificar. En el décimo aniversario de su fallecimiento tuve el honor de participar en la serie de homenajes dedicados en su memoria por el Gobierno de Chiapas en el Centro Cultural que lleva su nombre teniendo como panelistas adjuntos a Enoch Cancino Casahonda, a Eraclio Zepeda Ramos y a Elva Macías.

En dicho homenaje formulé una síntesis de las amplias y mundialmente reconocidas virtudes literarias de Jaime Sabines y para ilustrar de alguna manera a los jóvenes ahí presentes leí algunas de sus poesías y expliqué detalles técnicos. Al terminar mi intervención Laco se mostró interesado en la misma y me solicitó una copia del texto por mí leído.

El cuarto paisano nuestro, Eraclio Zepeda Ramos, por cierto de muy reciente premiación con la presea “Belisario Domínguez” nació en Tuxtla Gutiérrez el 24 de marzo de 1937 y es por 7 meses menor que a el autor de estos mal pergeñados renglones y de tal manera a la luz de esa corta diferencia de edades somos contemporáneos y ya me puedo ir gozoso al otro mundo al contar con un amigo y además familiar de mi esposa, pues el abuelo materno de Laco y la abuela materna de Chabe fueron hermanos, que fuese distinguido con tan apreciado reconocimiento de valor nacional por sus obras literarias y su brillante participación desde muy joven como ideólogo de izquierda, cuentista de ingenio inagotable y fino humorismo, fundador del Teatro de Orientación Campesina y del periódico mural El Correo Campesino. Fue militante del Partido Obrero Campesino y posteriormente del Partido Comunista Mexicano, corresponsal en Moscú del órgano La Voz de México. Fue diputado federal por el PSUM y miembro de la Comisión de Garantías del PRD, secretario de gobierno del estado de Chiapas con dos gobernadores y un destacado actor de cine al interpretar a diversos personajes y entre ellos al centauro del norte Francisco Villa.

Laco, escritor prolífico desde muy joven se distinguió con Benzulul y Asalto Nocturno. Posteriormente escribe  Ratón que vuela, Horas de vuelo y Quien dice la verdad. Nos regaló ya en esta laureada etapa de su vida su tetralogía de novelas cuyos títulos aluden a los cuatro elementos de la naturaleza: Las grandes lluvias, Tocar el fuego, Sobre esta tierra y Vientos del Siglo. ¡Enhorabuena mi querido Laco..!