PALABRA  DE DUQUE 090319

¡Achicharrados! 

El 19 de noviembre de 1984, una serie de explosiones dejó sin vida a casi 700 personas y heridas a más de 2000; la vida se volvió un infierno en “San Juanico”, una zona marginal del norte del Valle de México

Por Julio Domínguez Balboa 

San Juan Ixhuatepec, mejor conocido como “San Juanico”, es un poblado que se ubica en el norte del Valle de México, y su origen se remonta a tiempos de la Colonia, cuando indios dispersos fueron agrupados en una misma zona, árida y escarpada, en cuyo centro se levantó una iglesia.

La historia de San Juan Ixhuatepec fue igual a la de cientos de poblaciones aledañas a la Metrópoli, sin mayor sobresalto y viviendo al día, hasta que a partir del siglo XX empezó a poblarse con gente menesterosa, que no encontraba vivienda en el corazón de la capital. Fueron tantos los inmigrantes que ahí se establecieron, que las autoridades no fueron capaces de dotarlos de los servicios necesarios para llevar la vida digna, y menos se pudo planificar una urbanización en el estricto sentido del término.

El caso es que San Juanico, como se llamaba cariñosamente a San Juan Ixhuatepec, fue atiborrándose de pobladores, hasta que en 1961, Petróleos Mexicanos (PEMEX) inició la construcción de la planta almacenadora y distribuidora de gas, en una zona marginal y densamente poblada ¿Por qué se permitió  tamaña estupidez? nadie lo sabe, ya que se contravino la Ley del Petróleo, que a la letra dice: “Las plantas de almacenamiento se ubicarán fuera de las zonas residenciales y lugares densamente poblados o construidos. Su ubicación requerirá aprobación previa de la Secretaría de Salubridad y Asistencia.” Dicha reglamentación fue publicada en el Diario Oficial de la Federación, el 21 de diciembre de 1970, cuatro años antes de que la empresa “Unigas y Asociados”, instalara su propia planta en San Juan Ixhuatepec. A principios de 1984, de acuerdo con las autoridades censales de Tlalnepantla, la zona de San Juanico contaba con una población fija de 45,000 habitantes y con una población flotante de 25,000 más.

El día de los hechos, en pleno mes de noviembre, amaneció particularmente frío. Entre las 5 y media y seis de la mañana, aquella zona de clase baja, dormitorio de obreros y de sirvientas, pasó de vivir una gélida madrugada a enfrentar las llamaradas transfiguradas en pavorosas explosiones “Bleve” (acrónimo inglés de "boiling liquid expanding vapour explosion" - explosión de vapores que se expanden al hervir un líquido). Existen otras versiones de las causas de la tragedia, pero nada está confirmado.

Recuerdo que aquella mañana, viviendo en Ciudad Satélite, iba saliendo de la cochera de mi casa rumbo a la universidad, cuando desde el auto alcancé a ver un gran resplandor, que también se advirtió en lugares tan remotos como el Ajusco.

Fue tal la magnitud de la explosión, que los cuerpos de emergencia apenas podían controlar parte de las llamas, prefirieron dejar que el gas se quemara para poder vaciar los tanques y esferas restantes que aún no habían estallado, pero que no tardarían en hacerlo. La radiación térmica fue tan rápida, que gran cantidad de gente no tuvo tiempo de reaccionar y quedó calcinada casi instantáneamente y sin posibilidades de ser reconocida.

Los autobuses, vehículos particulares y camiones que pasaban por la zona cercana y por la autopista México-Pachuca, subían a la gente sin cobrarle para llegar a salvo al paradero de la estación del Metro Indios Verdes o a otros destinos lejos de la tragedia como la zona poniente de Tlalnepantla, Cuautepec, Lindavista, Ticomán, entre otras. También los comerciantes de comida regalaban los alimentos a las víctimas que pudieron escapar.

La magnitud de este desastre también hizo temblar la tierra, lo cual fue registrado por algunos sensores sísmicos. Algunas cabezas de ganado y animales domésticos quedaron totalmente hechos cisco. Sin censura, hasta con cierto morbo, los noticieros no dejaban de transmitir imágenes dantescas, haciendo de la miseria mexicana, una vez más, la protagonista de un suceso espantoso. La zona quedó totalmente destruida, y lo escarpado del lugar contribuyó en parte a entorpecer el rescate y el combate del siniestro. Los cuerpos de emergencia no se daban abasto, por lo que algunas familias trataron de curar sus heridas con remedios caseros. El porcentaje de cadáveres que se pudieron reconocer llegó al 2%, situación que colocó a una gran parte de fallecidos en varias fosas comunes, del área que hoy en día ocupa un parque público dedicado a las víctimas de la catástrofe.