Piedra Imán 160219

 

Cuidar y estimular 

Por Manuel Zepeda Ramos 

A los que somos papás en este nuestro gran país que es México -qué datos tendrá el INEGI, debemos ser muchos millones-, el asunto de las estancias infantiles, que ya tomó las calles en buena parte del territorio nacional, nos impacta derecho al corazón.

 

Por primera vez en la historia de México, un sector grande de nuestra población que había estado desprotegido, sintió por vez primera el apoyo del Estado: las madres trabajadoras, generalmente solteras, descubrieron y han vivido en carne propia lo que significa trabajar para mantener una familia y encontrar en las instancias infantiles fundadas en gobiernos pasados un real y verdadero apoyo que significa el poder dejar a sus hijos en un lugar confiable y volver ocho o diez horas después con la certeza de que sus hijos fueron bien tratados, que desayunaron, comieron y durmieron la siesta, que estuvieron pendientes para que tomaran agua suficiente, que jugaron con la educadora y con sus compañeritos en la búsqueda diaria de la estimulación temprana, para regresar a la casa después de una jornada de trabajo necesaria, que remunera con los fondos para seguir adelante en esta dificilísima tarea de cuidar y educar a los hijos.

En muchísimos rincones del país, en entidades federativas que no han recibido el trato igual para su desarrollo por parte del Estado, pueden ahora salir a trabajar con mayor tranquilidad.

Hay detrás de esas estancias infantiles mucho trabajo realizado.

Desde la búsqueda de los lugares apropiados en todo México, la formación de los cuadros que habrán de dedicarse al cuidado de los niños y a la operación misma de la estancia infantil que da trabajo a tanta gente -adultos mayores entre ellas-, que no tenia la menor oportunidad de conseguir un trabajo tan noble como vigilar el correcto desarrollo del futuro nacional en esa edad tan delicada, permitió la construcción de un ejército invisible de mexicanos que están pendientes todos los días laborables de un sector muy importante de la niñez nacional que requiere de un cuidado muy especial en esa etapa fundamental de su vida mientras sus padres, sobre todo las madres generalmente solteras, están ganándose el sustento diario en su sitio de trabajo.

Cristina y yo vivimos en Xalapa nuestra etapa de papás trabajadores, de manera intensa.

Solo habían dos guarderías.

Una, dirigida por dos hermanas muy simpáticas y trabajadoras por el rumbo del ferrocarrilero, muy cerca de la salida vieja a Coatepec, el camino ahora pavimentado con concreto hidráulico que lleva al INECOL, Briones y la Pitaya.

Otra, atrás del parque de los Berros, del lado donde principia Rébsamen, dirigida por la esposa de Rafael Arias Hernández, psicóloga especialista en este tipo de instituciones.

A ellas fue mi hija mayor, Juana. Su paso por la guardería fue muy importante, sobre todo en el terreno de la estimulación temprana. Los niños de esas edades necesitan de atención directa para el aprendizaje de conductas que habrán de acompañarles toda la vida.

Mi segunda hija, Paulina, le tocó otra guardería dirigida por la sicóloga Carmen Sampieri, por el rumbo de Murillo Vidal, en una colonia en donde sus calles llevan nombre de ríos. Era una guardería en donde los niños interactuaban todo el tiempo haciendo de la sociabilidad un asunto de principal preocupación. Me impresionaba que desde muy chiquita aprendió a comer por sí sola, llevando al fregadero sus platos después de comer como cualquier gente grande.

Me da mucho gusto que cientos de miles de niños de México puedan tener a su alcance estancias infantiles que los habrán de proveer de fortalezas necesarias y suficientes para enfrentar al futuro con instrumentos de defensa que los hagan hombres de bien para formar nuevas familias que garanticen el futuro nacional.

Suspender esta tarea titánica sería muy lamentable porque, además, se estaría dejando a miles de mujeres trabajadoras sin posibilidad de generar emolumentos para el sustento familiar.

Ojalá que podamos celebrar el nacimiento de nuevas estancias infantiles.