PALABRA DE DUQUE 120119

La mansión de la señora Lund en Alpes (Lomas de Chapultepec).

¡La cosieron a puñaladas!

Acaudalada dama boliviana fue apuñalada y estrangulada por sus criados en las Lomas de Chapultepec

Por Julio Domínguez Balboa

La mañana del 21 de septiembre de 1940, Hugo Lund Roda se presentó en la residencia estilo colonial californiano que sus padres tenían en la calle Alpes, de la colonia “Lomas de Chapultepec”, de la Ciudad de México. En ese entonces “Las Lomas” era considerado uno de los barrios más fastuosos y elegantes no solo de México sino de toda América Latina.

El joven quería ver a su madre, doña Roseminda Roda de Lund, ya que ésta pasaba la noche sola  en aquel enorme palacete, acompañada únicamente por una sirvienta; Hugo, su hijo, quería asegurarse de que estuviera bien.

Sin embargo, no lo estaba. El cadáver de la dama yacía en medio de un charco de sangre a la puerta de su recámara. Presentaba múltiples piquetes hechos con un arma punzocortante y para rematarla, la habían estrangulado con una finísima chalina de seda color rosa.

De inmediato Hugo avisó a la policía y a su padre, el señor Gustavo Williams Lund, quien vivía en Jalapa, Veracruz, desde donde administraba la producción de sus enormes fincas cafetaleras.

Al parecer, el trágico suceso empezó a gestarse unos días antes, cuando doña Roseminda contrató al joven Mauricio Castellanos, de 20 años, para hacerse cargo del jardín de la mansión; pero el trato que la dueña de la casa dio a su nuevo empleado fue tan tiránico y humillante, que él prefirió ya no volver al día siguiente. Aquel jardinero vivía con otro ex empleado de la señora, Carlos Ortiz, quien dio fe del mal genio de la señora Lund, y los malos tratos que propinaba a su servidumbre. Fue en ese momento que decidieron irrumpir en la casa para robar.

Mauricio y Carlos invitaron a Agustín Tapia, otro sujeto desempleado que vivía con ellos, y a Blas Castellanos, hermano del primero, para asaltar aquella lujosa residencia. Paradójicamente, el quinto elemento que se unió a aquella banda criminal, fue Concepción Calzada, sirvienta de la occisa, quien también le servía de dama de compañía por las noches.

La noche del 20 de septiembre, alrededor de las 8, Carlos, Agustín y Blas saltaron la barda de la casa y cayeron al jardín, en donde ya los esperaba Concepción, la criada. Los cuatro se dirigieron a la entrada principal, y la empleada doméstica abrió la puerta con su llave. Dejó pasar a sus compañeros pero ella no quiso entrar, les dijo que hicieran su trabajo lo más rápido posible para no ser descubiertos. Mauricio se había quedado afuera de la casa para “echar aguas”.

Caminando sobre alfombras persas, entre tibores chinos, marfiles hindúes y arañas de cristal cortado de Baccarat, los tres delincuentes llegaron a las escaleras y se dirigieron al dormitorio de la señora Lund, quien en ese momento abrió la puerta y se topó de frente con los maleantes. Quiso huir pero de inmediato Carlos se le fue encima y la envolvió con una cobija blanca. “¿Dónde guardas el dinero y las joyas, hija de la chingada?”, preguntó Agustín descubriéndole el rostro a la dama.

“En esta casa no tenemos alhajas ni dinero”, respondió la boliviana, y tal respuesta enfureció tanto a Agustín, que empezó a clavar un picahielos que llevaba consigo en el cuerpo de la señora Lund. Una y otra vez, la punta metálica entraba y salía de las carnes de la dama, hasta que dejó de moverse. Para culminar su obra, el hombre tomó la mascada de seda que llevaba la señora en el cuello, y con la misma la estranguló para asegurarse de su muerte.

Después de consumado el asesinato, los ladrones, que tenían consigo las llaves de todas las habitaciones, que les había proporcionado la sirvienta, lo registraron todo: abrieron cajones y registraron las habitaciones, incluyendo la del señor Lund, pero no encontraron más que objetos de porcelana de Sevres, cristal de Bohemia, obras de arte y otros objetos valiosísimos pero que no hubieran podido llevarse sin ser descubiertos. Ellos lo que querían eran las joyas y el dinero que, curiosamente y sin saberlo ellos, estaban guardados en el despacho del señor Lund, que fue la única habitación a la que no entraron. Después de una hora abandonaron la casa con las manos vacías.

Al parecer, la primera en ser detenida fue Concepción, la sirvienta, quien proporcionó los detalles para detener a sus cuatro cómplices, los que narraron los hechos y admitieron su culpa. Los cinco fueron condenados a la pena máxima y encarcelados, sin haber obtenido otra ganancia que el haberse vengado de los desprecios que le había proferido aquella millonaria señora originaria de América del Sur.