PALABRA DE DUQUE 291218

Las Elegantes 

Sobrecogedor caso ocurrido en la capital chiapaneca a mediados del siglo XX. Nombres de personas y algunos lugares han sido cambiados para proteger a inocentes, pero todo lo que se narra está basado en hechos absolutamente reales 

Por Julio Domínguez Balboa 

Cuando en Tuxtla se vivía el final de la década de 1960, la ciudad era muy distinta a lo que es ahora. Se conservaba la mayor parte de las casas de sus barrios y del casco histórico, además de que tenía una vegetación esplendorosa, de un verde impresionante, en el que abundaban las flores arbóreas, los árboles frutales y las grandes frondas. Aunque había pocas casas de estilo moderno, las que existían eran muy bellas y cómodas, muy grandes e iluminadas, decoradas con exquisitez.

 

Sobre el boulevard Belisario Domínguez existía una residencia muy especial, de estilo funcionalista,  que reflejaba esa modernidad a la que aspiraba una pequeña ciudad de provincia que tenía grandes aspiraciones. Era una mansión formidable, construida con muy buen gusto, pero cuyos dueños la abandonaron y la mantuvieron cerrada durante dos o tres años, hasta que el deterioro empezaba a notársele.

Cierto día, una cuadrilla de albañiles, pintores y otros empleados se hicieron presentes en aquella inolvidable construcción, con el objeto de dejarla impecable: se repellaron y pintaron los muros, se rehabilitó la alberca, se reconstruyeron los jardines y cuando todo estuvo listo, se instaló en ella una familia fuereña, proveniente de la Ciudad de México e integrada por puras mujeres, lo que se dice un matriarcado.

La jefa de aquel clan era la abuela Lola, una dama corpulenta, entrada en los 70 y tantos años, cuyas facciones denotaban que alguna vez había sido bella. En segundo lugar estaba Adela, la única hija de Lola, que era una cuarentona muy bien conservada y elegante, que tenía dos hijas, Andrea, una bellísima rubia de 20 años y Sofía, una adolescente de 14, que prometía convertirse también en una mujer muy hermosa.

Nadie sabía quiénes habían sido los maridos o parejas sentimentales de la abuela y de la madre, pero seguramente se trataba de gente de muy buen nivel, pues aunque la casa en la que se instalaron aquellas féminas, aún sin pertenecerles, había sido remozada y decorada a todo lujo.

Lola, la abuela, casi no salía de la casa, se la pasaba eternamente sentada en una silla de jardín, muy bien arreglada y maquillada, bebiendo cocteles servidos en vasos largos de los que ella extraía el contenido con un popote. Por su parte, Adela manejaba un auto último modelo y se hacía cargo de la casa. Controlaba a la servidumbre, se encargaba de los abastos, llevaba a Sofía a la secundaria y la iba a recoger a la hora de la salida, y le sobraba tiempo para ir a diario al salón de belleza y a tratar de socializar, aunque las tuxtlecas de buena familia le hacían el feo por no pertenecer al grupo de “las conocidas”.

Andrea, la veinteañera, fue la que mejor se incrustó en la sociedad tuxtleca. Su belleza resplandecía y aunque no estudiaba ni trabajaba, los jóvenes de su edad, tanto hombres como mujeres, la querían tener cerca de sí. Y no era para menos, ya que era la chica mejor vestida de la ciudad, la que tenía la ropa más elegante y vanguardista, los zapatos más finos y, sobre todo, los trajes de baño al último grito de la moda, que ella lucía con especial garbo mientras tomaba el sol en alguno de los camastros que estaban junto a la alberca del hotel Bonampak.

La mayoría de los herederos tuxtlecos, hijos de rancheros metidos a la política o de políticos metidos a la agricultura, habían fijado sus ojos en Andrea, todos soñaban con tener una esposa así, y no se medían en los detalles que tenían con ella para conquistarla.

Sin embargo, a Andrea no le importaban aquellos jóvenes apuestos y fanfarrones, ella prefería dejarse cortejar en secreto por los viejos, por los padres y abuelos de sus pretendientes, a quienes solía premiar cada vez que le daban un buen regalo. Cierta noche llegó a su casa con el cuello de la blusa abotonado hasta arriba y cuando, su abuela, su madre y su hermana le preguntaron el motivo de aquella extraña actitud, ella simplemente se quitó la blusa y mostró orgullosa su más reciente botín de guerra: un aderezo de zafiros y diamantes engarzados en platino, que incluía collar, pendientes, brazalete y anillo, toda una fortuna en forma de metales y piedras preciosas.

Doña Lola estaba feliz, aquellas joyas auguraban que su nieta mayor había heredado el mismo talento que habían tenido su hija y ella misma para vivir de los hombres, para sacar partido de sus deseos y pasiones secretas. Obviamente, Andrea fingía coquetear con los muchachos de su edad, pero en menos de un año ya había compartido cama con más de la mitad de los hombres fuertes de Chiapas.

Sin embargo la verdad tarde o temprano reluce, y empezó a circular el rumor de que aquellas mujeres obtenían sus ingresos de muy deshonesta manera. Andrea había conseguido liarse con un cafetalero que exportaba la totalidad de su producción directamente a Münich, y que vivía como príncipe. La esposa del sujeto no tardó en enterarse de aquella relación, y antes de reclamarle a su marido, consiguió, con todos los medios que tenía a su alcance, de desacreditar el buen nombre de la chica.

Ante el escándalo, empujado por la presión social, el amante de Andrea se presentó súbitamente en casa de la muchacha para terminar con ella y exigirle la devolución de todos los regalos que le había dado. En defensa de lo que se ha ganado mediante el esfuerzo, la chica se negó a hacerlo y el hombre le dijo que tenía que hacerlo, pues él tenía todas las facturas de las alhajas y que por lo tanto le pertenecían. La amenazó con refundirla en la cárcel si no devolvía aquel tesoro, y entonces ella fingió ir a su clóset para traer lo requerido, pero en lugar de ello sacó una pistola cuyos tiros terminaron con la vida de aquel millonario fogoso.

El crimen trató de ocultarse, ningún diario mencionó una palabra sobre lo ocurrido, y al día siguiente la casa volvió a estar vacía. Desde entonces, la gente se pregunta qué fue de las elegantes mujeres que la habitaban pero, hasta ahora, no se ha podido responder.