PALABRA DE DUQUE 081218

La muerte la sorprendió en bikini 

Principiaba el año 2000, cuando una turista de la Ciudad de México quedó tendida, sin vida, sobre un camastro en las playas de Cancún 

Por Julio Domínguez Balboa 

Verónica Tirado y Yolanda Escandón eran dos chicas de la Ciudad de México, que tenían aspiraciones de trepar en sociedad, lo cual no les era nada fácil, ya que ninguna contaba con respaldo económico. Sin embargo, ambas tenían buena figura, trataban de vestir lo mejor posible, hablaban inglés a la perfección, tenían modales de gente fina y siempre olían a perfume francés, por lo que eran las vendedoras estrella de la exclusiva agencia de bienes raíces para la que trabajaban.

 

En cierta ocasión, Verónica consiguió vender una serie de diez mansiones en el Paseo de las Palmas (Lomas de Chapultepec), por lo que el dueño de la agencia, entre otras cosas, le regaló un viaje a Cancún, en un hotel de lujo desbordante.

Al no encontrar otra compañía, Verónica propuso a Yolanda que fuera con ella a la playa, ya que el viaje era para dos personas, pero ésta le respondió que no se sentía muy bien, ya que últimamente había sufrido constantes dolores de cabeza que no la dejaban tranquila.  “Es el mejor hotel de la Ruta Maya, tarada ¿tienes idea de lo que estás dejando ir por un pinche dolor de cabeza?, ¿sabes lo que te costaría pagar un viaje así?”, reconvino Verónica a Yolanda, quien terminó por aceptar.

El viernes 11 de febrero del año 2000, a las siete de la mañana, un chofer de la agencia inmobiliaria pasó a recoger a las dos chicas a sus respectivos domicilios, y las dejó en el aeropuerto Benito Juárez. Antes de subir al avión que las llevaría a Cancún, Yolanda encaró a Verónica y le dijo que ella mejor no iría porque no se sentía en condiciones de viajar, pero su amiga le respondió que ya era demasiado tarde, que tomara dos aspirinas más y que tratara de relajarse, que no por una simple jaqueca iba a desperdiciarse una viaje tan costoso.

Después de instalarse en una junior suite con vistas al mar y a la laguna, Verónica literalmente ordenó a Yolanda que se pusiera un bikini, y que la acompañara a la zona de playa, le dijo que seguramente el aire de mar terminaría de curarla. Yolanda iba a decir que prefería recostarse un rato en la cama, pero conociendo a su amiga prefirió obedecerla.

Al bajar, las dos muchachas se instalaron en sendos camastros frente a la playa azul turquesa. Yolanda no podía disimular el sufrimiento, el dolor de cabeza la estaba matando, después se quedó dormida.

Harta de tanto rogar, Verónica se fue a pasear con una palomilla de gringos y dejó a Verónica en su camastro para que descansara. Tardó cerca de 4 horas en volver, y al hacerlo se extrañó al encontrar a Yolanda en la misma posición en la que la había dejado. Trató de reanimarla pero todo fue inútil, la chica apenas y tenía pulso.

Todavía en bikini, la enferma fue trasladada a un hospital en el que horas después falleció, víctima de un infarto cerebral. Verónica guardó silencio, salió del hospital, recogió sus cosas en el hotel y tomó el siguiente vuelo de regreso a México. Desde su casa telefoneó para informar a la familia de Yolanda sobre lo ocurrido, y el padre le preguntó que por qué no se había hecho cargo del cadáver. Ella respondió que porque en realidad Yolanda no era nada suyo, si acaso una compañera de trabajo más, y que a ella los muertos le daban miedo.