PALABRA DE DUQUE 011218

Quemada viva 

Nombres y lugares consignados en este texto son ficticios, los hechos se apegan a la realidad 

Por Julio Domínguez Balboa 

Nacidos a principios de los años 1950, Rosa y Gabriel se conocieron cuando estaban en la plenitud de su juventud, a principios de los 70. Ambos pertenecían a la clase media de Tuxtla Gutiérrez; sus familias no eran dueñas de grandes fortunas ni haciendas, pero ambos conocían a todos los ricos y poderosos de la ciudad, y algunos de éstos los conocían a ellos.

 

Se vieron por primera vez en una fiesta de la quinta “Charito” y se enamoraron en “Queen’s”, la cafetería. Para entregarle el anillo de compromiso a Rosa, Gabriel la llevó a comer al restaurante “Flamingos” y, aunque tuvieron que hacer mil y un sacrificios, se casaron en la iglesia del Sagrado Corazón, en la colonia Moctezuma.

Para festejar el matrimonio se brindó una sencilla pero decorosa recepción en el salón Azul y Plata del hotel Bonampak, sin salirse  un ápice de la medianía a la que la pareja estaba acostumbrada.

Obviamente, tanto Rosa como Gabriel querían ascender en la escala social, pero carecían del principal instrumento para conseguirlo: dinero. Trataban de acercarse a la elite, la que se los permitía, pero solamente hasta cierto punto, pues la oligarquía tuxtleca de aquel entonces lo perdonaba casi todo, incluso la poca honradez o la homosexualidad encubierta, pero jamás el ser pobre.

Sin embargo, ni Rosa ni Gabriel perdían la esperanza de ser admitidos en la alta sociedad, y encontraron un camino que les pareció más o menos fácil, a través de las niñas ricas y los herederos multimillonarios afectos a las drogas, a quienes surtían de mota, pastillas y LSD, con la discreción de quien no rompe un plato.

Rosa se disfrazaba con discretos vestidos de organdí, mocasines de tacón bajo, nada de maquillaje y collar de perlas, para entrar sin sospechas a cualquier casa a dejar la mercancía. Gabriel hacía lo suyo en los bares de postín o en la alberca del Bonampak. El dinero empezó a fluir en su favor y tuvieron una hija en 1978, a la que bautizaron con el nombre de Gabriela en honor a su padre.

El peor error que pudieron haber cometido Rosa y Gabriel al dedicarse a aquella actividad, fue el de engancharse ellos mismos en el consumo de estupefacientes. Con la misma facilidad que ingresaba el dinero a sus carteras, así salía y siempre estaban tan drogados, que empezaron a descuidar a la pequeña Gabrielita, que se la pasaba llorando de hambre o por tener los pañales sucios.

Después de varios años, aquella pareja empezó a notar que no habían optado por la mejor apuesta para salir de la pobreza, pero al percatarse de ello, también se dio cuenta de que los mejores años de su vida habían pasado con más pena que gloria.

Como si la vida intentara cobrar una factura insoluta, Gabriela, la hija de Rosa y Gabriel, empezó a tener actividad sexual antes de cumplir los 13 años, y antes de los 15 también consumía drogas y enervantes. Todos los intentos que se hicieron para enderezar el camino de la criatura fueron en vano, ella lo que deseaba era consumir alcohol y drogas, además de entregarse a los placeres de la carne de manera desenfrenada.

Llegó un momento en que Gabrielita tuvo que ser ingresada en un hospital psiquiátrico para combatir sus adicciones, las cuales, por desgracia no cedían. Cada vez que se le daba de alta, la niña volvía con una recaída antes de 15 días.

Curiosamente, cuando cumplió 18 años Gabriela estaba en un periodo de desintoxicación, lo que permitió a una de sus abuelas organizar en su honor una pequeña merienda, pues la mayoría de edad solamente se alcanza una vez en la vida.

La chica daba la impresión de ser una muchacha normal. Usaba el cabello muy cortito y eso permitía apreciar con mayor claridad sus enormes ojos color avellana. La abuela creía que por fin su nieta había dejado atrás la vida de vicios y excesos que había imitado de sus padres, y se sintió feliz cuando la vio apagar de un solo soplido las velitas del pastel.

Todo marchaba de maravilla, hasta que la desgracia se coló a la fiesta, personificada en una de las primas de la cumpleañera, que pensaba que esa fecha no podía dejarse pasar sin un trago para celebrar. A escondidas se llevó a Gabriela al patio de atrás y la invitó a beber directamente de una botella de aguardiente que llevaba escondida en su bolsa de mano.

Después de ese primer trago ya no hubo marcha atrás, vino uno tras otro, hasta que, con la consciencia obnubilada, Gabriela se desapareció de la casa de su abuela para seguir bebiendo y drogándose.

Durante varias semanas se ignoró el paradero de la joven, hasta que la policía informó haberla encontrado lesionada en la colonia Patria Nueva. Bajo los efluvios del solvente con el que se estaban drogando, su compañero de juerga, quien también era su compañero sexual, bañó en gasolina a Gabriela y le prendió fuego, causándole daños de consideración no solamente en la cara y el cuerpo sino en los mismos órganos, que empezaron a colapsar uno a uno hasta apagar la vida de Gabriela, de la misma forma en que se apagaron los sueños de sus padres de pertenecer a la oligarquía tuxtleca.