PALABRA DE DUQUE 241118

¡ASESINÓ A SUS PADRES! 

Por Julio Domínguez Balboa 

Ana Lourdes Escandón y Ernesto Gómez de Tagle contrajeron nupcias a principios de los años 1960, en el sofisticado templo de la Santa Cruz del Pedregal, en una preciosa ceremonia que antecedió a una memorable fiesta que hizo historia en los anales de la nota rosa mexicana.

 

Rubia y espigada, la novia lucía preciosa con un vestido hecho especialmente para ella por la firma Courrèges, que resaltaba sus encantos, dándole un aire futurista pero al mismo tiempo muy elegante. El novio iba de frac, al estilo tradicional, y ambos fueron, sin lugar a dudas, la pareja del año.

Ana Lourdes y Ernesto pertenecían a sendas familias porfirianas, Lourdes  a la que la Revolución respetó sus privilegios, y a mediados del siglo XX seguían teniendo mucho dinero, muchas casas, haciendas y hasta toros de lidia. Obviamente aquella unión congregó a lo más selecto de los viejos y los nuevos ricos, quienes se sentían felices de pertenecer a un círculo sumamente cerrado en el que todos sus miembros se conocían de toda la vida.

Como todas las parejas de su categoría, ellos empezaron con todo puesto, es decir, se instalaron en una hermosa residencia que el padre de la novia escrituró a nombre de su hija, y al recién casado lo nombraron director de uno de los corporativos más importantes del país.

Todo parecía un cuento de hadas, en el que abundaban las fiestas, los vestidos caros, los automóviles de lujo, los viajes y todas esas cosas sin las que la gente rica no puede vivir. Después de año y medio de haberse casado, Ana Lourdes dio a luz a un precioso bebé, al que bautizaron en la misma iglesia en la que se celebró el matrimonio, teniendo como padrinos al presidente de la República y a la primera dama.

Conforme pasaba el tiempo, en la casa de los Gómez de Tagle-Escandón se respiraba más y más la prosperidad y se adivinaban inmejorables expectativas, hasta que en una revisión médica de rutina, el bebé, llamado Mauricio en honor del padre de Ana Lourdes, fue diagnosticado con leucemia, una enfermedad que en ese entonces se consideraba necesariamente mortal.

La madre del niño lloraba y lloraba, y el padre se sentía impotente ante la cruel amenaza que se cernía sobre la vida de su primogénito.  Sin embargo, tanto la familia de ella como la de él sumaron esfuerzos, y el pequeño fue trasladado a la clínica Mayo, en Rochester, Estados Unidos, en donde fue tratado por los mejores especialistas del mundo, quienes experimentando con los novedosos trasplantes de médula ósea lograron revertir la leucemia, lo que ambas abuelas, a pesar de haber invertido millones de pesos en ello, consideraron un milagro.

Después de tan difícil prueba superada todo pareció volver a la normalidad, hasta que Mauricio llegó a la edad de15 años, convertido en un apuesto heredero, bello y prepotente, como suelen ser los jóvenes de la oligarquía mexicana.

Ana Lourdes mimaba muchísimo a su retoño y Ernesto era incapaz de reprenderlo, tal vez motivados por el sentimiento de haber estado a punto de perderlo. La servidumbre se quejaba mucho del comportamiento del joven Mauricio, lo mismo que sus profesores de la escuela e incluso, el resto de la familia.

El mal volvió a aquella familia, pero en lugar de tener forma de enfermedad ahora llegó trasfigurado en droga. A pesar de ser un adolescente, Mauricio empezó a consumir alcohol, marihuana y cocaína, a lo que siguió el LSD. Su conducta se volvió muy errática y los padres parecían haberse enfrascado nuevamente en una batalla que parecía imposible de librar, como efectivamente lo fue: cierta noche en que ambos dormían abrazados en su hermosa cama tamaño King size,  despertaron al escuchar que se abría la puerta, para contemplar horrorizados, a Mauricio apuntándolos con una escopeta. Trataron de gritar, de detener al muchacho, pero él no les dio oportunidad, en pocos segundos les quitó la vida con sendos tiros, a quienes le habían dado la vida y lo habían librado de la muerte.