PALABRA DE DUQUE 201018

 

La alberca teñida de sangre, asesinato en Acapulco 

Por Julio Domínguez Balboa 

Aunque Acapulco siempre ha tenido la fama de ser uno de los lugares más bellos y ambientados del mundo, el lugar tuvo su punto climático en los años que siguieron a la Segunda Guerra mundial. Los balnearios europeos estaban devastados por la conflagración, y los ricos y famosos buscaban nuevos puntos de reunión. El uso de los motores de propulsión a chorro en la aviación civil, permitía que la gente hiciera viajes cada vez más lejanos, por lo que Acapulco se convirtió en una de las más rutilantes estrellas del Jet Set.

 

A inicios de 1968, el tres de enero, cuando todavía se hablaba de la recepción ofrecida por el millonario italiano Bruno Pagliai y su glamorosa esposa, la actriz Merle Oberon, para recibir el año nuevo, se consumó un dramático homicidio en la quinta Babaji, ubicada en el exclusivo fraccionamiento “Las Brisas”.

Originaria de Veracruz, Sofía era una auténtica trepadora social: se casó dos veces, siempre con la intención de escalar hasta la cima. Cuando era muy joven, se casó con el empresario de origen belga Hadelin Diericx, pero al poco tiempo se divorciaron después de haber tenido sus primeros dos hijos, Hadelin y Claire. Su segundo matrimonio fue con Gianfranco Bassi, también de origen extranjero. De este matrimonio nació su tercer hijo, Franco, cuando ella ya pasaba de los cuarenta años.​ 

Sofía era una mujer muy bella y distinguida, pero su hija Claire era una auténtica beldad. Alta, espigada, de muy buen cuerpo, Claire era considerada una de las mujeres más bellas de México, los hombres más ricos y poderosos ponían sus fortunas a sus pies. Sin embargo, los bellos ojos azules de Claire estaban fijados más alto, ella quería ser esposa de un noble europeo; y para ello contaba con la ayuda de su abuella Dolly Vanderbilt de Diericx, quien era amiga íntima de muchos duques, príncipes y condes del Viejo Continente.

Dolly y su nieta viajaron a Roma con un claro objetivo: atrapar al conde Cessare d’Acquarone, perteneciente a la nobleza histórica italiana, quien además poseía una enorme fortuna. Desde que la vio entrar al salón, el conde no tuvo ojos más que para Claire, veinte años menor, con quien contrajo nupcias en la Ciudad de México, tres meses más tarde.  La joven condesa d’Acquarone, pese a su origen latinoamericano, fue aceptada con los brazos abiertos por la oligarquía europea. No tardó en dar a luz a Chantal, su única hija, y en convertirse en una experta cazadora de fauna mayor en el Continente Africano.

A  finales de 1967, los condes d’Acquarone y su hija Chantal llegaron procedentes de Roma, vía Nueva York, al puerto de Acapulco, para pasar la noche de Año Nuevo con la familia de la condesa, quien volvió a brillar como una estrella en la fiesta de  Bruno Pagliai.

Días después, el tres de enero de 1968,  alrededor de las dos y media de la tarde, la familia Bassi-Celorio, propietaria del inmueble, se encontraba reunida alrededor de la alberca, cuando el conde Cessare d’Acquarone, en traje de baño, fue abatido de cinco balazos de una pistola tipo revolver, incapaz de efectuar tiros en ráfaga.

Después de consultar a su abogado, la familia decidió alertar a la policía, y decir que el conde había muerto a causa de un accidente, al disparársele en ráfaga a Sofía, una pistola que su yerno le estaba mostrando.

Pero la situación no era tan simple, desde que se presentó a declarar, Sofía Bassi incurrió en múltiples contradicciones que hicieron sospechar a las autoridades. La nobleza europea estaba furiosa, la familia d’Acquarone exigía justicia, y se hablaba de bloquear los juegos olímpicos programados para la capital mexicana ese mismo año. El presidente Gustavo Díaz Ordaz y su esposa, Guadalupe Borja, cobraron especial animadversión contra la dueña de la quinta Babaji, de Las Brisas.

La sentencia condenatoria (once años) no tardó en llegar, aunque el hecho de que Sofía perteneciera a la élite social mexicana le permitió pasar diez años “de privilegio” en la cárcel de Acapulco, en donde recibía a sus amistades e incluso pintó un mural.

Cinco balazos acabaron con la vida del Conde y la verdad jamás pudo ser demostrada. Claire se declaró culpable e intento suicidarse mientras Sofía se aferró a la inverosímil teoría del disparo en ráfaga, a la cual la maledicencia agregó la tesis de que el Conde había sido sorprendido “manoseando” al medio hermano adolescente de su esposa, por lo que la familia se le fue encima y le quitó la vida.