PALABRA DE DUQUE 28/07/18

Sonia, la madre, con cuatro de sus hijos: Soberano, Indómita, Bienvivir y Triunfador.

El Castillo de la Pureza 

Verdadera historia del orate que encerró a su esposa e hijos para que no se contaminaran con los vicios del exterior e inspiró un libro y una película 

Por Julio Domínguez Balboa 

Hasta 1959, la familia Pérez Noé, de la Ciudad de México, nada sabía del mundo, porque llevaba más de quince años encerrada por el padre, Rafael Pérez Hernández, en una vieja casona de la avenida Insurgentes Norte. “Un loco secuestró a su familia durante 18 años”, decía el titular del periódico “La Prensa”, del 25 de julio de 1959. La opinión pública se conmocionó ante la noticia, que daba cuenta de la denuncia y de las investigaciones hechas por la “Secreta”, como se conocía al Servicio Secreto de Investigación.

 

Las fotografías mostraban a una madre (Sonia Noé de Pérez), todavía joven, pero prematuramente avejentada, rodeada por sus cinco hijos de nombres desquiciados: Indómita, Soberano, Triunfador, todos ellos jovencitos menores de 16, además de Bienvivir, de 10 años, y de una nena de 45 días de nacida, llamada Libre Pensamiento.

Desde que llegó al mundo, aquella prole había estado encerrada: ninguno de los niños fue a la escuela, la madre les enseñó a leer y a escribir. Nunca los habían llevado a un parque, a una feria o al zoológico. En la casa de los Pérez Noé, ubicada en el número 1176 de la avenida Insurgentes Norte, no había radio ni televisión. Cuando el Servicio Secreto cateó la casa, se encontró con que ni siquiera había recámaras para todos los integrantes de la familia. Todos los hijos dormían en un sótano.

El lúgubre palacete estaba descuidado y en él operaba una pequeña fábrica de insecticidas y raticidas que el padre vendía para dar de comer a su familia. Vestido de traje de calle, el hombre recorría tiendas, farmacias veterinarias y tlapalerías para vender sus productos y a comprar la comida.

Apenas cumplían la edad necesaria para hacerlo, los niños eran incorporados a la línea de producción de los venenos. Toda la familia comía avena, frijoles y pan. Sin embargo, el padre aseguraba que en su casa jamás faltaron la carne, la fruta y las verduras. Las declaraciones contradictorias entre sí, de padre, hijos y esposa, hicieron las delicias de la nota roja.

La polémica se centró en la personalidad del padre secuestrador de su familia.  Se le tachó de enfermo mental; suposición que fue reforzada a medida que se hicieron públicas las declaraciones de los hijos acerca de los malos tratos que recibían de su padre, Rafael Pérez Hernández.

De joven, Rafael Pérez había sufrido un accidente que le paralizó un brazo y se dijo que aquella experiencia había perturbado su personalidad, que había sido el detonante de una exótica psicosis. Ante los medios de comunicación, el desquiciado sujeto aseguró ser “libre pensador” y por eso sus hijos ni estaban bautizados ni llevaban nombres del santoral católico.

Pérez Hernández negó todas las acusaciones de su familia. Se trataba, afirmó, de un complot entre su esposa Sonia y sus hijos, que querían perjudicarlo. A un reportero le aseguró que querían quitarle el dinero que había reunido en años de trabajo.

Todo era mentira, dijo. “Nadie los golpeaba, nadie los hacía pasar hambre. Era falso que en las noches de luna sacara a la familia al patio para mostrarle a su luminosa “amiga” nocturna. Tampoco era cierto que sufriera accesos de ira durante los cuales blandía una pistola y amenazara con matarlos a todos”, afirmaba el orate. Pero ni su esposa ni los hijos flaquearon a la hora de señalarlo como responsable de maltrato y secuestro.

Los periódicos lo llamaron “inhumano sujeto”, “loco secuestrador”. También lo bautizaron como “el químico maniático” o “el químico loco”. 

Las declaraciones de Pérez Hernández ante la Agencia del Ministerio Público se volvieron un circo: decenas de curiosos se peleaban un lugar con los reporteros y hasta con los representantes de la radio y de la jovencísima televisión mexicana, que presenciaron ese momento y, días después, el tensísimo careo entre padre e hijos: “No mientas, Soberanito. Me estás perjudicando con eso que dices y sabes que es falso”, le dijo Pérez Hernández. Pero el muchachito de 15 años se mantuvo en su dicho.

La atención de la prensa se mantuvo hasta que a Rafael Pérez Hernández se le dictó auto de formal prisión y se le trasladó a la Penitenciaría. Allí se suicidó años después. De su familia sólo se supo que pasó miserias, pues no sabía hacer nada para ganarse el sustento, hasta perderse en el anonimato de la clase media

En 1964, el periodista y escritor Luis Spota publicó su novela La carcajada del gato, basada en la historia de los Pérez Noé. En 1972, el cineasta Arturo Ripstein llevó al cine el suceso. El Castillo de la Pureza, con guión de José Emilio Pacheco y estelarizada por Rita Macedo y Claudio Brook.

 

Sonia Noé, la mujer secuestrada junto con su prole, se convirtió en heroína.

 

Rafael Pérez Hernández en presidio.