PALABRA DE DUQUE 171118

Cría cuervos y te sacarán los ojos 

Aunque los nombres de las personas y de los lugares que se mencionan en esta nota han sido cambiados, los hechos que se narran están basados fielmente en la realidad. 

Por Julio Domínguez Balboa 

Ama y  señora de una gran finca de la “Tierra Caliente” de Chiapas, doña Chole había sabido defender sus propiedades y su fortuna, a pesar de haber quedado viuda muy joven, con menos de 30 años de edad y con cinco hijas a su cargo.

 

Heredera universal de su difunto esposo, varios fueron los rapaces oportunistas que trataron de despojarla alegando deudas y parentescos falaces, de los que ella supo defenderse muy bien, a pesar de haber crecido en un medio en el que impera la ley de los hombres, y las mujeres sólo sirven para el cuidado del hogar y los placeres de la carne.

Aunque desde niña Chole aprendió a leer, a escribir y a hacer cuentas, desde que falleció su marido entendió que su sapiencia debería extenderse a la contabilidad, a los negocios, a la cría y engorda de ganado y a todas esas cosas de las que se encargaba el muerto en vida. Pocos creyeron en ella y pensaron que terminaría malbaratándolo todo, pero fue al contrario, la férrea mano femenina se impuso en Santa Isabel, la gran extensión de tierra que conformaba su hacienda, y que ella se encargó también de defender de los embates de la Reforma Agraria, impulsada a mediados del siglo XX en el estado.

El dedicarse con tiempo y pasión a su finca, produjo estupendos dividendos para doña Chole, quien además, fue casando a sus hijas con los mejores partidos de la región, como si de un asunto de negocios se tratase. Para ella era muy importante que sus yernos fueran más ricos que sus herederas, y que buscaran cohesionar sus fortunas en lugar de servirse de la de ella.

Una a una, las hijas de doña Chole contrajeron nupcias en el altar de la capilla de Santa Isabel, todas con miembros de familias finqueras a las que la Revolución no solamente había respetado, sino que las había incluido en la nueva élite política. La señora veía con orgullo como sus apellidos se unían a otros igualmente sobresalientes, y como sus niñas pasaban de ser las señoritas de Santa Isabel, a las dueñas de las haciendas de sus respectivos maridos.

Pero nunca falta un negro en el arroz, y en este caso le tocó a Ramona, la hija menor, cargar con tan oprobioso sambenito. Nadie lo decía en voz alta, pero era un secreto a voces que el problema de la niña era que prefería la compañía de otras niñas y que sentía un profundo desprecio por el sexo masculino, sobre todo tratándose de asuntos relacionados con el sexo. En pocas palabras, Ramona, a quien cariñosamente apodaban: “la niña Mona”, era lesbiana.

Confiada en que con disciplina férrea y con plegarias enderezaría a su hija, doña Chole le tenía prohibido tener amigas  y trataba de relacionarla con los hijos de los finqueros vecinos. La obligaba a usar faldas, a maquillarse, a cocinar, a bordar y a todas esas cosas a las que acostumbran a las señoritas casaderas.

Pero la niña Mona despreciaba todas esas cosas. Cada vez que podía se ponía pantalones, calzaba botas y cabalgaba por los potreros. Jugaba dominó con los peones y hasta los agarraba a golpes cuando se insubordinaban. Doña Chole se ponía furiosa con los desplantes de su hija, e hizo traer, desde Guatemala, a una maestra de tejido con agujas para que enseñara a su hija ese femenino oficio.

La niña Mona casi se dormía con sus lecciones de tejido, y despotricaba en contra de su madre por someterla a tan aburridas lecciones. Cuando la escuchaba, la madre gritaba a su hija: “¿no mirás que todo lo hago por tu bien?”, las mujeres necesitan un hombre que dé la cara por ellas y vos no parece que vayás a conseguir nada con esas tus costumbres de machorra. La niña Mona respondía con leperadas e incluso llegó a mentarle la madre a su propia madre, en presencia de la instructora guatemalteca.

Para no hacer más grande el conflicto, doña Chole se marchaba del lugar, repitiendo en voz alta “cría cuervos y te sacarán los ojos, cría cuervos y te sacarán los ojos”.

Cierta tarde, doña Chole oyó un alboroto en el salón de costura del casco de Santa Isabel. Acudió de inmediato y la guatemalteca acusó a la niña Mona de haberse propasado con ella. Con desprecio, la dueña de Santa Isabel volteó hacia su hija y le espetó una vez más “cría cuervos y te sacarán los ojos”. Al escuchar por enésima vez aquella sentencia, la niña Mona, sin meditarlo, tomó una de las agujas de tejido que usaba su instructora y, sin compasión,  saco de su cuenca primero uno y luego el otro ojo de su madre.

Ciega, doña Chole permaneció el resto de sus días tropezando con los muebles de su casa, mientras sus yernos administraban y se repartían su finca. A la niña Mona se la llevaron las autoridades y nunca más nadie volvió a saber de ella. Algunos dicen que sigue presa, pero la mayoría sabe que fue ajusticiada mediante la ley fuga por haber cometido tan horrenda acción.