Democracia o utopía  

Por Juan Rivero Valls

 

Qué tal si deliramos por un ratito

qué tal si clavamos los ojos más allá de la infamia

para  adivinar otro mundo posible.

 

Eduardo Galeano (La Utopía, fragmento)

 

 

Las elecciones recientes que acaba de vivir el país y que dejaron, por vez primera una figura que, al parecer, tendrá cada vez mayor relevancia, las candidaturas independientes, han sido objeto de múltiples comentarios y han sido incorporadas en las reformas a los códigos electorales estatales donde se celebrarán elecciones este mismo año; en algunos, como en Chihuahua, para ser considerado “independiente”, es menester demostrar que no se ha participado en partido alguno en los últimos tres años; en otros, como en Veracruz, los candidatos “independientes” a las alcaldías, solo podrán presentar a su síndico, ya que las regidurías se repartirán entre los partidos políticos en contienda, aunque hubiesen perdido.

El escritor veracruzano, y mi amigo, Roberto Peredo, hizo hace pocos días una interesantísima reflexión al respecto que subió a su cuenta de Facebook y que reproduzco: “Que nos está costando trabajo deshacernos del concepto de democracia que los  políticos quieren que se sostenga. Democracia es autogobierno, gobierno de la     gente, gobierno de y desde cada uno. Cuando los representantes (es decir, los     servidores en turno) empezaron a eternizarse en el puesto, la democracia dejó de serlo, porque los gobernantes (es decir, el pueblo, nosotros) dejamos de gobernar y nos desentendimos de nuestras obligaciones por lo cómodo que resultaba que   otros se encargaran del molesto acto de gobernar (administrar, ordenar, legislar,   etc.). Volver a la democracia implica, por tanto, desaparecer al político (y a la        política como profesión o como oficio). Volver a la democracia no es que se          permitan candidatos independientes; volver a la democracia es (si se quiere hablaren esos términos) sólo tener candidatos independientes”.

Si partimos del concepto tradicional de democracia, esta reflexión es más que razonable; sin embargo, no deja de ser una utopía a la que siempre querremos llegar, y es que el sistema que se ha construido (nótese que evité la palabra “hemos”) no es, precisamente, para favorecer a la gente, sino al grupo dominante y, de ahí la creación de los partidos políticos que, cada vez más, se alejan de la gente, a pesar de que argumentan una inexistente cercanía.

En nuestro país, donde adoptamos el sistema partidista para elegir a nuestras autoridades, se comienza a abrir a nuevas y diferentes alternativas como las candidaturas independientes, pero no como un ejercicio democrático, sino como el reflejo del hartazgo de la población hacia las políticas públicas que, un día sí y otro también, arrojan reglamentos y leyes que sólo sirven para extorsionar a la población y no para guiarla y protegerla.

Se supone que los diputados, por ejemplo, son “nuestros representantes ante el Congreso, nuestra voz” dicen, pero al momento de proponer y aprobar alguna reglamentación, no consultan a la gente de su distrito y solo levantan la mano para aprobar lo que la dirigencia del partido les indica, aunque esa disposición afecte severamente a la gente que presumen representar; y si bien alguno que otro mantiene “oficinas de gestión” en sus distritos, se trata en general de oficinas en donde nunca están y a las que solamente acuden algunos grupos de ciudadanos que necesitan la pavimentación de una calle o la introducción de servicios en sus colonias, pero no para hablar sobre el verdadero y real sentido de la diputación: Hacer leyes.

Una muestra clarísima se está dando en Veracruz, donde la legislatura aprobó un reglamento de tránsito absurdo y simplemente recaudatorio y ahora algunos diputados que lo aprobaron en su momento lo critican ¿Pues dónde estaban en el momento de su creación y votación? Y eso solamente demuestra que los legisladores, lejos de representar a la comunidad, solamente sirven para levantar la mano a la orden del amo.

Los partidos de oposición, de cualquier signo, por su parte, lejos de establecer una discusión y tratar de convencer a quien propone algo, optan por la graciosa huida y se salen del salón de plenos al momento de votar, como si eso los eximiera de su responsabilidad al dejarle “toda la carga política” al mayoritario; y es que tal vez saben que los que mantienen la mayoría responderán a la voz de quien les manda, aunque de antemano sepan que están equivocados.

 

Alguien se preguntará, por supuesto, ¿cómo resolver tan terrible entuerto? Pues bueno, el primer paso se dio ya a través de las candidaturas independientes, aunque éstas no lo sean del todo pero, cuando menos, no se tratará de la imposición a rajatabla de un partido político sobre la opinión de otros institutos; pues, mal que bien, ese candidato independiente que logra llegar al Congreso, no tendrá una dependencia tan profunda de algún partido. Yo creo que es una figura que habrá que ir mejorando cada vez porque, de alguna manera, perder la esperanza de que las cosas sean mejores para todos, sería como perderlo todo.