Niños ucranianos libran la guerra, no el terror migratorio en EU

Al menos 50 menores que huyeron de la invasión rusa fueron separados de sus cuidadores al llegar a la frontera sur estadunidense. Agentes los enviaron a refugios en donde les confiscaron sus pertenencias y comparten “celda” con varios connacionales

Agencia Excélsior

LOS ÁNGELES.

Después de que Iryna Merezhko convenció a su herma­na en Ucrania de que su pequeño sobrino debía irse con ella a Los Ánge­les, California, hasta que la guerra terminara, ella recorrió medio planeta para ir por él.

Le dije que iría de vaca­ciones a California”, recordó. “Íbamos a ir a Disneylandia, los Estudios Universal y la playa”.

El adolescente, Ivan Yeres­hov, de 14 años, logró llegar con ella a Tijuana, en Méxi­co, a principios de mes, para unirse a los miles de ucrania­nos que esperan en la frontera que se les otorgue un permiso para entrar a Estados Unidos.

Merezhko llevaba un poder notarial que atestiguaba que la custodia de Ivan había sido entregada a su tía, pero un agente migratorio le informó que Ivan no podía entrar con su tía, porque no era su madre.

Nos dijeron que nos sepa­raríamos por uno o dos días”, dijo Merezhko, quien recordó que abrazó a Ivan cuando su entusiasmo inicial se convirtió en consternación.

Pasaron 10 días antes de que ella supiera su paradero. Sigue enviando documentos a agentes de Migración para poder reencontrarse con Ivan.

Decenas de niños ucrania­nos han sido separados de fa­miliares, amigos o hermanos mayores con quienes viaja­ron a la frontera sur confor­me a una ley concebida para evitar el tráfico de niños mi­grantes. La ley, en vigor desde 2008, exige a las autoridades fronterizas estadunidenses que coloquen a los “meno­res no acompañados” en re­fugios del gobierno, donde deben permanecer hasta que sus tutores hayan sido inves­tigados y aprobados.

Los más afectados por la ley han sido los niños centroamericanos que a me­nudo huyen de la violencia de las pandillas, pero esos ni­ños suelen conocer la política desde antes y saben que serán puestos bajo custodia tem­poral. En el caso de los ucra­nianos, la separación de sus cuidadores ha sido un giro in­esperado en su huida de una zona de guerra.

Estas separaciones son diferentes a las de 2018, año en el cual el gobierno de Trump separó a los niños de sus padres con la inten­ción de desalentar los cruces fronterizos.

Imagínense: los padres de algunos de estos niños murieron o están en comba­te; están traumatizados por la guerra y el viaje”, explicó Erika Pinheiro, abogada de Al Otro Lado, un grupo de apoyo a migrantes que traba­ja con solicitantes de asilo en Tijuana, una ciudad fronteri­za que se encuentra frente a San Diego. “Luego los sepa­ran de la familia, no entien­den por qué, y los envían a un  refugio donde el personal no habla su idioma”.

Las autoridades estaduni­denses no han dado a cono­cer cifras sobre cuántos niños ucranianos han sido separa­dos de sus cuidadores, pero voluntarios que trabajan con los refugiados dijeron haber contado al menos 50.

El Departamento de Segu­ridad Nacional informó en un comunicado que la ley con­tra el tráfico de personas de­fine a cualquier niño que no esté con un padre o tutor legal como “menor no acompaña­do” y exige que sea trasladado a un refugio del gobierno para su cuidado y custodia, y que sea evaluado para detectar signos de tráfico de personas.

La ley exige que se inves­tigue a cualquier posible tutor antes de reunirlo con el me­nor para protegerlo contra la trata y la explotación de niños vulnerables”.

El mes pasado, Molly Su­razhsky, hija de inmigrantes ucranianos, acompañó a Liza Krasulia, de 17 años, cuya ma­dre es una amiga íntima de la familia, desde donde había escapado de la guerra en Po­lonia hasta la frontera sur de Estados Unidos.

Surazhsky, de Brooklyn, dijo que había consultado a un abogado de Inmigración en Nueva York que le dijo que no habría problemas. Llevaban una carta notariada del padre que autorizaba a Surazhsky a cuidar de Liza.

Pero el 30 de marzo, en la frontera, los funcionarios di­jeron que tendrían que rete­ner a la menor hasta dos días.

Dijeron: ‘La tratarán me­jor que a nosotros’”, recuerda Surazhksy.

Liza se sorprendió y co­menzó a sollozar.

Le dije: ‘No te preocupes. No me voy a ninguna parte sin ti’”.

Tras registrarse en un ho­tel de San Diego, Surazhksy recibió una llamada de Liza, que para entonces estaba aún más angustiada. Los agentes habían confiscado el teléfono de la menor, equipaje, un libro y las agujetas de los zapatos. La menor compartía una cel­da en la frontera con 25 mu­jeres y niños de Ucrania, Rusia y otros países que intentaban dormir en el suelo con sólo unas delgadas mantas de pa­pel de aluminio para cubrirse.

Pasaron unos días hasta que Surazhsky se enteró de que Liza había sido traslada­da a un refugio para niños mi­grantes en el Bronx.

Surazhsky presentó 40 páginas de documentación y huellas dactilares y esperó la aprobación para acogerla de manera oficial.

El lunes le informaron que Liza saldría del albergue al día siguiente, tres semanas después de haber cruzado la frontera.

Aunque comprendo la necesidad de investigar a los cuidadores, el gobierno debe buscar una mejor manera de hacerlo sin infligir más trau­mas a los niños”, dijo Surazhs­ky, artista textil.