El banco de Chiapas, pionero en Tuxtla

El banco de Chiapas, pionero en Tuxtla

Por Valente Molina.

Para 1897, cuando en México surge por mandato del presidente Porfirio Díaz la Ley General de Instituciones de Crédito, la cual impulsaba la apertura de bancos locales, Chiapas vivía un proceso de cambios políticos y sociales. Hacía apenas cinco años que Tuxtla Gutiérrez había sido nombrada capital definitiva, generando múltiples reacciones entre grupos de liberales y conservadores.

Fue hasta el 25 de febrero de 1902 cuando con una modesta celebración, se establece en Tuxtla el primer banco de emisión, el cual fue abierto por la inversión de un grupo de norteamericanos que pretendía generar circulante para apoyar un proyecto ferroviario en la costa y que con el apoyo de gestores como Enrique C. Creel y José Mora ligados al presidente Díaz, consiguieron la concesión. 

El banco se instaló en una vieja casona hecha de adobe que había sido una escuela católica, se distinguía por su estilo de construcción neocolonial con grandes ventanales en arco, ubicada en la Calle del Estado y Avenida México (hoy Calle Central y Primera Sur). Su Presidente fue Walter Everett; Gerente General, Fremont Everett, Tesorero, Edwad B. Everett y el cajero Alfred B. Lyon, todos originario de Nebraska.

La institución fracasó totalmente en sus dos primeros meses de actividad, hubo nulos ingresos y los nuevos billetes no tuvieron aceptación; la gente desconfió del banco pues en Tuxtla las actividades comerciales se basaban en la moneda guatemalteca conocida como cachuco y las tiendas que pertenecían a conocidas familias como la Casa Farrera, Gout o Cueto, fungían como instituciones bancarias tradicionales, dando préstamos a quienes podían solventarlos. También proliferaban los prestamistas o usureros, sui generis personajes y albaceas del dinero de todos, que cobraban réditos altos, era una actividad redituable.

En mayo de 1902 los norteamericanos traspasaron el banco a Ramón Rabasa Estebanell que se desempeñaba como tesorero general del gobierno de Rafael Pimentel. Rabasa era la persona idónea para levantar el Banco, conocía el manejo de las finanzas estatales y el comportamiento económico del estado desde que regresó de Europa, cuando se dedicó a fomentar inversiones, además fue jefe político por unos meses en 1898 y era influyente con los adinerados de Tuxtla. 

Rabasa renunció al cargo gubernamental y reorganizó la estructura del BCh con un grupo de accionistas locales en el que continuaron Enrique C. Creel y José Mora. Subió de posición a Ciro Farrera, incorporó al adinerado Carlos Meyer y designó a Rafael Selvas como cajero; Clemente Castillo siguió como inspector bancario federal y recontrató al cintalapeco

Carlos Moguel como escribiente. Además nombró agentes bancarios autorizados para recibir billetes, hacer giros y préstamos: Mariano S. Trujillo en San Cristóbal, Manuel E. Guzmán en Cintalapa, Enrique Rau en Palenque y Chilón, los señores Schauenburg y Meyer en Comitán, R. Corzo en Chiapa de Corzo y M. Forteza en Pichucalco.

En esta nueva etapa, el Banco de Chiapas tuvo buenos resultados, empezaron circular los billetes de valor de cinco y diez pesos. Rabasa estableció préstamos al gobierno estatal apegado a una normatividad interna que él elaboró sin transgredir la ley bancaria nacional. Al finalizar 1903, la institución reportaba en caja un total en efectivo de 132 mil 703 pesos; las cuentas de deudores sumaban 256 mil 637, depósitos por 3 mil 691 y los créditos diversos ascendían a 36 mil 583.

Los informes del BCh dan a conocer que no les afectó la Reforma Monetaria de marzo 1905 decretada por el Ministro de Hacienda, José Yves Limantour, consistente en cambiar la moneda nacional a oro. Por el contrario, el banco se fortalecía con los préstamos y jugosos intereses que recibía de las localidades y de los particulares.

Para 1906 Ramón Rabasa es designado Gobernador y deja la institución en manos de cuatro consejeros propietarios: Rómulo Farrera, Juan B. Brenchley, Enoch Paniagua y Carlos Tiedemann; y como suplentes: Antonio Rancé, Leopoldo Gout, Noé Vázquez, José Manuel Velasco y Federico C. Serrano. Por su parte, Ciro Farrera y Carlos Meyer renunciaron a sus puestos de consejero propietario y suplente, respectivamente

Como gobernador Rabasa abrió una cuenta corriente con el banco que él mismo dirigía discrecionalmente; con estos recursos concretaría sus proyectos modernizadores. Sin embargo, la situación económica estatal se tornó difícil y cada vez las arcas estatales no eran suficientes para atender las necesidades de las localidades. El mismo Rabasa gestionó, sin éxito, la instalación del Banco Nacional Municipal. 

Pero a mediados de 1906 el Banco Nacional de México instaló en Tuxtla una sucursal como parte de su proyecto de expansión, cuyo gerente fue Alberto E. Molina; José Fuentes Oviedo, cajero; Carlos Moguel, contador y el consultor Pedro del Cueto. El nuevo banco se instaló en la avenida República y calle Gamboa (hoy Avenida Central y segunda oriente) y ofrecía  servicios de giros a Francia, España, Alemania, Inglaterra y Estados Unidos. Su capital social de 32 millones de pesos.

Era evidente que la llegada del nuevo banco competía en el territorio del Banco de Chiapas y representaba una firma con renombre y presencia en todo el país, aunque la prensa local evitaba el tema de rivalidad bancaria y hablaba bien de ambas instituciones.

El Tuxtla de esa época empezaba a cambiar en su urbanidad. El Ayuntamiento encabezado por José María Palacios Zenteno dio facilidades para abrir negocios como la escuela de fotografía del alemán Geo Lerch. Se procuraron mejoras públicas como el servicio de recolección de basura contratado a Gilberto León, que iniciaba justamente en las puertas del Banco de Chiapas, eran cuatro carros tirados por mulas que recorrían la cuarta parte de la ciudad, de siete de la mañana a cinco de la tarde. Se logró el alumbrado con 60 focos de arco y 48 incandescentes para sustituir el sistema de petróleo. Se empedraron arterias importantes como las calles Gamboa, Matamoros, del Estado y la Avenida México (hoy segunda y séptima oriente, Avenida Central y Calle Central, respectivamente). Se remodeló el mercado público provisional, se colocaron 29 bancas de hierro en la Alameda del parque central que se mandaron pedir a la Ciudad de México y se encementó el parque.

Para 1907 las operaciones del Banco de Chiapas no eran las mismas e iniciaron una serie de cambios que reflejaron la decadencia. La institución cambió de sede dejando la vieja casona que ocuparon desde su fundación en la calle del Estado y Avenida México. Cambiar de sede era una estrategia para renovarse, pues los registros históricos señalan que la institución sufrió en abril de ese año una severa caída económica situada en los linderos de la insolvencia, la cual inició desde marzo de 1906. 

En 1907 la mayoría de los bancos regionales tuvieron una caída económica como resultado de la repercusión de la crisis de Estados Unidos de Norteamérica, en donde el precio de los metales disminuyó, las tasas de interés se dispararon y el crédito se redujo. El pánico se apoderó de los usuarios bancarios quienes retiraron sus depósitos y reclamaron la conversión de billetes en monedas. Ese año el BCh sufrió una severa caída hasta quedar en los linderos de la insolvencia lo que demuestra hasta qué grado lo golpeó la crisis que contribuyó a su decadencia, pues parte de sus clientes eran finqueros y comerciantes, cuyas exportaciones disminuyeron por dicho fenómeno imposibilitándolos a pagar, lo que sucedió en todos los bancos de emisión del país. 

En 1908 la crisis norteamericana impactó a Chiapas de forma muy contrastante. El estado tuvo altas exportaciones y hubo fuerte capital norteamericano en inversiones, pero también había una realidad social alarmante. Las consignas públicas reflejaban la escasez de dinero y la prensa tildaba a los bancos estatales de “incompetentes” para solventar la crisis, particularmente en el sector agropecuario.

El fin del BCh llegó cuando repentinamente el presidente Díaz emitió, el 19 de junio de 1908, una reforma a la Ley Bancaria porque todos los bancos locales habían confundido y corrompido las operaciones de corto y largo plazo. Todos daban préstamos con altas tasas de interés y recibían abonos como si fueran prestamistas, lo cual era solapado en sus consejos directivos por las buenas entradas de dinero y propiedades que quedaban en garantía, de las que se adueñaban cuando los prestatarios no podían pagar los intereses. Esto generó que sus integrantes fueran renunciando poco a poco por el temor de ser perseguidos por la autoridad federal que ya iniciaba revisiones a en las arcas de cada banco

Pero en 1908 el Banco Oriental de México, con sede en Puebla, anunció algo que fue la estocada final. Anunció que absorbería los bancos de Chiapas y Oaxaca, cuando ya había adquirido casi la totalidad de las acciones de cada uno. El BCh no hizo en Tuxtla algún anuncio porque la prensa seguía con constantes consignas de su inoperancia. Solo Rómulo Farrera dio una declaración al periódico Mexican Herald dejando entrever los planes del BCh al decir que “la salida para los bancos pequeños es unirse a las grandes casas bancarias”. En enero de 1909 el Banco Oriental inició ante la Secretaría de Hacienda las gestiones de absorción expresando que el objeto era […] constituir un gran banco regional con elementos poderosos que pueda servir a los intereses de la industria y del comercio […]. 

Para finales de marzo el Gobierno de Chiapas liquidó los 9 mil 501 pesos que debía al decadente banco chiapaneco. El 7 de junio la fusión del BCh al Oriental quedó formalizada. La escritura se otorgó en la ciudad de Puebla el 21 de junio de 1909. Poca gente notó el cambió en Tuxtla y no hubo mucho alarde en la prensa, ya que continuaron despachando en las mismas reducidas instalaciones cerca del parque, pero ahora como una gris sucursal muy poco socorrida y casi abandonada. 

Así terminó la historia del Banco de Chiapas, casi en el anonimato, la primera institución que surgió con el siglo XX y que a pesar de las crisis, incorporó a la sociedad a una nueva dinámica de transacciones, haciendo circular billetes y siendo un apoyo permanente del gobierno estatal, su caja chica. Un banco que, como diría Venustiano Carranza cuando en 1917 incautó y cerró todos los sobrevivientes bancos de emisión del país, “fueron negocios cuyas ganancias sólo vieron algunos particulares”.