Fragmentos de un planeta sin memoria; Arnoldo Kraus presenta su más reciente libro

El escritor y médico habla de su más reciente libro, La vida, un repaso, que será presentado por Roger Bartra, Vicente Quirarte y Rafael Pérez Gay, el próximo 20 de marzo en la librería Rosario Castellanos del Fondo de Cultura Económica

Agencia Excélsior

El más reciente libro de Arnoldo Kraus, titulado La vida. Un repaso, es un canto a la memoria y al desasosiego, una flama que se impone al vértigo de la migración y a la desaparición forzada que imponen las guerras y todas las formas de violencia en el mundo; es un diálogo con el pasado y bajo el peso de su mirada cargada de nostalgia, lamenta que el mundo esté enfermo.

Este libro –que será presentado por el autor el 20 de marzo, a las 19:15 horas, en la librería Rosario Castellanos, acompañado de Roger Bartra, Vicente Quirarte y con la moderación de Rafael Pérez Gay– cuenta la historia de una familia judía que huye de la Segunda Guerra Mundial; es mitad ficción y mitad realidad, por eso en éste adquirí el nombre de una mujer, Olivia, pero quien escribe soy yo, donde la memoria se construye, sobre todo, a partir de duelos y pérdidas”, confiesa Kraus en entrevista con Excélsior.

Y añade: “Estas páginas cuentan la historia de una familia que emigró forzosamente y me permite regresar a una de mis obsesiones: ¿de qué sirven temas como la memoria y el conocimiento si en el año 2024 seguimos siendo testigos de hechos tan brutales como la guerra?

¿Si el mundo fuera uno de sus pacientes cómo lo diagnosticaría?, se le pregunta al también médico y autor de Apología de la morada.

El mundo está muy enfermo. Probablemente estamos en fase terminal. Acabo de mandar un artículo que titulé Planeta Tierra (que publicará en El Universal), en donde hago un repaso del cambio climático y observo que el mundo está enfermo por la humanidad como tal.

Ahí está Ucrania, Israel, (Jair) Bolsonaro, (Donald) Trump, el sátrapa que está en Nicaragua (Daniel) Ortega, Polonia, Hungría con gobiernos de ultraderecha. El mundo está enfermo. Claro que la naturaleza tiene sus cambios propios, pero hay dos enfermedades que aquejan al mundo: las guerras que libramos hombres contra hombres, y las guerras que libra el ser humano contra la Tierra, nuestra casa”.

¿Este relato podría aludir a muchos otros periodos de la historia?

Claro que podría y debería prolongarlo, por ejemplo, en la época en la que todos han sido maltratados: llámense Testigos de Jehová, personas con discapacidades mentales, homosexuales, gitanos y muchas otras poblaciones. La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945. Casi 80 años después somos testigos de fenómenos terribles, como las migraciones desde Sudamérica hasta Estados Unidos y, por supuesto, de África y Asia.

Entonces: ¿cuántas personas han muerto durante esas migraciones, en el mar o en manos de seres deshumanizados? Tendríamos que hacer un ejercicio de memoria, porque eso atañe a la condición humana que es un tema que me interesa, esa condición que es un poco contumaz y un poco sorda. ¿Dónde dejamos esas lecciones de la memoria? Para mí, la memoria es una escuela en donde hay que entrar y salir; en ocasiones tienes el derecho a olvidar, pero la memoria te llama, construye, evoca y te obliga a hacer cosas”.

¿Por qué le interesó mostrar las diferencias entre la migración forzosa y la migración elegida?

Porque al migrar forzosamente cortas un cordón umbilical de 100 o 500 años (de historia) y dejas unos dolores que, quizá, jamás podrás superar y pensarás en los miles de desaparecidos (por la guerra). Para mí, el peor suceso que enfrenta un ser humano es tener un desaparecido, situación que ahora vivimos en México in crescendo”.

¿Su libro profundiza en la memoria herida, pero también se abre al desasosiego? “Sí, la memoria herida significa que hacia atrás hay lesiones, dolores y duelos no resueltos y con eso debes seguir caminando. Mientras que el desasosiego y la melancolía también las llevo a cuestas, porque mi familia nuclear, tras las migraciones, se convirtió en cinco personas: mis padres, mis dos hermanos y yo, y siempre fue triste no tener primos ni tíos con quienes crecer en sociedad y jugar”.

Escribir es terapéutico y, sí, las palabras me sirven de mucho, así que todo ese universo de melancolía, desasosiego, memoria y resiliencia son una casa grande en la cual habito con frecuencia”, concluye.