De libros y alcohol

Por Fractal.

Como los mejores bebedores, me quedé picado con el mínimo recuento de temas literario cantineriles que hice en “De libros y cantinas”, en este mismo Oye, Chiapas, y cedo a la tentación de abrir la bibliografía a una breve nómina de escritores borrachos o de libros donde el trato con esta sustancia, cuyo nombre significa en árabe “el espíritu”, es el tema principal. Joseph Roth murió atado a la cama de un hospital luego de ser recogido en un bar parisino, a punto de sucumbir tras beber en serie, de las copas y vasos que tenía frente a sí: cognac, vino, absenta, cerveza. Acababa de culminar la escritura de La leyenda del santo bebedor, un apólogo de la embriaguez y sus virtudes, que narra en tono de hagiografía la aventura de Andreas, un clochard que habita bajo los puentes del Sena, quien debe cumplir una manda pecuniaria en el cepo de la pequeña iglesia de Santa Teresita de Liseux, patrona de pintores devotos. Está Muerte y muerte de Quincas Berro Dáguas, relato de Jorge Amado sobre la ejemplar decisión del respetable Joaquim Soares da Cunha, de abandonar una anodina existencia conyugal y burocrática, para irse a vivir entre borrachines, jugadores y traficantes de marihuana. “Quincas” muere dos veces en el mismo día para complacer a una familia que quiere un entierro presto y sin comentarios sobre la vida del muerto y a su pandilla de pícaros cómplices amorosos y bêbados. Deambúlan los fantasmas de Geoffrey Firmin, excónsul británico alcoholizado, que protagoniza en Cuernavaca, Bajo el volcán, junto con el del autor Malcom Lowry, igualmente ebrio durante los diez años en que escribió y vivió la misma historia. Existe o existió en Oaxaca la cantina El Farolito o La Farola, según versiones, pintada desde muchos ángulos con las pinceladas gruesas y exactas de Phil Kelly, quien me invitó un día a desayunar en la antigua Antequera; cuando llegue al lugar del encuentro, él estaba ya recibiendo su orden: medio vaso de mezcal blanco, una cerveza helada, sal de gusano y mínimas rodajas de naranja. Está el briago Bukoswi, cuya obra narrativa y poética se encarga sólo de temas esenciales: el alcohol, las mujeres, el sexo. De lo que he leído del autodenominado Hank, escojo Barfly, novela que como las arriba mencionadas ha sido llevada al cine –salvo la de Amado, aunque Gustavo Trujillo confirmar o desmentir el dato– y un breve poema llamado “Los mejores de la raza”. De este extraigo un fragmento: “parece que la/cosa más/sensata que una persona puede hacer/es/estar/sentada/con una copa en la/mano/mientras las paredes/blanden/ sonrisas de/despedida”. Por la intensidad del relato, aunque no está dedicado por completo al alcohol o la embriaguez, recuerdo también La balada del café triste, de Carson McCullers, en particular la descripción del whisky de miss Amelia, la dueña del café,  y su cualidad especial: “Se nota limpio y fuerte en la lengua, pero una vez dentro de uno irradia un calor agradable durante mucho tiempo. Y eso no es todo. Como es sabido, si se escribe un mensaje con jugo de limón en una hoja de papel, no quedan señas de él. Pero si se pone el papel un momento delante del fuego, las letras se vuelven marrones y se puede leer lo que contiene. Imaginen que el whisky es el fuego y que el mensaje es lo más recóndito del alma de un hombre: sólo así se comprende lo que vale la bebida de la señorita Amelia”. Salud.