LAS AGUAS BENDITAS DE CHIAPAS: Segunda parte

Por Manuel Zepeda Ramos 

José María López Sánchez, ingeniero civil egresado de la UNAM, ingeniero respetable, ex presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez, ex Secretario de Obras Públicas del gobierno del estado, tácito cronista de la capital de Chiapas  y profundo conocedor de la historia contemporánea del territorio que nos vio nacer, me hacía recordar hace pocas horas que, en 1957, don Adolfo Ruiz Cortines, el Presidente austero y honrado de México, decretó una veda a favor de la Comisión Federal de Electricidad sobre el río Grijalva y todos sus afluentes tributarios en los territorios de Chiapas y Tabasco, que a la fecha sigue vigente.

Eran épocas en donde se había definido que el río Grijalva habría de ser recipiendario de la obra civil más importante y majestuosa desarrollada en nuestro país y en América Latina -Malpaso se avistaba a la vuelta de la esquina-, en donde se construirían varias presas hidroeléctricas, de materiales graduados, que habrían de producir cualquier cantidad de Mega Watts al servicio del desarrollo nacional. Esta veda decretada quiere decir en buen castizo que el uso de las aguas del Río Grijalva y los ríos que desembocan en su cauce estarán al servicio exclusivo de la CFE para poder construir, libremente y sin ningún contratiempo, las obras hidráulicas tan necesarias para la consolidación del desarrollo industrial de nuestro país y para enriquecer la dotación de energía eléctrica para el consumo doméstico de los mexicanos.

Los chiapanecos que ya respirábamos en esta tierra prodigiosa que tanto amamos pudimos ver, primero de niños asombrados por la grandiosidad de Malpaso, luego de estudiantes de ingeniería como objeto de estudio en La Angostura  y después como profesionales de la ingeniería admirando el talento de los ingenieros mexicanos en Chicoasén quiénes, al igual que en las otras presas, fueron capaces de perforar largos túneles de 20 metros de diámetro dentro de los cerros para desviar al gran río que permitiera construir cortinas enormes -del lecho del Grijalva  para abajo y luego para arriba-, con materiales de diferente tamaño de la región que iban desde arcillas compactadas al cien por ciento a enrocamientos enormes, de varias toneladas de peso, en taludes diseñados que iban formando la gran cortina.

Han pasado ya un poco más de 60 años de la aparición del decreto que permitió, sin contratiempos, poder hacer la que considero la gran obra civil del México Contemporáneo. Pero también han pasado -lo digo sin ningún rencor de esta decisión absoluta de imperativo categórico kanteano, tan necesaria-, un poco más de sesenta años de que las mejores tierras de Chiapas empezaran a sucumbir bajo las aguas del desarrollo, de que hayan desaparecido pueblos históricos fundamentales para la memoria chiapaneca, de que no hubiera habido un trabajo sociológico bien hecho, profesional, para preparar a quienes habrían de perder su referencia con el pasado: cuántos cientos, ahora miles de tuxtlecos que algún día fueron de La Concordia, dejaron a sus muertos, a sus muebles nuevos comprados en Tuxtla con la indemnización recibida -son testimonios contados por los sobrevivientes, muchos ya desaparecidos-, porque nunca fueron convencidos de que la inundación de sus pueblos iba en serio y solo cuando tuvieron las aguas a la cintura y el King Size flotaba en el cuarto y al refri y a la estufa le pasaba lo mismo en la cocina y al nuevo compacto en el garage, fue cuando se enteraron de que todo estaba perdido. Cuántas familias a quienes les construyeron sus casas en nuevos asentamientos terminaron viviendo en su jardín con su fogón y piso de tierra, como a ellos les gustaba. La sala comedor la convirtieron en bodega de maíz en donde se sentaban a platicar por las tardes en grandes calabazas antes de que las hicieran dulce, porque los proyectistas de la Ciudad de México jamás se tomaron la molestia de venir a ver cómo vivían los campesinos chiapanecos y cómo habitaban en su arquitectura vernácula con sus horcones, adobe y bajareque.

Ya ni hablar de los “grandes beneficios” que nos ha traído a nuestros hogares el servicio doméstico de luz a lo largo de muchos años, desde que en Chiapas somos grandes generadores de energía eléctrica para el desarrollo nacional. Acaba de aparecer un beneficio: recibiremos a la burocracia completa de la CFE, con todo y sus familias. Dicen que son 60 mil burócratas, más la prole respectiva. Por lo pronto, que la CFE diseñe sus casas -habrá que hacerlas, un volumen de ese tamaño no existe en Tuxtla y sus alrededores-, con los mismos que diseñaron las de los campesinos que se quedaron sin tierra por el embalse de La Angostura. No sea que les vaya a dar calor. También se necesitarán escuelas nuevas.

Ya pasó. La gran obra hidráulica está concluida. Las primeras presas se están acercando al cumplimiento de su vida útil. Es tiempo de pensar cuántos de los antiguos campesinos encontraron en los embalses una gran posibilidad de cultivar peces para el mercado nacional e internacional, como sí se hace en otras cotas nacionales.

He volado el vaso de La Angostura. Sus doscientos kilómetros de largo me impresionan y se me ocurren muchas acciones en el turismo. Ahora, con el conocimiento que todos tenemos de Rusia por su gran poder de promoción turística, veo el Mar Negro tan grande, tan lleno de hoteles y lugares para la práctica del turismo de Naturaleza y me pregunto: ¿Por qué no?

Creo que ese decreto de la veda de El Grijalva y sus ríos tributarios debe ya de concluir.

Necesitamos a nuestro gran río para tareas nuevas.

El gran río de los chiapanecos deberá de volver a ser nuestro.

Llegó el tiempo de regar las tierras de Chiapas.