RAZONES 10/07/18

 

¿Quién le dice a AMLO que está equivocado? 

POR JORGE FERNÁNDEZ MENÉNDEZ 

Las ocurrencias son parte de cualquier campaña electoral, acompañan a cualquier candidato que debe dar tres, cuatro discursos diarios durante meses, dan y quitan votos, pero casi todos son conscientes de que las ocurrencias no pueden convertirse en un programa de gobierno.

 

En la muy tersa, casi de terciopelo, transición que se está escenificando durante la última semana, hay muchos capítulos en los que el virtual presidente electo, Andrés Manuel López Obrador se ha manejado con extrema cautela y certidumbre. Pero cuando caemos al tema de la seguridad, tanto personal como pública, pareciera que entramos en un mundo raro, donde las decisiones no se toman pensando en esa cautela y certidumbre que caracteriza otras áreas.

No es responsabilidad de quienes están encargados de la misma, como Alfonso Durazo, sino del propio presidente electo que está trasladando fobias del candidato a su nuevo estatus institucional, porque el Presidente de la República es una institución que debe regirse como tal.

Todos hemos visto las imágenes de un presidente electo rodeado de periodistas, curiosos, cámaras, micrófonos, sin ningún orden ni concierto, sin protección personal, a centímetros de sufrir o provocar un accidente cada vez que quiere trasladarse a algún lugar. No se trata de alejar a López Obrador de la gente, pero sí debe tener una seguridad mínima y profesional. No se la ha podido establecer desde hace una semana porque por alguna razón, López Obrador no quiere, a pesar de que todos en su equipo son conscientes de lo delicado de ese abandono en seguridad.

El tema tiene un origen: el presidente electo, entre varias otras ocurrencias, ha dicho que desaparecerá el Estado Mayor Presidencial, luego especificó que lo reintegrará a la Sedena, pero de todas formas ha dicho que no tendrá seguridad de ese cuerpo militar especializado. Alfonso Durazo, interrogado sobre el tema, salió con otra ocurrencia, que sería cuidado por “civiles con experiencia”. Hombres como Durazo, que han trabajo en las más altas posiciones en Los Pinos deberían ser los primeros en decirle a López Obrador que el EMP no es un grupo de custodias que cuidan al Presidente y a su familia. Es un cuerpo especializado, muy eficiente, que cuida al Presidente, pero también el que organiza sus actividades, protege a mandatarios extranjeros, tiene el enlace con instituciones similares en el extranjero, controla comunicaciones, traslados, equipos, el patrimonio de la propia Presidencia. Estamos hablando de miles de hombres y mujeres que se han especializado durante años en esa labor y que la cumplen profesionalmente con quien sea el Presidente en funciones. No hay en el Estado mexicano ninguna institución o grupo de “civiles con experiencia” que esté en condiciones hoy de hacer algo similar. ¿Quién cuidará y organizará las labores de la Presidencia sin EMP? Quién sabe, lo que es seguro es que no será posible hacerlo con seguridad y eficiencia simplemente improvisando.

Dice el virtual Presidente electo que no utilizará ni el avión presidencial ni la flota aérea de la Presidencia, que volará en vuelos comerciales. Es otro error. No es un tema de austeridad, mover al Presidente y a su equipo en vuelos comerciales terminará siendo mucho más caro, más ineficiente e inseguro que hacerlo en los equipos del Estado mexicano (que insisto: no son del Presidente, son del Estado y, por eso, están a su disposición). Imagínese además, los pobres pasajeros que tendrán que estar a expensas de la llegada o el movimiento de un jefe de Estado en su vuelo nacional o internacional. Dice que no utilizará los helicópteros para sus traslados. López Obrador, mejor que nadie, sabe que para llegar a comunidades en la sierra o la selva se puede tomar horas en traslados por tierra a pesar de estar sólo a unos kilómetros de distancia. Sobra decir el grado de inseguridad e ineficiencia que eso implica.

Siempre recuerdo que Luis Donaldo Colosio tuvo una idea similar al iniciar su campaña hace 24 años. Su primera gira era a la huasteca hidalguense, decidió ir en una camioneta, con parte de su gente siguiéndolo en caravana. Se perdieron en los caminos de la huasteca, estuvieron cuatro horas dando vueltas mientras la gente los esperaba bajo el sol en Huejutla. Fue un desastre que, por la aversión de Donaldo a la seguridad y a verse demasiado controlado, nunca se arregló del todo. Ya sabemos cómo terminó la historia meses después en Lomas Taurinas, custodiado (¿recuerdas estimado Durazo?) por un grupo de “civiles con experiencia”.

Dice el presidente electo que no vivirá ni utilizará la residencia oficial de Los Pinos. Es como si Trump decidiera que ya no despachará en La Casa Blanca y decide poner sus oficinas en la Torre Trump. Es verdad que despachar en Palacio Nacional no es un desdoro, pero no es eficiente ni práctico porque toda la infraestructura que requiere un jefe de Estado mexicano está, desde que se instaló allí don Lázaro Cárdenas, en Los Pinos: no se trata de sentarse detrás de un escritorio a recibir gente. Hay equipos de comunicación, de logística, salas para reuniones de emergencia o confidenciales, infraestructura para recibir gente, invitados, organizar reuniones. Es verdad que todo eso se puede montar en Palacio Nacional o donde sea, pero hablando de austeridad ¿qué sentido tiene gastar cientos o miles de millones de pesos en montar en otro lugar toda una logística que ya existe y que está a disposición del Presidente en turno?

Puede ser válido que no quiera vivir en Los Pinos, pero cualquiera que sea su vivienda implicará montar equipos e instalaciones mínimamente similares, además de ser un verdadero riesgo personal y familiar para él y para quienes vayan a ser sus vecinos.

Los hombres y mujeres que están junto a López Obrador lo saben, saben que es un error, que así no son las cosas, que se está poniendo en riesgo él mismo y a las instituciones que representa, con argumentos u ocurrencias que no se condicen con un jefe de Estado mexicano que además llegará al poder con legitimidad y abrumadoras expectativas sociales. Alguien le tiene que decir al virtual Presidente electo que está equivocado. ¿Nadie de los suyos se atreve?