Carrusel  

Por Yoab Samaniego B.

 

Adelante hijo... eres luz, siempre brilla...

Es odioso, lo entiendo. Abres el periódico y lo primero que quieres hacer es encontrarte con la columna que te prometieron y ver qué tal escribe el nuevo columnista sólo para darte cuenta de que eso no será posible. Al menos no el día de hoy.

Y es que con disculpas anticipadas debo, necesito ceder este espacio a la pluma de mi padre, que ya no está aquí pero la dejó para la posteridad. Es un homenaje que además me honra ver aparecido en la edición impresa de Oye Chiapas. Así pues, les agradezco a todos mis nuevos lectores y espero que nos encontremos en este espacio todos los lunes…

 

 

Acabo de despertar.

Una siesta vespertina. Una hora. Me dormí profundamente.

Hoy para mí amaneció más temprano. A las seis ya estaba levantado. La puerta de tu cuarto estaba cerrada. Adentro, tu... ¿Soñabas?

Tu última noche, tu última madrugada aquí, en casa, tu casa.

Y sí, la verdad, ya desde esa hora me invadió una dulce tristeza. Sentía, siento como cosquillitas en el pecho, como si lloviera en mi interior.

Pero no, no he llorado, hasta el momento.

No, nada de malo tiene hacerlo.

Sin embargo, cuando me despedí de ti lo hice rápido. Un beso en tu mejilla. Un abrazo. No hubieron palabras mías, no quería que se quebraran, no deseaba que te llevaras esa imagen.

Fíjate que cambié de planes.

Había pensado que estaría fuera de casa hasta muy noche, hasta que tu mamá estuviese aquí.

Pero me dije a mí mismo: "Mí mismo, pues tienes que enfrentarlo, debes estar ahí, de una vez, y saber lo que se siente..."

Y se siente, se siente...

Sí, siento la soledad, me grita el silencio, me envuelven los recuerdos...

Aquel día, tu hermana y tú estaban con la abuela en el lobby del hotel en Cancún. Yo llegaba de Chetumal. Fui a hacer un reportaje, quedé en encontrarles para pasar juntos las vacaciones.

No se dieron cuenta que ya estaba ahí. Su abuela sí me vio. Les dijo que cerraran los ojos, que aventaran una moneda a la pequeña fuente, que contaran hasta tres y que tendrían una sorpresa.

Lo hicieron. Y cuando abrieron sus ojitos, tu voz salió espontánea, jubilosa: "¡Papitooooo!". Me abrazaste, te cargué.

Ese día fuimos al mar. Yo les llevaba tomados de las manos. Les dije que no había que tenerle miedo, sí respeto. Entramos. Sabía que les transmitía seguridad.

No les dije la verdad, que yo no sabía nadar. Y desde luego que cuidé de no irnos muy allá, a lo hondo, de siempre estar pisando la arena. No sentía miedo. Sí la responsabilidad de llevarlos conmigo, de que ustedes creían en mí.

En cuanto pudimos, los metimos a clases en la Nelson Vargas, aprendieron, nadan muy bien.

¿Te acuerdas cuando te dictaba parte del que fue mi anterior libro? Estábamos allá arriba, en el despacho. Pero en algún momento te di la espalda, fui al balcón, jalé aire, controlé el llanto.

Íbamos en un capítulo sobre una etapa difícil en mi vida, cuando tuve que cruzar el desierto, me quedé sin muchos que se decían mis amigos, salí de El universal, mi sueldo se redujo drásticamente, tuve problemas para traer el dinero necesario. Nunca se los dije tampoco. A veces comía una torta nada más, para ahorrar. Aceptaba cuanta invitación me hacían. Viajaba casi dos horas, en microbuses.

Conté, te dicté, que sin embargo, una noche llegué. Ya estaban dormidos. Los miré, les contemplé, me dije que tendría que luchar, que no me rendiría, que era por ustedes, con ustedes.

Me dijiste que por qué no te lo había platicado antes. Te respondí que no tenía caso preocuparles, amargarles.

Y aquí estoy. La tarde está nublada. Y en mis ojos también hay como que el principio de una llovizna.

Silencio.

Pero yo escucharé, quiero escuchar, recordar aquellas noches cuando entraba a casa, me llegaba la voz, tu voz: "¡Papitooooo!"

Creciste. Y decidiste partir. Quieres, necesitas andar, hacer tu camino.

Y no puedo detener el tiempo. Ese pequeñito travieso, inquieto, parlanchín, cariñoso, está en mí, conmigo, basta, bastará cerrar los ojos para encontrarlo.

Pero tu seguirás adelante. Llevas contigo lo que quieras llevar, nuestras charlas, nuestros consejos, no dañar, no ofender, no lastimar a nadie. Y mirar de frente. Y hacer todo con amor, convicción, para sentirte orgulloso de ti mismo. Y si caes, levantarte. Seguir.

Pero si necesitas que alguien cure tus heridas, que alguien te abrace, te hable, acaricie tu ya barbado rostro, también cierra tus ojos, cuenta hasta tres, y cuando los abras, puedes decir: "¡Papitooo!" Y me encontrarás. Porque siempre estoy, estaré contigo.

Y desde luego, acá está la casa, tu hogar, el lugar del que hoy saliste con la frente en alto.

No, no hay que tenerle miedo a esta vida que es mar, que es viento, que es bosque, es noche y es día. Pero hay que respetarla, y respetarte para que te respeten.

Y cuando puedas, cuando quieras, ven.

En este momento, sí, ya salieron las lágrimas. Y es que tu habitación está vacía. Y es que el silencio me grita.

Pero aquí estoy, aquí estaré.

Que Dios te bendiga.

Éxito.

Adelante hijo.

Historias, voces, susurros…

Y dicen que en la Ciudad de México a los presidentes de los distintos partidos les preocupa, les acelera la situación que se está dando en la tercera circunscripción (la misma en la que se encuentra Chiapas) porque enormes estrategas que comparten la visión de un gobernador han decidido pintar de verde el sureste del país, y se les puede hacer… habrá que ver los resultados este domingo y entonces, seguro, tanto que se hizo, contó y susurró en el INE será sólo historias, voces y susurros.

Caballitos y espejos

Dicen, no me consta que el voto nulo ayuda a los partidos grandes y perjudica a los chicos. Lo que sí me consta es que el que no hace, se hace así que por favor, por quién más les agrade o menos les choque pero voten.

 

 

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