Desesperanza colectiva; desesperanza aprendida

Por Juan Rivero Valls

 

La tradicional lucidez de los depresivos, descrita a menudo como un desinterés radical por las preocupaciones, se manifiesta ante todo como una falta de implicación en los asuntos que realmente son poco interesantes. De hecho, es posible imaginar a un depresivo enamorado, pero un depresivo patriota resulta inconcebible. 
Michel Houellebecq

 

 Quise comenzar utilizando esta frase del polémico escritor francés como epígrafe porque creo que en nuestro país, en estos momentos, vivimos una etapa de depresión generalizada, provocada por una visión negativa magnificada por los medios: vivimos en un país donde todo está mal, hasta lo que está ben, está mal.

 

En entregas anteriores he tratado el tema de las opiniones mayoritarias irreflexivas que llenan las redes sociales sobre la política nacional: todos queremos que el país cambie pero, al mismo tiempo, nos negamos a los cambios; se trata de una posición contradictoria que cuestiona cualquier acción que venga de la cúpula sin considerar si esas acciones son benéficas para todos o no.

Esa visión provoca enfado, desconfianza y, especialmente desesperanza y aunque ésta no es sinónimo de depresión o, cuando menos no la provoca de manera directa, si engendra un clima de tensión cada vez agobiante.

La desesperanza, a la que los psicólogos definen como “síndrome de Burnout”, término tomado de la física por analogía y que se refiere al momento en que un cohete agota el carburante como consecuencia de un calor excesivo, afecta a todas aquellas personas que ya no esperan algo mejor, que se conforman con lo que tienen o renuncian a sus sueños, pero existe una desesperanza colectiva.

Esto se convierte en un problema de salud pública; precisamente, el doctor venezolano Carlos Basanta González, especialista en salud pública y que estudia la problemática de aquel país, sumido mas que el nuestro en la desesperanza colectiva, nos dice que ésta puede ser inducida; cito: “…en la guerra y en la política se elaboran estrategias que conlleven a los enemigos, a los opositores y disidentes políticos a la desmoralización, es frecuente que gobiernos de tendencia totalitaria, expresen el poder, dando la sensación de que pueden hacer lo que le da la gana, el ambiente político Venezolano nos puede mostrar muchos ejemplos; el negar recursos a un hospital y decir que la causa es por estar en lugar gobernado por un opositor, no se puede ver como un error político, es un mensaje al colectivo, “de nada vale votar por el contrario, si aquí mando yo”, de allí que la desesperanza aprendida es una entidad individual y colectiva, con graves repercusiones sicológicas, físicas y sociales”..

Y en esta desesperanza colectiva los medios y, especialmente, las redes sociales juegan un papel preponderante: al crear una opinión pública mayoritaria que niega cualquier posibilidad de mejora y se va creando una repulsa a todo aquello que provenga de quien detenta el poder o de quien aspire a ello. En las últimas fechas hay mejoras innegables en la economía familiar; si bien es cierto que ésta no ha logrado su despegue, debe constarnos que pagamos menos por la energía eléctrica o por la telefonía, sin embargo, seguimos negándonos a aceptar cambios de manera irreflexiva; por el simple hecho de que la opinión mayoritaria nos ha impuesto la creencia de que en realidad estas acciones se tratan de negocios particulares que benefician tan solo a los políticos y su círculo cercano, dejando en la orfandad al grueso de la población.

Pero este descreimiento de todo lo que proponen los políticos no es privativo de quienes están en el poder; abarca e incluye a todos (o casi) los partidos sin importar el signo ni la propuesta de que se trate; es un reflejo brutal de la desesperanza que ha invadido infortunadamente a la población: todo está mal, ya no se cree en nada ni en nadie y no faltarán las voces que digan “el miedo no anda en burro” o algo parecido para justificar su desazón.

Podríamos preguntarnos entonces ¿estamos condenados a vivir en la desesperanza?; tal vez, como dice el mismo Michel Houellebecq “no hay que tenerle miedo a la felicidad, porque no existe”. Pero esto no es así; la única misión del ser humano en este mundo es ser feliz y esa desesperanza, esa depresión colectiva bien puede ser revertida a través de la única cura posible: la cultura.

Desde los años 60, la ONU incluyó entre los derechos humanos fundamentales los llamados de Tercera Generación o de “Solidaridad”. Estos derechos son. Derecho al desarrollo; Derecho a la paz; Derecho a un medio ambiente sano; Derecho a la información y Derecho a la libre determinación. Pero estos derechos son los menos socorridos y, por supuesto, los menos normados porque parten de la equidad.

 

Los principios para progresar y ser felices están ahí, escritos y aceptados por todos los países; es nuestro deber exigir su cumplimiento; es, a mi ver, la única forma de acabar con esta depresión generalizada.