Los cuadros profesionales, a prueba.

El punto de inflexión inminente que significa la formación de profesionales en las universidades de México para dotar de cuadros bien capacitados a la industria, el comercio, la salud y la conservación del medio ambiente -por tan solo mencionar a cuatro grandes rubros importantes-, que habrán de necesitar en un futuro mediato con la puesta en marcha de las aplicaciones de las Reformas Estructurales, se habrán de encontrar con obstáculos que urge eliminar.

 

Esta eliminación de obstáculos a que nos referimos, nos remite necesariamente a la cadena educativa que se origina en la enseñanza básica, en el CENDI, para pasar a la primaria y después a la secundaria de la mano con el bachillerato para llegar a la educación superior, la que habrá de concluir en la etapa de licenciatura y posgrado esta cadena señalada como la parte final de un todo que debiera marchar muy bien afinada, de manera similar a los mecanismos de reloj que los suizos han diseñado y puesto en práctica con singular calidad y que los ha distinguido a lo largo de la historia.

Toda esta argumentación aquí vertida surge de la preocupación que debiera invadirnos por este tema de los futuros cuadros profesionales que nuestro país habrá de necesitar en el futuro mediato y que habrá de convertirse en toral y en sinacuanon para el desarrollo de la economía nacional y la gran competitividad con las naciones emergentes del Planeta. 

Hace unas horas, la UNAM, la Real y Pontificia Universidad así llamada en estas líneas porque sus antecedentes históricos se remontan hasta la Colonia cuando era la Universidad que formaba a los cuadros religiosos que gobernaban a la Nueva España después de la conquista y así se llamaba; este portento de Universidad Nacional que está catalogada hoy dentro de las 100 mejores universidades del mundo, la que ha sido el Alma Mater de los cuadros políticos mexicanos que han gobernado a nuestra nación en prácticamente todo el siglo pasado, la UNAM pues, referente indiscutible para la Educación Superior en México, la del slogan ya inmortal: “por mi raza hablará el espíritu”, acaba de publicar los resultados de los alumnos  que fueron admitidos en el primer semestre  de las licenciaturas que ofrecen, después de haber presentado el consabido examen de admisión.

Los resultados son catastróficos.

De los 128 mil 519 aspirantes a una escuela de Educación Superior para estudiar una carrera profesional, solo fueron aceptados 11 mil 490 alumnos.

Quiere decir que este año quedan sin tener un lugar en la UNAM, nada más y nada menos que 117 mil 29 alumnos; reventados pues, que habrán de buscar nuevas opciones de Educación Superior -si  no quedaron decepcionados de su pésimo rendimiento escolar a lo largo de la cadena ya señalada líneas arriba-, en las universidades privadas diseminadas en toda la república o, de plano, tratarán de incorporarse al mercado laboral existente, en las opciones que haya y para trabajar de lo que sea para esperar prepararse, “a conciencia”, en el mejor de los casos, durante todo el año para intentar, otra vez, pasar el examen de admisión.

Esto no es nuevo. Sucede todos los años, en la UNAM y en todas las universidades públicas diseminadas a lo largo del país. Es un fenómeno social que preocupa a muchos y que ahora, con la demanda  real de cuadros profesionales necesarios para enfrentar el gran salto tecnológico que representa la puesta en marcha de muchos rubros de las Reformas Estructurales, llama poderosamente la atención.

¿Por qué sucede esto cada año?

Hay muchas variables que inciden, que no fenómeno porque está debidamente detectado.

La condición otorgada de “Título Nobiliario” a la obtención de un título profesional, así concebido en el seno de cada familia de la clase media mexicana y del medio rural, desde hace mucho tiempo. “Mi hijo será el Médico del pueblo, o el Ingeniero que hará el camino de acceso, o el abogado que habrá de llevar casos importantes en la Procu o  Notario Público”, dicen todavía un día sí y otro también los padres que desean lo mejor para sus hijos, viviendo todavía el desfasado siglo XIX que les tocó vivir a los padres de ellos, perpetuando la costumbre centenaria. Así, las carreras más demandadas siguen siendo esas: Medicina, Ingeniería, Leyes, Comercio. Al haber demanda, la oferta se restringe y los lugares se vuelven exclusivos, como las grandes peleas de box, para los que pueden hacer espléndidos exámenes como pasó en la UNAM en donde varios alumnos de Medicina resolvieron a la perfección las 120 preguntas de que consta el examen de admisión. Con esto, las universidades patito hacen su agosto ya que ofrecen, justamente, las carreras que son todavía las del prestigio familiar, las que los padres amorosos creen que son las buenas porque quieren lo mejor para sus hijos.

Hay carreras que cada año se quedan sin demanda, sin quién quiera estudiarlas, al grado de que si se presentaran los aspirantes que fueran, incluso con los conocimientos mal desarrollados, quizá lograrían cupo. Pero no es el caso porque de qué le sirve al país alguien que estudia una carrera sin tener las bases necesarias para ello y sin tener la mínima idea de lo que significa.

Llegó ya la hora inaplazable de crear nuevas opciones profesionales, acordes con las especializaciones que la modernidad exige. Las carreras innovadoras, las que permitan el desarrollo de especialistas en temas inimaginables para producir con la tecnología de punta y los conocimientos de vanguardia lo que el mundo exige. Esos profesionales serán los que se habrán de necesitar, son los que tendrán gran demanda en los próximos años porque serán las carreras profesionales y especializaciones que el desarrollo habrá de exigir para transformar al país.

Que sepan los padres de familia: El país ya no necesita más abogados, contadores y administradores. Necesita ahora ingenieros bien formados en las especialidades que la transformación de la energía demanda; necesita biólogos, ambientalistas y agrónomos de calidad para cuidar a fondo la destrucción de la selva y la sierra madre que albergan a las especies vivas de animales y plantas que garantizan la existencia de la vida, para poder cuidar al Río Grijalva reforestando las montañas por donde escurre, porque montañas sin árboles serán cerros pelones que no podrán surtir el agua necesaria para que el río emblemático de Chiapas no se seque y suceda la gran tragedia de lo que eso implica: su desaparición. Necesitamos médicos especialistas en obesidad y nutriólogos eficientes para salvar a nuestra juventud que hoy ocupa un honrosísimo primer lugar mundial en gordura,  que nos habrá de llevar a la catástrofe. Necesitamos maestros de educación física que coadyuven intensa y eficientemente a combatir la obesidad que nos flagela.

 

¿Lo entenderán así nuestras autoridades?