“Éramos diez, ahora nos falta Alex”

Una madre llora por perder al hijo que se había quedado soltero para cuidarla, mientras sus hermanas piden justicia para que no vuelva a ocurrir otra tragedia como la que el fin de semana mató a Alejandro en los arrancones de San Cristóbal.

 

La luz amarilla de las seis veladoras iluminan la foto desgastada por el tiempo, en ella se ve al fondo el estero y en primer plano la sonrisa de Alejandro en su viaje a Boca del Cielo, fue hace ocho años pero es la que eligieron para el altar donde la cruz negra revela su ausencia.

El cuarto es de hecho de tablas y láminas, es el número 136 de la calle Lucio Cabañas en la colonia 5 de Marzo, está a casi dos cuadras donde Alejandro Pérez Vázquez falleció el pasado 19 de abril luego que intentara cruzar el Eje 2 donde se realizaban arrancones y un auto tipo Dodge Charger lo embistiera y matara.

Dentro yace el altar donde su foto es acompañada por un cristo de madera y una cruz negra en diagonal, flores blancas lo adornan y cinco mujeres se encuentran sentadas en sillas de color celeste en donde recuerdan quién era el muchacho de 30 años, el hermano, el hijo y el sobrino.

Manuela se levanta y con su enagua azul y güipil blanco de holanes y cintas rojas estira su cuerpo para encender una veladora más en el lugar donde hasta hace unos días estaba la cama de aquel muchacho que trabajaba en una empresa de materiales de día y en una cafetería de noche, ella, su tía, fue la última que lo vio.

-Ahí vengo…- fueron las últimas palabras de Alejandro a su tía, mujer que sobrepasa los 60 años, no sabe cuántos tiene, en las comunidades no importa la edad y en sus tiempos no existían las actas de nacimiento.

-¿Dónde vas a ir?-

-A las carreras-

Alejandro volvió dos veces al cuarto de madera donde ahora lloran su muerte, volvió para entrar al baño pero ya no habló en tzotzil con su tía. Salió a las dos de la tarde del cuarto donde dormía, tres horas después sucedió la tragedia que ahora tiene flores marchitándose en velas cubiertas por vasos vacíos de cervezas.

Manuela vuelve a sentarse en el sillón rojo que tenía el joven dentro del cuarto, en las sillas Elena, Ofelia y Marcela acompañan a María, la madre que no habla español pero lo entiende, la madre con una mirada seria llena de lágrimas y que cuando volvió de su comunidad, se enteró de la noticia que horas antes su hijo ya estaba muerto.

María corrió cuando le dijeron que su hijo había muerto, no lo creía, ella tenía una leve esperanza de que el único hombre que quedaba en la casa aún estuviera vivo para pedirle su comida favorita, los frijoles, para ayudarle o para contarle de sus sueños, construir una casa ahora que apenas hace cuatro meses ya había terminado la preparatoria.

Pero no, su cuerpo voló por los aires ante la embestida del deportivo color naranja que llegó a su cuerpo a máxima velocidad y ese momento, el de su muerte, se volvió “famosa” en las redes sociales, todos vieron como no alcanzó a llegar al otro lado, menos sus hermanas, su mamá que ellas no ven tanto internet.

Llora, un lenguaje que no necesita traducción, se tapa el rostro y llora, habla en tzotzil y las lágrimas bajan sobre una piel dura y morena, sobre un rostro que carece de expresión ante la incredulidad de ya no tener cerca a quien le acompañaba en todo. El dolor acompaña el silencio que sólo se interrumpe por el canto del gallo que afuera busca gusanos en la tierra.

“Es triste porque hasta ahora éramos los diez hermanos completos, ahora no está Alex, nos falta”, interrumpe Marcela, cuatro años mayor que su hermano y quien tampoco puede aguantar que se le quiebre la voz.

Las mujeres se quedan calladas, mientras miran el retrato de su hermano, hijo y sobrino, pero es Ofelia la que anuncia un momento de sinceridad ante una situación que la acongoja, no sabe de leyes ni de política, pero una visita inesperada dejó a ella y a sus hermanas con una pena.

“Mire joven yo voy a hablar tantito, nos están diciendo que nosotros somos responsables…”

Fue durante el funeral de Alejandro cuando personas quienes se identificaron como familiares de los funcionarios detenidos por la Procuraduría General de Justicia del Estado (PGJE), Víctor Amezcua Vázquez y César Domínguez Gutiérrez, directores de Protección Civil y de Tránsito Municipal, a solicitar que retiraran la “demanda” para liberar a los presuntos responsables del homicidio por omisión.

“…Nos dicen que somos responsables porque están detenidos pero no es cierto. Que eso no tenemos que ver nada. No tenemos que ver nada, nos deslindamos de ahí, no somos culpables”, cuenta Ofelia.

“Eso quisiéramos, que se pudiera aclarar que nosotras no levantamos ninguna demanda en contra de las dos personas que estaban (Amezcua Vázquez y Domínguez Gutiérrez), porque hasta familiares vinieron a pedirnos a retirar la demanda” agrega Marcela.

No continúan, no entienden de leyes, pero se apenan por la salud de los funcionarios, pero ellas han estado más interesadas en la vida que perdieron, en que Alejandro ya no podrá construir su casa ni casarse a los 32 años que en los procesos legales. El gobierno no les ayudó, sólo a través de los abogados, el joven que iba conduciendo el coche fue quien otorgó recursos para los gastos funerarios.

La familia Pérez Vázquez lamenta lo politizado que se volvió el asunto, incluso el hecho de que existen versiones que indican que Alejandro no estaba tomado, aunque es algo que ellas no creen y consideran que es sólo para evitar que se sepa los excesos que hubo durante la celebración.

“Había mucho alcohol y no había seguridad, sólo las primeras cuadras con lazos, había de esas micheladas y todo era sin control”, relatan a través de lo que los vecinos les comentaban pues su madre llegó del municipio de Huixtán cuando se enteró de la tragedia.

“Lo único que queremos es que se agarre a los culpables, a quien organizó, si los que ahorita están presos no fueron, que los liberen, pero que agarren a quienes sí tienen culpa para que no vuelva ocurrir otra tragedia”, reclaman las hijas.

 

La choza se pierde entre casas de materiales, dos cuadras adelante, el nylon rojo que pusieron para que no se apagara las velas, se llena de arena mientras los crisantemos se van marchitando, la vida pasa normal en San Cristóbal de las Casas, sólo falta Alejandro.