Jesús Urbieta Palizada se reconcilió con sus raíces

El pintor juchiteco había renegado de sus orígenes y del estilo pictórico que caracteriza a su tierra. Expone permanentemente en la galería Óscar Román

CIUDAD DE MÉXICO.

Jesús Urbieta Palizada (Juchitán, 1985) es un artista rebelde. Esa condición lo llevó a asumir el seudónimo de Chu Huiini (Jesús el pequeño, en zapoteco) tratando de ocultar el apellido que heredó de su padre, también pintor pero fallecido cuando él tenía 11 años. Su desobediencia incluso, lo hizo renegar de sus orígenes y del estilo pictórico que siempre ha caracterizado a la tierra que lo vio nacer.

 

Hace cinco años el joven artista se jactaba de seguir la tradición de Basquiat y decía estar en contra de los cuadros que incluían iguanas, sapos o insectos, muy al estilo oaxaqueño. Este año cumplió 30 y dice haberse reconciliado con sus orígenes y con la herencia que le dejó su padre. Es un artista que comienza a despuntar.

“Estaba muy peleado con mi cultura, con mis paisanos, con Toledo, su trabajo que hacía, admiro mucho su trabajo, es el mero jefe, pero en ese momento estaba peleado conmigo, con todo lo que estaba haciendo. Pero ya después, a base de regaños entendí que hay que obedecer, hay que hacer caso”, dice en entrevista en la Galería Óscar Román (Julio Verne 14, Polanco), quien le representa en la Ciudad de México.

Chu Huiini creció en el ambiente netamente artístico de Juchitán, hurgando en el taller de su padre, a quien le aprendió —por imitación— a preparar los pigmentos y las telas. Sin comprenderlo, estaba germinando su propia vena artística, pero, antes de que terminara de surgir, sintió el lógico temor de cualquier adolescente al que le pesa demasiado su origen.

“Estaba también muy peleado con el apellido, el asunto es que soy Jesús Urbieta, y tenía miedo de hacer esto, los elementos que realmente sí tengo de mi papá; tenía mucho miedo de plasmar eso, pero me atreví y comencé a tratar pigmentos, porque yo también comencé haciendo acuarelas, todo era de mi papá. Ya después me metí con las telas y así poco a poco perdí miedos y decidí arriesgar”.

Hay en Urbieta un torrente de color, sus lienzos están plagados de un misterio seductor en el que habitan personajes fantasmagóricos que rápidamente remiten a la tradición artística oaxaqueña cimentada en artistas como Rufino Tamayo, Francisco Toledo, Rodolfo Morales o Sergio Hernández.

Aunque lo intentó, el artista no pudo sacar de su paleta esa gama de amarillos, rojos y azules de raíz oaxaqueña, ni tampoco la fantasía de las historias que alimentan el imaginario del estado del sureste mexicano.

“Ahorita algunos jóvenes de mi generación están muy apartados de ese estilo. Tengo un amigo, Sabino Guisu, que maneja la técnica del humo, que no tiene que ver con ver una obra de Toledo, de Tamayo y es muy criticado. Yo una vez dije que ya estábamos medio cansaditos de las iguanas, los sapos, las alas y los insectos; yo procuro no repetir ya esos elementos, soy mucho de hacer estos personajes y he tomado algunos elementos de lo que tenía mi papá también. Ese es el riesgo, pero eso no importa, hagas lo que hagas la gente va a estar encima de ti diciéndote cosas y sí han criticado mucho mi estilo, que si copio y eso”, dice.

Chu Huiini parece ya más sereno respecto a su posición juvenil. Afirma que simplemente busca trabajar. Si hay algo que nadie puede criticarle y poner en duda es que creció entre pinceles, pintura y lienzos. “Ya lo traigo, crecí con esto, todo lo que trabajé con mi papá, todo lo absorbía, todos esos elementos, colores. Es obvio que eso es lo que tienes acá dentro y tarde o temprano va salir, implica la influencia del padre, de cómo era Juchitán, todos los colores, de ahí viene lo que yo trabajo. Esto es mi vida, no sé, es donde me puedo soltar, es una manera de sacar todo, es mi vida y me gusta, me gusta mi trabajo; no sé, es todo”.