Expatriación perpetúa

Por Nizaleb Corzo.

Migración. Hasta en los libros de texto gratuito se explica el fenómeno social más ofensivo e inhumano que se desarrolla desde hace décadas en la frontera norte de nuestro país. De acuerdo con Oxfam México y el Censo de Población y Vivienda más reciente, se sabe que son más de 30 millones de mexicanos los que residen en Estados Unidos. Además identificaron que constituyen el 64.9 por ciento de la población hispana total. Menos de la cuarta parte ha podido obtener la ciudadanía americana. Y cerca del 27 por ciento viven en condiciones de pobreza. Son alrededor de 600 paisanos los que cruzan la frontera diariamente. Y de todos ellos, la mitad o más, vienen de los estados de Chiapas, Oaxaca y Guerrero. Los más pobres de la República Mexicana.

Durante mi estancia por McAllen viví de cerca esa situación. Tan sólo en esa zona, conocida como “el Valle”, la economía regional se sostiene del trabajo de cientos de miles de inmigrantes ilegales. Cocineros, meseros, afanadores, mecánicos, plomeros, carpinteros, pintores, cargadores, estibadores, albañiles… en fin. Y es ya tan común la amalgama social entre ambos sectores –legales e ilegales… gringos y mojados- que nadie se atreve a preguntar al otro su condición para evitar ser cómplice o temor a ser descubierto. En un mismo complejo de departamentos de cualquier ciudad americana de ese territorio, puede habitar tanto una familia de inmigrantes ilegítimos como un patrullero fronterizo. Y como si nada, se dan los buenos días cada mañana. Unos a la pena y otros a la pepena.

Una tarde, sobrevolaba sobre el techo de mi oficina un helicóptero. Casi podía asegurar, por su cercanía, que su intención era aterrizar ahí. Observé por la ventana el movimiento anormal de varias patrullas alrededor del complejo industrial donde nos encontrábamos. Decidí salir a ver qué ocurría. Temí que fuera un operativo dirigido a mis instalaciones por la naturaleza de nuestras funciones de exportación de productos agrícolas mexicanos. Pero ni siquiera me voltearon a ver. Estaban a la espera de otra cosa… De pronto, a lo lejos, alcancé a ver tres individuos que corrían entre los pastizales vecinos. Cercanos a su vez, a las veredas que vienen de la frontera. Junto a la presa Anzalduas, que se nutre del caudaloso Río Grande. Se trataba de mexicanos que intentaban escabullirse de los oficiales fronterizos. En menos de cinco minutos estaban siendo aprehendidos. 

Sentí una profunda tristeza. Sus rostros eran de inconsolable frustración. Es de reconocer que el trato de los policías fue amable, nada ofensivo. También se les notaba la pena en sus latinos semblantes. Probablemente sus papás o abuelos hicieron lo mismo en el siglo anterior. Y ahí es donde entra la más penosa de las batallas ideológicas sociales. ¿No es paradójico?, ¿cómo entonces se accede a la atractiva tierra de las oportunidades? Es como si se tratara de un sorteo ficticio. Son pocos hoy en día los que tienen éxito la primera vez que emprenden el peligroso éxodo. La vigilancia de la frontera se ha vuelto cada vez más estricta y por ende más infranqueable. 

Hoy, el nuevo gobernador de Texas, Greg Abbott, solicitó mantener la vigilancia fronteriza que realiza la Guardia Nacional desde el año pasado. En tanto, enlistará a 500 ciudadanos texanos para suplantar su labor. Son más de mil soldados los que resguardan la línea divisoria entre ese estado americano y Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila y Chihuahua. Situación que se detonó hace más de una año por la sorpresiva aparición de cientos de niños solos que eran enviados desde nuestro país y abandonadas a su suerte para cruzar la frontera, con la aparente idea de brindarles un futuro mejor. ¡Vaya idea estúpida e desalmada!

Y lo más grave de todo esto es que la situación comienza a tomar tintes de brutal enfrentamiento. Cada vez más con mayor frecuencia. Se han incrementado los registros que se tienen de acontecimientos violentos en torno a situaciones de diferencias raciales. Si no son policías acribillando a un afroamericano, son jóvenes pseudonazis apuñalando a un latino, entre muchos otros actos.

El presidente Obama encabeza una de las campañas más sostenidas y coherentes en torno a ese fenómeno social. A pesar de ello, son muchos los que se oponen a la apertura gradual de la frontera y a la aceptación de legalizar a los migrantes ya establecidos en el vecino país del norte. La presencia latina es cada vez mayor y cuenta con representación en los dos partidos más emblemáticos de la política estadounidense. Ceder un poco no cambiaría nada. Ya forman parte del entorno social. Al contrario, considero que fomentaría un crecimiento más estable de las economías regionales por el reconocimiento de ingresos públicos a través del cobro de impuestos a todos aquellos que no lo hacen hoy en día por su condición ilegal. Pues además el gasto del erario ya ocurre por las políticas liberales que rigen a ese país de otorgar servicios gubernamentales amplios y justos.

El escenario es grave y delicado. Sigue tratándose de un asunto de voluntades y grandes acuerdos. Sería una evolución titánica sin precedentes de llevarse a cabo el aligeramiento de las muchas barreras –físicas e ideológicas- levantadas para impedir el libre tránsito de mexicanos y el resto de latinoamericanos en Estados Unidos. Como sí ocurre con canadienses y europeos, al menos de manera más laxa. No sé si algún día ocurra. Aunque me agradaría, para no volver a ver nunca más en mis paisanos esas caras sombrías y descompuestas. Como las de aquella tarde.