Gotas de Tinta: Asturiano

Por Julio Domínguez Balboa.

Durante una época de mi vida no había nada más chic para mí, que comer en algún buen restaurante de Polanco, el elegante barrio de la Ciudad de México en el que por entonces trabajaba. Aunque mi salario no era millonario, sí era bastante decoroso y me alcanzaba para darme casi a diario aquel tipo de lujos, pues no compartía mi dinero con nadie ya que era soltero y sin hijos. Uno de mis sitios predilectos para comer a mis anchas era el Restaurante Asturiano, el que está en Arquímedes, cuyas chuletas de cordero al romero eran para mí un manjar. En cierta ocasión, un abogado y una abogada que trabajaban en la misma oficina que yo, se me unieron al plan, y juntos los tres llegamos al Restaurante Asturiano. Subimos por el elevador riendo y haciendo bromas, como si fuéramos clientes habituales de la casa, pero al llegar a la entrada, la hostess nos detuvo y nos pidió que aguardáramos porque el salón estaba lleno pero se iba a desocupar una mesa adecuada para nosotros. Así lo hicimos, y mientras seguía la divertida charla, la licenciada, en contra de los convencionalismos sociales, sacó de su cartera un pintalabios para retocar su maquillaje y así lo hizo frente a un espejito de mano. Cuando estuvo lista, sintiéndose muy glamorosa, la abogada soltó una carcajada que le motivó una broma hecha por mí; y en ese momento algo brotó de su boca y cayó al piso. Caballerosamente me agaché para recoger aquel objeto pero ella me empujó al grado de hacerme perder el equilibrio. El otro abogado y yo descubrimos entonces que se trataba de un diente postizo, el cual la mujer depositó en un pañuelo desechable y se marchó del lugar llorando y sin decir más. El incidente fue el tema favorito de conversación durante la comida, y mi colega y yo pensábamos que la licenciada iba a estar muerta de vergüenza al día siguiente en la oficina, lo cual fue sólo una ilusión, pues, obviamente después de haber ido al dentista, la mujer nos saludó con una sonrisa de anuncio de pasta dental.