Charlie Hebdo, crimen religioso o crimen de odio (Tercera y última parte)

Por. Juan Rivero Valls

Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.
José Martí

Con esta tercera entrega concluyo el artículo sobre Charlie Hebdo y el atentado que causó la muerte de diez de sus colaboradores en París el 7 de enero pasado.

Un buen día no se presentó ninguna muerte en el país; ni por enfermedad ni accidente, vaya, ni siquiera por violencia. Ese inédito hecho causó gran revuelo en toda la estructura social y gubernamental y, de hecho, estuvo a punto de provocar un cisma en la iglesia católica. Claro, en la espléndida imaginación del gran José Saramago en su Intermitencias de la muerte. Es ficción, si, pero refleja claramente el sentido de las religiones: una esperanza de continuar la vida después de la muerte, pues sin esa esperanza, ninguna religión tiene sentido.

Pero la religión, como toda estructura social, necesita reglas; formas de acceder a esa vida eterna. Ya en la antigua Grecia, Hesiodo escribe su Teogonía, un poema donde describe a los dioses mitológicos, sus poderes y como los hombres pueden agradarlos; y así, cada religión, escribe su libro sagrado lo que, de alguna manera, abona al orden y la convivencia, y en ninguno de esos textos se predica la violencia.

La religión se convirtió en una forma de mantener e incrementar el poder. Los cristianos fueron perseguidos en la antigua Roma y literalmente echados a los leones, no porque sus creencias se opusieran a la religión romana que adoptó de los griegos dioses a los que latinizó, sino porque los cristianos representaban una fuerte oposición al sistema de vida imperial.

En su momento los judíos, católicos y musulmanes han sido victimizados por quienes profesan otras creencias y detentan el poder y en sus afanes de expansión, y utilizando a la religión como bandera justificadora, han impuesto no solo su visión del mundo, sino su sistema económico. Por ejemplo, la conquista de la Nueva España no la lograron solamente las espadas de los conquistadores, sino, esencialmente, los crucifijos de los sacerdotes enviados desde España a una “conquista espiritual” mientras en la metrópoli se arremetía contra musulmanes y judíos a través de la Inquisición, exportada después a las colonias de ultramar.

Para las religiones dominantes, quienes profesaban otras creencias eran –y son- considerados herejes que, de alguna manera, amenazan la estabilidad de que gozan y deciden su exterminio. Si bien nos horroriza el reciente atentado contra el semanario satírico francés Charlie Hebdo, no es historia nueva. En este caso se trató de un medio que, desde su fundación, ha dedicado sus páginas a la burla de quienes profesan alguna religión, asumiendo una actitud de intolerancia religiosa, similar a la que los fanáticos religiosos profesan en contra de los herejes.

Pero habrá que sumarle el odio acumulado por años (siglos) de dominación. Haré referencia primero a una película del gran Alejandro Galindo, creador de cintas como Una familia de tantas o Campeón sin corona, llamada El juicio de Martín Cortés. Todo sucede en un foro teatral donde se representará una obra sobre la conquista. El actor que representa a Martín Cortés, hijo del conquistador, asume el papel del mestizo y mata al actor que representa a Cortés iniciándose así una investigación policial cuya conclusión es que al asumir el papel del conquistado, el actor mata a su opresor; un crimen de odio acumulado durante 500 años.

De forma mas reciente, los actores de una obra de teatro del escritor sinaloense Oscar Liera de nombre Cúcara y Mácara, pertenecientes a la compañía Infantería Teatral de la Universidad Veracruzana, fueron salvajemente golpeados en junio de 1981 en el teatro de la Facultad de Arquitectura de la UNAM (si, de la UNAM) por un público indignado, integrado por militantes anticomunistas de un grupo llamado MURO (brazo golpeador de los panistas de ultra derecha de El Yunque) pues la obra cuestionaba la virginidad de la guadalupana. 

Así, la historia de la humanidad ha estado salpicada por interminables conflictos de intolerancia (religiosa o política) ya que está en la naturaleza humana el imponer a otros nuestro pensamiento. El hombre, decía el filósofo Bertrand Rusell es, ante todo, megalómano y es ésa la causa de la infelicidad. Si a ese afán por ser admirados le agregamos la envidia y el odio provocado por siglos de injusta dominación, cuya principal característica es la opresión, obtendremos un coctel explosivo que, ante cualquier provocación, por pequeña que sea, promete estallar violentamente, tal y como sucedió en el atentado que hoy nos ocupa.

La reacción del gobierno francés y la Unión Europea ante el atentado, que llevó a las calles de París a cientos de miles y que lideraba el propio presidente Francois Hollande quien del brazo de la canciller alemana Ángela Merkel y del presidente del gobierno español Mariano Rajoy en una demostración de fuerza “defendían” la libertad de expresión, solo ha servido para incrementar el miedo a lo “distinto”. Los millares de musulmanes que habitan Europa son ahora vistos con mayor recelo y temor y que, seguro, serán victimizados con una discriminación más fuerte de la que hoy son objeto. Es, total, una suerte de espiral sin retorno: responder al odio con más odio.