Recorrido por Convivencia Infantil  

Por José Luis Castro A.

 

En el extremo nororiente de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, en unos terrenos boscosos de árboles maderables y frutales, se ubica el Centro de Convivencia Infantil, que fue inaugurado, según se sabe, el 12 de mayo de 1982. Es un parque ilustrativo y de diversión: por una parte se puede conocer a vuelo de pájaro la historia mexicana antigua y reciente; y por la otra, los niños y niñas pueden llegar a divertirse en los juegos infantiles.

Se puede acceder por la quinta norte y quinta oriente. Se entra por el antiguo puentón “Madariaga” (en memoria de don Pedro José Madariaga). Lo primero que se encuentra esla Calzada de los Hombres ilustres dela Revolución Mexicana, construida sobre la vieja carretera del mangal; después,la Fuente del Chorrito, el edificio del Instituto Botánico del Estado (1949), el Jardín Botánico “Dr. Faustino Miranda” (1949), el Museo de Historia Natural (1951), el Museo Regional de Chiapas y el Teatro dela Ciudad “Emilio Rabasa”.

 

Llegan familias de todos los estratos sociales: a pie, en taxis, en colectivos, en carros último modelo… Hasta un perro callejero se cuela con sus críos. Decenas de niños juegan a no mojarse en la Fuente del Chorrito. La larga fila de árboles de mango luce su fruto; los flamboyanes, su verdor y su copa de fuego multicolor. Cierta música de marimba chiapaneca viene del bosque. Exótico vaho a bosque pecaminoso invade el ambiente. Una vendedora de nanchi y jocotes curtidos da la bienvenida. El estridente canto de las chicharras se hace presente. En los juegos infantiles todo es emoción, alegría y griterío: La Rueda de Caballitos, el trenecito, los avioncitos, los carritos, el dragón, etcétera. Los niños y las niñas ríen de nervios, de miedo o de pavor. A cada vuelta de la Rueda de la Fortuna, unos gritan:

─”¡Otra vuelta, otra vuelta más rápido!”…

Mientras otros responden:

─¡No, ya no; por favor, ya paréenle!”

Son las trece horas. El sol brilla en todo su esplendor. Del cielo cae una lluvia de aire caliente que rasguña la piel. La gente corre a esconderse bajo los árboles o las casetas de las refresquerías.

─¡Deme, por favor, un raspado de crema con plátano! ─pide Elisa, hermosa mulata, joven y agraciada, como de treinta y tantos años, delgada, de ojos negros, pero brillantes, nariz recta, pelo lacio y sonrisa franca.

─¡Y a mí uno de guanábana! ─dice una joven cobachense.

En todos los puestos de dulces, hot cakes, tortas, tacos, hay agitación.

─¡Un agua fría, por favor!...

─¡Hey, güey, pídeme uno también!

En estos momentos se abre el baúl de los recuerdos: Vienen a mi memoria los días de pinta en el antiguo mangal de la quinta norte, las pozas del río Sabinal, los chorros de la alberca del Parque Madero, el Jardín Botánico, el paseo al zoológico, los árboles frutales, las compañeras de secundaria: Edith, Clarita, Lilia, y tantas otras cosas. Me saboreo tan solo pensar en comer los mangos verdes pelados, con cachito y pozol blanco sin dulce. Un grito desgarrador interrumpe mis pensamientos. Es un niño, como de cinco años, que quiere un algodón de azúcar. El hermano, como de siete años, quiere una nieve; y la niña, como de seis, un elote con mayonesa. Sus padres discuten a quien hacerle caso. Finalmente, el señor, con apariencia de peón de albañil, compra un elote asado y lo parte en cinco partes iguales.

─¡Hey, ya vengan, ya están vendiendo otra vez los boletos! ─grita Manuelito.

La gente se empieza a remolinar. Todos se dirigen a una alberca improvisada llamada Parque Acuático de Integración y Recreación Familiar del DIF-Chiapas. Inmediatamente se forma una larga fila. Un joven que tiene una especie de cámara fotográfica les apunta a los niños en la frente con una luz roja: Les toma la temperatura. Si no encuentra alguna irregularidad, les dice que ya pueden comprar su boleto para ingresar a la alberca.

─¿Cuánto cuesta la entrada? ─pregunta Chuchín.

─¡Un peso la hora, por persona! ─Contesta el boletero.

─¡Deme cinco boletos!

─¡No se puede, solo se vende uno por persona!

 

Con el rostro sudoroso, agitados, impacientes, niños y niñas hacen fila. Todos quieren bañarse en la alberca sobre ruedas. En sus facciones se refleja la duda, la incertidumbre, de poder conseguir un boleto. Es la novedad del Centro de Convivencia Infantil.