La educación y la corrupción  

Por Juan Rivero Valls

 

El escarabajo no quiere soportar la hierbabuena

 picapedrero amante como es del estiércol, orfebre de la inmundicia.

Tampoco vosotros queréis aceptar mi verdad

 

Roque Dalton (Parábola Fallida, fragmento)

 

 

Arnaldo Córdova, investigador emérito y director del Centro de Estudios Políticos de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, dijo alguna vez, hace muchos años, que “México era un país extraordinario, pues cada seis años surgía una nueva generación de millonarios”.

Y no le faltaba razón al ilustre maestro emérito de la UNAM fallecido el año pasado, padre, por cierto, del Consejero Presidente del INE Lorenzo Córdova, y cofundador del PRD y de MORENA, pues el enriquecimiento espontáneo (es un error decir inexplicable) de los políticos es un mal que afecta profundamente no solo a nuestro país, sino de manera muy puntual a todos los de América Latina.

Vemos que en Brasil, Argentina, Perú y Guatemala, están ahora mismo inmersos en una profunda crisis política derivada de la galopante y creciente corrupción de la clase política y vemos que, al mismo tiempo, como en nuestro país, no existe siquiera la mínima voluntad de combatirla.

Cuando escuché esas palabras del maestro Córdova, era yo estudiante y corrían los primeros años de la década de los 70 del siglo pasado; entonces creíamos que las generaciones que llegarían al poder en los años siguientes, estarían más y mejor educadas y eso, de alguna manera, sería un freno para la corrupción. Craso error. Llegaron al poder un grupo de tecnócratas (que no se han querido ir), educados en las universidades más prestigiosas de México y los Estados Unidos, cargados de pomposos posgrados y de una soberbia impresionante.

Esta nueva clase política, que no ha salido ni tenido contacto con la gente de a pie, no solamente resultó igual o más corrupta que la tradicional, con un agravante, además son cínicos y muchos de ellos prepotentes que piensan que el encargo que se les dio no es tal, sino que se volvieron “propietarios” de la dependencia desde donde despachan.

Decía sabiamente el libertador José de San Martín que la soberbia es una discapacidad que afecta a aquellas personas que, sin merecerlo, han obtenido una pequeña cuota de poder y eso es, precisamente, lo que ha pasado con esta generaciones de “académicos” metidos a políticos que, después de muchos “esfuerzos”, logran erigirse en auténticos delincuentes de cuello blanco, haciendo tratos con el crimen organizado o formando parte de él; porque, entre otras cosas, entre los delincuentes hay cada vez más profesionistas que ayudan a llevar la contabilidad y la organización de las células criminales.

Entonces podemos ver que no es la educación en sí la que puede ayudar a combatir ese flagelo social que es la corrupción galopante y que cuesta al país miles de millones de pesos cada años, amén de retrasar el desarrollo del mismo. La respuesta no está, definitivamente, en sólo aumentar los recursos para el sector educativo, sino en hacer una profunda revisión a éste, a fin de que la educación que se reciba permita tener, en un futuro cercano, una clase política honesta y consciente de su responsabilidad.

La reforma educativa tan cuestionada y que ha generado violenta respuesta por parte de maestros anquilosados en cátedras primitivas, tal y como se planteó, no es ni por asomo, una respuesta a esta situación, pues más que una reforma educativa, se trata de una reforma laboral dedicada específicamente al magisterio. En ningún momento hace el intento de revisar los planes y programas de estudio y, mucho menos, plantea la necesidad de una educación humanista y solidaria.

Nuestro sistema educativo utiliza los mismos planes y programas desarrollados por la escritora chilena Gabriela Mistral, a invitación en 1922 del entonces secretario de Instrucción Pública, José Vasconcelos, en lo que se mal llamó “Revolución Educativa”. De ese entonces a la fecha, los planes y programas de estudio y los sistemas de enseñanza solamente se han “actualizado” y, tal vez, algunos mentores se han acogido a la especialización más por incrementar sus ingresos que por incidir efectivamente en un nuevo sistema educativo que permita la formación de mexicanos solidarios y humanistas, incluyendo a los políticos.

Yo sí creo que la educación es la respuesta no solo a la corrupción, sino a casi todos los problemas nacionales; es casi la panacea, pero no la educación que tenemos en estos momentos, en la que formamos gente apta (tal vez y solo tal vez) para el oficio, pero sin ese sentido que nos distingue y nos hace humanos, solidarios y conscientes, de que lo que nos rodea debe ser cuidado y explotado racionalmente (y esto lo digo porque este viernes que recién pasó se conmemoró el Día Mundial del Medio Ambiente).

 

Hace falta si una reforma educativa, pero una de a deveras, que elimine el sentido de competencia y pondere el del humanismo en todas las áreas, el sentido de la solidaridad. Pero seguro, hasta una reforma así encontrará opositores entre los propios maestros.