LA ESTACIÓN

Chapulines

Los políticos mexicanos son tan incongruentes con sus creencias políticas que se ha inventado el término para definir a esos saltarines

 

 

POR GERARDO GALARZA

 

Parece una moda dirigirse hoy a los menores de 40 o 50 años, pero hay una explicación: en esos 40-50 años el mundo ha cambiado como nunca antes había ocurrido. Entre esas variaciones está el derrumbe de muchos parámetros sociales, que hoy nada significan a diferencia de la importancia que tenían ayer.

Hace 40 o 50 años era inconcebible que un jugador, de los que ahora llaman emblemáticos, de las Chivas Rayadas de Guadalajara fuera contratado por los entonces Cremas del América o viceversa; o que un pitcher de los Diablos Rojos del México lanzara en la siguiente temporada con los Tigres o al revés; había toreros que se negaban a compartir cartel con otro al que consideraban rival más que compañero de profesión. Además, los partidarios de unos y de otros despreciaban a su antiguo partidismo ante algo así, porque la consideraban una ofensa grave.

Ocurría en muchos otros ámbitos y también en todos los países. En el beisbol de Estados Unidos, con los Medias Rojas de Boston y los Yanquis de Nueva York; en Argentina, con el Boca Juniors y el River Plate y, en política, entre peronistas y radicales; en España, con el Real Madrid y el Barcelona.

Pero todo cambia y no siempre para bien.

Y cuando se cree que no podría haber más sorpresas, salta la liebre… ¿Vio usted la fotografía en la que aparece Ricardo Anaya, recién exlíder nacional del PAN, con su chamarra amarilla con el escudo del PRD y, por si hiciera falta la confirmación, con su nombre propio en el otro costado?

¿Supo usted del nombramiento del senador panista Javier Lozano como vocero del candidato del PRI a la Presidencia de la República? Un senador del PAN que hasta el año 2000 fue militante del PRI.

No son los únicos casos. Son apenas los más espectaculares del inicio del año. Pero viene de mucho tiempo atrás. No lo cree, revise las biografías de sus políticos favoritos o despreciados y lo comprobará.

Los políticos mexicanos son tan incongruentes con sus creencias políticas que ya se ha inventado un término para definir a esos saltarines. Se les llama chapulines,y a sus prácticas se les conoce como chapulineo. Y no, no es que sea de sabios cambiar de opinión, que se puede y se vale, sino casi siempre por necesidad de conseguir un hueso, porque ya se sabe que vivir fuera del presupuesto es vivir en el error.

El dinero y, en este caso, el poder consiguen todo. En los deportes lo saben y a nivel internacional los organismos que los contratan han puesto reglas para las transferencias de jugadores, generalmente mediante contratos, que deben respetarse so pena de quedar fuera de la jugada.

Esa, aunque parezca una broma de mal gusto, podría ser una buena solución para el chapulineo de los políticos mexicanos: que firmen contratos con los partidos que los postulan o en los que dicen militar, ahora que se cree y se sostiene que ya no importan las ideas políticas (la ideología, pues), sino —dicen— la eficiencia, la eficacia, la excelencia… y otras cualidades que tampoco tienen.

Un contrato entre un político y un partido político garantizaría al votante cierta seguridad de permanencia del votado. Ejemplo: El político A firma un contrato con el partido B por un determinado tiempo y por un puesto a cambio de una candidatura o una designación; el partido C tiene mucho interés en que el político D milite en sus filas, porque le atraerá muchos votantes y, consecuentemente, triunfos y dinero (las prerrogativas oficiales), entonces le puede ofrecer dinero, candidatura o cargos para que se pase a sus filas, pero de manera pública, bajo contrato que deberían cumplir. Así, el votante sabrá más o menos a qué le tira.

La otra solución es la legal, y los políticos, los que llegan a las cámaras de Diputados y Senadores, no estarían muy dispuestos a aprobarla. Sencillo: Quien consiga un cargo de elección popular, deberá cumplirlo en toda su extensión temporal, no podrá renunciar ni pedir licencia, salvo en casos graves (salud, por ejemplo), y en caso de separarse del cargo para el que fue electo, no podrá ser postulado para ningún otro encargo público, mientras no se cumpla el plazo del cargo que tenía.

Como gritan en el futbol, ¡sí se puede!