NUDO GORDIANO

Miedo

 

 

POR YURIRIA SIERRA

 

Miedo al abordar el transporte público. Miedo al subir al coche. Miedo al usar un cajero automático. Miedo al entrar y salir de un banco. Miedo al andar en la calle. Miedo al llevar un reloj que llame la atención. Miedo al entrar a casa. Miedo al salir de ella. Miedo por usar los aretes que fueron un regalo de cumpleaños. Miedo de caminar por esa calle sin alumbrado. Miedo al regresar tarde a casa. Miedo cuando escuchas que al vecino lo asaltaron. Y al otro también. Miedo cuando un familiar cuenta que se metieron a su casa. Miedo cuando ves a alguien vendiendo droga. Miedo cuando escuchas un disparo. Miedo cuando sientes que alguien te sigue. Miedo sentado en el restaurante. Miedo cuando te despierta un ruido por las noches. Miedo cuando ves a un desconocido mirándote fijamente. Miedo cuando sales de la ciudad por varios días y tu hogar se queda solo. Miedo cuando tus seres queridos no han mirado el WhatsApp. Y lo peor es cuando también sientes miedo de ese policía que se está acercando. 

Los mexicanos vivimos con miedo. Nos hemos acostumbrado a él, se nos ha metido al hueso. Ya nos resignamos a que nada cambia, a que nomás empeora. A que los delincuentes sigan en las calles. A que las han tomado. Las autoridades nos han llevado a cambiar nuestra rutina diaria, a dejar de usar esos objetos que nos gustan, a dejar de salir por la noches o a regresar más temprano, a comprar una alarma para la casa o el auto, a cuidarnos de todos, hasta de nuestra propia sombra... nos han llevado ahí, porque no los vemos cumplir con su trabajo y vemos que esa tranquilidad a la que tenemos derecho se nos va de las manos. 

Hace unos días, en Imagen Televisión daba la nota de una maestra que puso a cantar a sus alumnos de una primaria en Sonora. Les dijo que era un simulacro y que en los simulacros tenían que cantar. Así, los nenes no supieron que afuera se desataba una balacera. Ya habíamos contado una anécdota similar en 2011. Han pasado casi siete años y poco se ha transformado en el cotidiano mexicano. Así como esta escuela sonorense, en otras partes del país también han tenido que incorporar los episodios de violencia a su normalidad. En Sonora, Zacatecas, Guerrero o la Ciudad de México. La rutina comenzó a ser interrumpida por eventos propios del crimen organizado. También, lo ha hecho por el alza de los delitos del fuero común. La gran mayoría de los mexicanos, ocho de cada diez, se sienten inseguros cuando salen a la calle en zonas urbanas, donde, en teoría, la vigilancia cuenta con mejores instrumentos, ni pensar de lo que han de padecer en zonas donde apenas hay servicios básicos. 

La estadística la ofrece la Encuesta Nacional de Seguridad Pública Urbana que realizó el Inegi. Las cifras deberían ser alarmantes para quienes gobiernan las 55 ciudades que fueron estudiadas. De Tijuana a Tapachula, pasando por Guadalajara, Ecatepec y Coatzacoalcos. La muestra, 17 mil 400 hogares, todos nos hablan sobre cómo percibimos vivir en nuestras ciudades. Todos nos dicen las razones por las que sentimos miedo: a ocho de cada diez mexicanos les da miedo usar un cajero automático; a siete de cada diez les da miedo subirse al transporte público; al mismo porcentaje le asusta entrar o salir de un banco. Cuatro de cada diez han escuchado disparos en alrededor de sus viviendas, en el que tendría que ser su entorno más seguro. Tres de cada diez piensan que la inseguridad seguirá mal en los próximos 12 meses. Otros tres de esos diez creen que empeorará. 

Este país somos. Donde las autoridades cometen los errores más imperdonables en la búsqueda de justicia, como el detener a alguien que ni estaba en el país cuando el delito que persiguen se cometió, sin rendirle cuentas a nadie. Ni para ofrecer una disculpa. Con estos antecedentes, más lo que leemos en los diarios o escuchamos de viva voz de nuestros cercanos, ¿qué tan seguros creen ellas, las autoridades, que deberíamos sentirnos? ¿Saldrán a decir que todo es una exageración?

Estas cifras deberían obligar, siquiera, a una statement en la que acepten sus deficiencias. Pero andan todos en campaña, en el ciclo en donde nos prometen, ahora sí, que todo va a cambiar. El extitular de Gobernación dejó delitos en máximos históricos, ahora quiere ser senador, por ejemplo. Y así en todos los bandos y a todos los niveles. Campañas van y promesas llegan. Todas se olvidan. La inseguridad se queda. Y el miedo, ése ya se instaló en la médula de nuestros días.