DESDE CABINA

2018: Alerta roja

 

 

POR MARTÍN ESPINOSA

 

Justo unas horas antes de concluir 2017, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, el portugués António Guterres, dirigió un mensaje de Fin de Año a la comunidad internacional en el que alertó de los riesgos que se vislumbran para el año que estamos iniciando. Dijo textual: “Cuando asumí el cargo hice un llamado para que 2017 fuera un año de paz. Lamentablemente, el mundo ha retrocedido en aspectos fundamentales. En este día de Año Nuevo no quisiera hacer ningún llamado, sino lanzar una señal de alerta roja para nuestro mundo”.

Y es que el mundo hoy amanece cansado de conflictos por doquier. Por muchos rincones del planeta se nota el cansancio de ir “cargando a cuestas” problemas que ya tienen muchos años y que, lejos de resolver, la propia humanidad ha ido complicando. Todo comienza desde los conflictos más simples en la vida cotidiana de las personas, los cuales se van reflejando paulatinamente en su comportamiento frente a las sociedades modernas de este siglo XXI. Lo que inicia en casa, en el entorno de cada quien, de inmediato se traduce en el entorno social de cada nación y, posteriormente, del mundo entero.

A nivel mundial, hoy identificamos graves conflictos que se traducen en violaciones a derechos humanos, el peligro que representan las armas nucleares y el cambio climático para la seguridad del planeta, lo mismo que las desigualdades y la xenofobia.

En México, por ejemplo, resaltan —entre muchos— tres grandes pendientes que no hemos podido resolver como sociedad: la corrupción, la impunidad y la violencia. Y necesariamente los tres pasan por cada individuo que conforma la sociedad. Por ello, la solución está en cada ser humano, en cada persona que en su entorno se niega a cambiar de actitudes y conductas que se traducen en el comportamiento de toda una sociedad.

Más que un discurso oficial, la reflexión del líder de la ONU va en el camino del humanismo que hemos ido perdiendo en el tránsito del siglo pasado a este que ya está cerca de cumplir sus primeras dos décadas: “Podemos resolver los conflictos, superar el odio y defender los valores compartidos. Insto a los dirigentes de todo el mundo a cumplir con el siguiente propósito: reduzcamos las diferencias, superemos las divisiones, restablezcamos la confianza uniendo a las personas en torno a objetivos comunes”.

Tras el mensaje, de inmediato surgieron voces cuestionando la funcionalidad que para el mundo de hoy tiene la ONU, o para los intereses del mundo occidental que encabeza Estados Unidos. Y es que ahí está el problema: el ser humano, por lo menos el de hoy, se ha vuelto más desconfiado de los liderazgos internacionales porque éstos dejaron de representar los intereses de la mayoría de la comunidad mundial. Lo mismo que sucede en la vida política de muchas naciones en el planeta.

Lo dicho antes: lo mismo que ocurre en la vida individual de las personas es lo que se replica en la comunidad en la que ese individuo se desarrolla, y así cada país refleja al mundo lo que cada uno de sus habitantes vive a diario. De ahí la complejidad en la adopción de medidas que logren distender la serie de conflictos internacionales con los que iniciamos el 2018. No es que no se pueda. Es que la solución está, en primera instancia, en cada uno de nosotros. Y no esperar a que el otro resuelva “mis problemas” que necesariamente repercuten en la vida cotidiana de nuestra sociedad.