Votar por el mono  

Por Juan Rivero Valls

 

Por doquiera se ostentaba, se derramaba,

se solazaba el pueblo en holgorio.

Era una solemnidad de esas que,

con mucha antelación, son esperanza

de los saltimbanquis, de los

prestidigitadores, de los domadores

de bichos y de los vendedores ambulantes,

para compensar los malos tiempos del año.

 

Charles Baudelaire, “El viejo saltimbanqui” (fragmento)

 

Ya desde hace rato, la gente dejó de votar por los partidos políticos y es que estos no han podido (o no han querido) exponer su ideología. Vemos así que un personaje que se dijo en su momento militante de izquierda es hoy candidato de la derecha y viceversa. El circo político mexicano está lleno de saltimbanquis que, sin el menor pudor, navegan entre ideologías encontradas con el único fin de acceder a un puesto político en el que puedan enriquecerse o en busca del fuero que los proteja de anteriores trapacerías…

Coaliciones impensadas y hasta hace unos años inverosímiles, conforman hoy día el mapa político nacional, y es que los partidos, sin base ideológica, aceptan como candidatos a cualquiera que tenga cierta popularidad con el único afán de obtener los votos necesarios para acceder a las prerrogativas económicas y a los votos que les permitirán llevar a alguno de sus correligionarios a la legislatura a través del voto proporcional y si logran el triunfo, pues qué mejor, aunque este candidato triunfador no sepa a que amo obedecer.

Es así que vemos, por ejemplo a los candidatos de uno de los partidos más nuevos, MORENA, fotografiados siempre al lado de su patriarca cuando éste no compite por nada (de momento, claro), como para que la gente sepa que votar por el candidato es, en realidad, un voto a futuro para el líder en un puesto de la máxima responsabilidad.

Hasta antes de la última reforma electoral, era imposible votar por alguien que no estuviera avalado por un partido político. Las candidaturas independientes no existían y aun hoy como si no existieran, pues una persona que se decide a participar sin el apoyo de un partido y logra su registro, no contará con los recursos suficientes que el estado otorga a los partidos para la publicidad política y el candidato tiene que buscar el financiamiento por lo privado.

El artículo 41 de la Constitución, al definir las cantidades que recibirán los partidos en un proceso electoral, dice que del 100 por ciento del dinero que se destinará, el 30 por ciento será repartido de manera equitativa entre todos los partidos contendientes y el 70 por ciento por el porcentaje de votación obtenida en el proceso inmediato anterior. Esto quiere decir que los candidatos independientes están en clara desventaja al recibir solamente el porcentaje que les corresponde del 30 por ciento que se reparte.

Ante esto, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación resolvió que los candidatos independientes podrán recibir más financiamiento privado que público, siempre y cuando no rebasen los topes de campaña establecidos por el INE. La magistrada María del Carmen Alanís dice que esta resolución dará equidad en el proceso electoral, pero está, evidentemente, alejada del espíritu de la ley, ya que el financiamiento público mayoritario se hace para evitar componendas entre candidatos y partidos y entidades privadas que pudieran favorecerse con la llegada del candidato apoyado a un puesto de elección.

Todas estas incongruencias que manifiesta nuestro sistema político dejan al elector indefenso ante los embates de oportunistas que hoy son rojos, mañana amarillos y pasado mañana azules o bicolores, tricolores y hasta policromáticos, ante lo que el ciudadano opta por desconocer a los partidos políticos y se deciden a votar por la persona que, de alguna u otra forma, conocen.

Esto puede parecer normal y hasta sano, pero el simple hecho de que un candidato independiente pueda recibir dinero privado en mayor cantidad que público, en momentos como los que vive el país, lo hace posible víctima del crimen organizado, pues quién le dice que ese dinero no proviene del ilícito o que, quien lo dona, no espera el pago a través de favores e impunidad.

Así, la gente hace de lado los colores y no escucha las propuestas de los partidos, ya que votará por el personaje sin saber, a veces, cuál es su ideología y podemos ver que en algunas regiones de nuestro país, éstas se pintan de un color y al siguiente proceso de otro como si nada pues lo que hemos denominado como “voto duro” es cada vez más flaco mientras los partidos, paradójicamente,  siguen en engorda.

 

A México le ha costado mucho dinero, tiempo y hasta vidas, tener una aparente normalidad democrática; normalidad que los mismos partidos, el Instituto Electoral y hasta los juzgadores están empeñados en echar por la borda con acciones y resoluciones que rayan en el absurdo. Por eso los electores, de plano, ya no creen en ellos y deciden votar (cuando lo hacen) por el mono, esté en el partido que sea.