Un pueblo ignorante es presa fácil de la manipulación y la mentira

Por María Elena Orantes López

 

Murió el inmenso Galbraith, figura de inexcusable referencia en el mundo de hoy. Mayúsculo en su obra y certero en su profetismo.  Su poderosa biografía es una fuente inagotable de enseñanzas. Una de ellas coincide con Popper, el conocimiento siempre es crítico, la política siempre es conflicto, y ambos, crítica y conflicto, son condiciones de la libertad.

 

Detestaba los intentos de utilizar un lenguaje hermético. Se enfadaba cuando los doctos ignoraban las ideas no ortodoxas de las generaciones jóvenes.

En política, decía, nadie conoce la verdad y nadie puede permitirse dogmatizar sus propias soluciones.

Con humildad expresaba que no tenemos derecho a la certeza.

Rememoro a Wittgenstein, para quien “en el fundamento de la creencia infundada está la creencia fundada”.

Hay en Galbraith curiosidad infinita y maestría única para relacionar temas aparentemente lejanos, inteligencia pura en sentido etimológico.

Voy a referirme a tres aspectos que me parecen relevantes y de prodigiosa actualidad. Repito con Carlos Fuentes:” para Galbraith el sujeto de la economía es el ser humano concreto y el objeto su bienestar, salud, educación… y esperanza.

Ningún absoluto, ninguna gráfica, ninguna estadística debe apartarnos de esa meta… a diferencia de los economistas los ciudadanos no inventan ilusiones”.

Contundente, simple, claridoso. No tenemos derecho a la certeza y, justamente por eso, tenemos derecho a la esperanza.

La estabilidad macroeconómica, per sé, nada dice, nada vale, si no se traduce en beneficios concretos para la gente.

¿Tendrá nuestra clase política sensibilidad para escuchar esta interpelación crítica?

El otro aspecto se refiere a que el dogma neoliberal no hace más que profundizar nuestros rezagos. El neoliberalismo sacó al genio de la botella, la esfera de decisiones que antes correspondía a los Estados ahora se trasladó a las grandes corporaciones, cuyos dictados determinan el destino de millones de seres humanos.

Las corporaciones se apoderaron del poder del Estado y le dictan a la sociedad con el mismo sentido autoritario, centralista y ordenador que el Estado mismo. El neoliberalismo se entronizó en el corporativismo.

El último aspecto que quiero destacar lo resume Galbraith magistralmente: “Todas las democracias contemporáneas viven bajo el temor permanente a la influencia de los ignorantes”. Cuánta sabiduría y cuánta actualidad encierra la frase; por sí sola, nos explica un dilema, una realidad de nuestro tiempo.

Un pueblo ignorante es presa fácil de la manipulación y la mentira. Liderazgos que encienden artificialmente en el corazón de las masas ilusiones y esperanzas. Emociones y pasiones sabiamente excitadas para las ambiciones propias. En una democracia no consolidada el riesgo de una regresión autoritaria está latente, en tanto la ignorancia y la desinformación sean nuestro signo distintivo. En tanto no construyamos ciudadanos conscientes e informados, capaces de exigir responsabilidades y juzgar a los candidatos por propuestas sólidamente sustentables.

En palabras de Meyer, los demonios de la antidemocracia solo serán exorcizados a través de la participación ciudadana.

Agrego un dato ilustrativo. Juzgue usted. Según el Ceneval, más del 50% de la población en México son analfabetos funcionales, hay 7 millones de analfabetos absolutos y el 52% de la juventud no entiende un texto básico. Sin comentarios. Saque sus conclusiones sobre la calidad de nuestra democracia y los riesgos inminentes a su frágil condición.

Concluyo este breve repaso sobre Galbraith con la misma lectura de María Zambrano sobre Alfonso Reyes: “Galbraith es principio”, un viaje que se sabe dónde empieza, pero como las buenas aventuras, no se sabe dónde termina.