LA ESTACIÓN

Restaurar la dictadura perfecta

De 1929 a 1997 fue la época dorada del sistema de partido dominante, único en la práctica, el totalitarismo del PRI 

 

 

POR GERARDO GALARZA

 

No es ningún secreto que las personas más desprestigiadas en México son quienes se dedican a la política, incluso por encima de los policías y los delincuentes. Y también es una verdad de don Perogrullo que los políticos más desprestigiados y odiados son los diputados y senadores.

Ese desprestigio no es nuevo. Hace años se les llamaba “levantadedos” y se decía que no era un oficio digno porque “el cargo y la dieta duran tres años (en el caso de los diputados) y la vergüenza, toda la vida”. Bueno, no se alebreste, eran tiempos en los que se creía que existía la vergüenza y la dignidad.

De 1929 (cuando, dicen, la revolución se volvió instituciones) a 1946, todos los diputados y senadores pertenecieron, primero, al Partido Nacional Revolucionario (PNR) y, luego, al Partido de la Revolución Mexicana (PRM), abuelo y padre del actual PRI. Entiéndase: no había legisladores de oposición en el Congreso de la Unión. En 1946, el PAN logró cuatro diputaciones de mayoría y hasta 1963 la cifra nunca llegó a dos dígitos. ¿Senadores? Uf, ni soñarlo. Los primeros no provenientes del PRI llegaron a esa cámara en 1988, hace apenas 29 años.

Para las elecciones federales de 1964 se crearon los “diputados de partido” por porcentaje de votación nacional (cinco diputados por el 2.5% de la votación y un diputado más por cada 0.5% adicional, hasta llegar a 20, cifra en la que deberían estar incluidos los eventuales ganadores por mayoría relativa).

En ese año, la Cámara de Diputados recibió a 34 diputados de oposición al PRI (20 del PAN, nueve del PPS y cinco del PARM, considerados éstos dos últimos como partidos satélites del PRI), que representaron 15.3% del total de la cámara. El 84.7% restante eran priistas, es decir, ellos solos podían aprobar cualquier ley y la Constitución. Y ese porcentaje opositor en la Cámara de Diputados se mantuvo hasta 1979: 16.3% en 1967; 16.4% en 1970; 16.02% en 1973, y 17.3% en 1976.

Los diputados plurinominales aparecieron en la elección de 1979: cien por 300 de mayoría relativa, en total 400. En 1986, justo después del terremoto de 1985, la cifra de plurinominales se elevó a 200 surgidos, al igual que los diputados de partido, de la necesidad de legitimidad del régimen político.

En 1988, el PRI perdió la capacidad de reformar la Constitución con el solo voto de sus legisladores y en 1997 perdió, frente a la oposición en su conjunto, la mayoría simple.

De 1929 a 1997 fue la época dorada del sistema de partido dominante, único en la práctica, el totalitarismo del PRI, una especie de dictadura civil a la que el hoy Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, llamó, en 1990, la “dictadura perfecta”, una “dictadura camuflada, (un sistema) que tiene las características de la dictadura: la permanencia no de un hombre, pero sí de un partido… un partido que es inamovible”, en el debate “El siglo XX: la experiencia de la libertad”. Octavio Paz, el ya entonces Nobel mexicano, quiso corregir y llamarlo un sistema de partido hegemónico; Enrique Krauze, moderador de ese debate, utilizó el término “dictablanda”, concepto acuñado en España en los años 30 del siglo pasado, para definir a ese sistema tan mexicano sustentado en el presidencialismo absoluto, el corporativismo partidista y el populismo como política pública.

Hoy, ante el creciente desprestigio de la política, los políticos y el gobierno, el despilfarro del dinero público en los procesos político-electorales (en los que participan el PRI y sus presuntos opositores con idéntica responsabilidad y corrupción), y el presunto éxito electoral de populismo de un expriista como Andrés Manuel López Obrador con la promesa de la regeneración nacional, el PRI se sube al mismo carro para promover la restauración del viejo sistema que fue de su propiedad absoluta, basado en la demagógica donación del dinero público, sabedor de que cuenta con el dinero de los gobiernos federal y estatales, como también lo saben, piensan y harán los demás partidos que han prometido “donaciones” a los damnificados de los sismos.

El que los partidos opositores y sus dirigentes y militantes, incluidos los expriistas, hayan resultado tan malos o peores que el PRI y sus gobiernos, no debe ser pretexto y mucho menos motivo para volver atrás, con la agravante de que ya a nadie le importan las dietas ni la vergüenza, sino los negocios que se pueden hacer con el cargo.