El voto y la democracia

 

Por Juan Rivero Valls

Aunque parézcales a ustedes bobo,
las ovejas votaron por el lobo;
como son unos buenos corazones,
por el gato votaron los ratones.

 

Poema anónimo (fragmento, 1926)

 

Como el domingo 7 de junio habrá que acudir a votar en las elecciones federales y por pura curiosidad, di seguimiento al proceso que este domingo que pasó se celebró en España y donde contendieron las dos grandes fuerzas políticas: el Partido Popular, de derecha y el Socialista Obrero Español, de izquierda moderada. Elecciones para elegir concejales y varias provincias autonómicas en las que irrumpieron dos nuevos partidos con algo de presencia: Podemos, de izquierda y Ciudadanos, de derecha, amén de algunas organizaciones provinciales.

Es importante destacar que, a contracorriente de lo que sucede en el resto de Europa, en especial en Inglaterra y Francia, donde la derecha arrasó, en España la izquierda tuvo un avance significativo que lo llevará con seguridad al triunfo en las próximas elecciones generales y que, por lo pronto, gracias a las coaliciones, le permitirán gobernar en las dos ciudades más importantes de ese país: Madrid y Barcelona, pero eso no es lo que quiero destacar, sino el proceso mismo que, a pesar de lo candente de la elección, la palabra que caracteriza a las elecciones de nuestro país, jamás fue pronunciada por nadie.

La palabra Fraude, brilló por su ausencia, ni ganadores ni perdedores hicieron referencia siquiera a un intento de trampa de su contrincante; hubo descalificaciones, si, pero no al proceso electoral ni a los órganos encargados de la organización y escrutinio de los votos consignados en la Ley Orgánica del Régimen Electoral, donde las provincias autonómicas se encargan de la organización y escrutinio bajo la vigilancia de un grupo de 8 magistrados elegidos por insaculación y 5 académicos propuestos por los partidos políticos, cuyas actuaciones imparciales no dejan lugar a dudas.

Allá, por lo visto, a nadie se le ocurre regalar despensas ni tarjetas y, mucho menos rellenar las urnas o, de plano robárselas o descalificar a los órganos encargados de la organización y dictamen del proceso electoral y, como consecuencia lógica, el proceso, además de transparente, es de una tranquilidad absoluta, pues nadie toma las calles por haber perdido una elección; simple y sencillamente, se acepta la derrota y a otra cosa.

En nuestro país se han invertido miles de millones de pesos y de horas/hombre para lograr una normalidad democrática que aún está lejos de llegar y es que las condiciones sociales evitan que este cambio suceda, porque la democracia no es solamente emitir un voto el día de la elección, es todo un sistema de vida que incluye la igualdad y la justicia para todos, porque el problema más grave de nuestro país no es la galopante corrupción, sino la impunidad (se diría que la una es consecuencia de la otra).

Es imposible acceder a la democracia cuando la ley se negocia y no se respetan las opiniones de los demás. Gandhi decía al respecto: “Las diferencias de opinión nunca deben significar hostilidad. Si así fuera, mi mujer y yo hubiéramos sido enemigos irreconciliables”. Esa democracia a la que aspiramos debe estar sustentada en un estado liberal; si esta condición no se da, es impensable acceder a ella; al respecto, Norberto Bobbio aclara: “la democracia es consecuencia directa del Estado liberal y sustenta que el Estado es el resultado de la fórmula de igualdad expresada en la soberanía popular”.

Si atendemos a estas premisas, vamos a encontrar que democracia y desigualdad social son antónimos. No podemos exigirle (vamos, ni siquiera pedirle) a una persona que recibe el salario mínimo, que emita un voto en favor de alguien que ganará en un mes mas del triple de lo que el recibiría en todo un año de trabajo y lo haga de buena manera, especialmente ante la visibilidad del dispendio que estos personajes hacen en su vida privada y de que se benefician ilegalmente de su condición para enriquecerse aun mas haciendo presas en sus ranchos o suntuosas residencias.

Hace unos días leí en un diario financiero que empresas como Walmart obtuvieron en nuestro país utilidades superiores a los 37 mil millones de pesos y solamente “gastaron” dos mil y pico en salarios, mientras el impresentable gobernador del Banco de México Agustín Carsterns aseguró que era “inviable” un incremento salarial que pueda “poner en peligro” la inversión, cuando estas empresas, en sus países de origen, pagan por ley hasta 9 dólares la hora de trabajo.

 

La democracia en México no va a llegar mientras estas condiciones no se mejoren: equidad social, aplicación de la ley sin distingos y salarios dignos. Lo demás es solamente un ejercicio para poner a alguien a medrar con los recursos públicos de una manera más o menos civilizada y que convierte al proceso en una verdadera guerra en la que se vale de todo por hacerse del poder, a fin de lograr la impunidad y colocarse donde está el dinero. ¿Los ciudadanos?, bien… gracias.