La encrucijada del 7 de junio

Por Juan Rivero Valls

 

El elector goza del sagrado privilegio de votar por un candidato que eligieron otros.

Ambroce Bierce

 

Este 7 de junio los mexicanos vamos a enfrentarnos a un dilema y no tiene que ver con el partido de fútbol entre la selección B de México y Brasil que se jugará ese día, pues en ese sentido, creo que todos los mexicanos estaremos contentos si los aztecas logran “empiojar” a Neymar y sus compinches, sino porque ese mismo día se celebrarán en nuestro país elecciones para “renovar” la totalidad de las 500 curules federales de la Cámara de Diputados, nueve gubernaturas, 641 diputaciones en 17 entidades, 993 alcaldías en 16 estados y las 16 jefaturas delegaciones en el Distrito Federal.; y el dilema surge de no saber por quién votar.

 

Digo, porque estaremos de acuerdo que aunque acudir a las urnas es un acto voluntario, pero debe ser también una obligación si es que creemos que el modelo democrático debe ser el camino a seguir de nuestro país, pero si revisamos a cada uno de los candidatos que aspiran a ocupar alguno de los 2,159 cargos públicos que están en disputa nos enfrentaremos a una severa duda ¿por quién votar? Porque si existe algún oficio desprestigiado en nuestro país, ése es el de político.

La mayoría de los candidatos de todos los partidos en contienda (nomás 10 a nivel federal y uno que otro de alcances estatales) tienen larga experiencia pues o ya han sido alcaldes, diputados locales o federales (con el obligatorio compás de espera de un periodo) e incluso ex gobernadores y los que no, funcionarios públicos que buscan desesperadamente el fuero que les dará una silla en San Lázaro, lo que hace que, por primera vez, los cargos a diputado sean más deseables que los de alcalde, ya que la última reforma política quita el fuero a presidentes municipales y síndicos en lo que se refiere a los delitos federales, aunque lo mantienen en los del fuero común.

Encomillé mañosamente la palabra “renovar” porque la clase política es tan pequeña; siempre los mismos: ora síndicos o regidores, ora diputados locales o alcaldes y muchos de ellos brincando sin decoro de un partido político a otro sin que los principios ideológicos (que obvio no tienen) importen un comino; navegan tranquilamente en un mar en el que izquierdas y derechas se confunden y si no son políticos y funcionarios, son sus hijos, sus primos, sus hermanos o sobrinos; el hecho es que la clase política mexicana es un gran negocio familiar, así que es improcedente hablar de renovación; más bien diría es momento de “mutar”: mismo bicho con otra cara.

En mi caso la duda se convierte en una auténtica encrucijada; revisando los perfiles de los candidatos a diputado del distrito que me corresponde, no votaría por ninguno de ellos; muchos con cuentas pendientes e, incluso con serias acusaciones de corrupción y hasta con órdenes de aprensión pendientes de ejecutar, solo uno por el que sin pensarlo, metería por él las manos al fuego. Dirán ustedes cuál es el dilema. Pues simple y sencillamente porque contiende por un partido por el cual, ni bajo amenaza, votaría.

Y esta duda proviene de que mi voto, con toda seguridad, abonaría a llevar a un tipo desconocido, vía la representación proporcional, a la cámara con los mismos privilegios que quien se desgastó haciendo campaña, pero sin representar a nadie y, a veces, a sabiendas de que no votaría por él ni su mamá,

De verdad que dan ganas de no votar o de anular nuestro voto, pero si lo hacemos, el candidato que nos parece nefasto pero que contiende por un partido que posee “voto duro”, llegará al poder aunque sea con una representación verdaderamente ridícula, así que obviamente, no es aconsejable ni deseable dejar de sufragar pero, ¿por quién?

Cuando don Jesús Reyes Heroles ideó la reforma política que permitió a los partidos minoritarios tener representación en las cámaras por la vía proporcional en 1977 (lo que comúnmente conocemos como “pluris”), lo hizo con la certeza de que ése era el único camino para nivelar los poderes al interior de ellas y construir una democracia fuerte y duradera, pero hoy, esa figura se ha vuelto un verdadero lastre y una aberración.

Si la esencia de la diputación es la representación ciudadana o, lo que es lo mismo, se supone que los diputados son “nuestra voz” en el Congreso, ¿alguien podría explicarme a quiénes representan esos señores pluris, de dónde salieron y por qué gozan de tantos privilegios que los ciudadanos no les otorgamos?

 

Urge si una nueva reforma política en nuestro país; una en la que los diputados que están en el Congreso lleguen a él a través del voto ciudadano y no de una lista que quién sabe quién elaboró y a que intereses responde. La que planteó y logró Reyes Heroles ya cumplió desde hace rato su cometido; es tiempo de darle las gracias y decirle abur, a otra cosa.