Nueva York, una muestra de intolerancia religiosa

Por Juan Rivero Valls

Es propio de hombres de cabezas medianas

Embestir contra todo aquello que no les cabe

en la cabeza.

Antonio Machado

 

 

Uno es, por supuesto, muy mal pensado y no puede creer que a alguien inocente se le “ocurrió” montar en la ciudad de Nueva York una exposición de caricaturas sobre el profeta Mahoma sin que los yehadistas reaccionen, después de Cahrlie Hebdó y después de todo lo que ha pasado en el mundo. Es cierto, sí, todos tenemos derecho a expresar lo que se nos pegue la gana y de la manera que querramos, pero esto fue una verdadera provocación; es algo así del ¿para qué me invitan, si ya saben cómo me pongo?

Hagamos una analogía de algo que a los gringos les gusta mucho: un muchacho de un barrio cualquiera tiene una pugna con otro; se coloca un pedazo de madera en el hombro y lo reta a que se lo tire; si éste reacciona y lo hace, de inmediato se desata un pleito a puñetazos. La cosa aquí es que lo puños brillan por su ausencia y lo que rifa son pistolas y ametralladoras.

Y ese mal pensar me lleva a creer que el montaje neoyorkino no tiene como finalidad el mostrar trabajos artísticos, sino una provocación para que los yihadistas menores (así se llama el ala violenta del Yihad) reaccionen y den paso a la represión violenta; ¿Con qué objeto?, Eso habría que averiguarlo pronto, pero vamos por partes; trataré de definir el sentido de la violencia musulmana, porque no todos los musulmanes son terroristas, ni su religión invita al exterminio de los herejes como nos han hecho creer.

El yihadismo tiene dos vertientes: la menor, que como dijimos es la rama violenta y la mayor, que es de esencia espiritual. Los musulmanes, por el trato que se les da, consideran a las democracias occidentales como enemigas del Islam, cuando en realidad la lucha no se da por cuestiones teocráticas, sino por controles económicos. Los países musulmanes son los principales productores de petróleo en el mundo y eso es un obstáculo para el control mundial de la economía.

Los poderosos países occidentales, cuyo único objetivo es el poder absoluto, necesitan de los recursos que los países pobres o “emergentes” poseen y para hacerse de ellos, recurren a las acciones más viles sin importar la vida de los habitantes originarios de esos países y, como es natural, ni de sus tradiciones ni su cultura que les valen un comino.

Digamos que es tal y como lo plantea la ópera wagneriana “El anillo del Nibelungo” donde éste, que es un ser enano y despreciable que vive bajo la tierra, logra encontrar y roba el oro del Rin, con el que, si alguien es capaz de forjar un anillo obtendrá el poder absoluto, pero ese poder solamente aparecerá cuando se renuncie al amor, lo que le convierte en un ser avaricioso y cruel como el que más, al que no le importan las vidas ajenas.

Y entonces, ese mundo occidental que avasalla y sataniza no a un grupo extremista que ha optado por la violencia para imponer sus creencias, sino a un pueblo entero que cree en cosas diferentes peo que busca convivir pacíficamente con sus semejantes, aunque los violentos destruyan con absoluta impunidad, los monumentos y las muestras de cultura que ya no les pertenecen solo a ellos, sino que son patrimonio de la humanidad

Al condenar, por supuesto, se les olvida mencionar los actos barbáricos que ellos mismos o sus aliados comenten, usando como falsa bandera una lucha por la democracia, guardando silencio al respecto, tal y como sucedió en el conflicto que culminó con la desintegración de la Yugoeslavia fundada por la fuerza por el croata Josip Broz “Tito” (quien por cierto nació este jueves 7 de mayo mientras escribo esta nota hace 123 años y que espero que todos recuerden pero nadie celebre los 35 años que duró en el poder), donde las fuerzas serbias, en 1993 destruyen en la ciudad de Banja Luka las mezquitas de Hasan Defterdar, Ferhat Pasa y Ferhadija Dzamija, dos de las muestras más acabadas del arte musulmán y consideradas en su momento como patrimonio de la humanidad.

Yo me pregunto después de esto ¿qué se sentirá ser musulmán viviendo en cualquier país europeo o, en los Estados Unidos o Canadá?, países en donde todo el mundo, con seguridad, los ven con recelo y con temor aunque se trate de personas buenas y cordiales con creencias religiosas diferentes. Se ha desatado una ola de intolerancia religiosa y no precisamente del lado musulmán, sino del occidental que no acepta ni siquiera la coexistencia con personas que profesan esa religión a la que consideran violenta, formada por terroristas y a ello abonan quienes insisten en burlarse de esas creencias, tal y como sucede aun en Francia con el semanario Charle Hebdó o con los que organizaron esta muestra de caricaturas sobre el profeta.

A mi parecer este asunto es aún más grave que el del semanario, pues los atentados no tienen un objetivo visible, sino que irán destinados a quien tenga la infeliz ocurrencia de pararse frente a una de estas caricaturas solo para “apreciarlas”.

Y entonces vuelvo a preguntarme: ¿cuál fue el objetivo de montar una exposición de caricaturas sobre el profeta; sabían los organizadores que podría haber víctimas inocentes entre los asistentes?