Movimientos de masas, aquí y allá

Este año, particularmente este año, con el añadido de los últimos tres meses del pasado 2014, el pueblo de México ha tenido muestras a todo color y en horario estelar de una impunidad que nunca habíamos visto tan crudamente, acerca de sucesos en diferentes partes de la geografía nacional, especialmente en la zona sur, que al menos nos preocupa a muchos aunque otros tal vez opinen lo contrario y, eso, es aún más grave.

 

A lo largo de siete meses, un día sí y otro también, hemos visto cómo, el comportamiento de jóvenes ahora llamados anarquistas, han trastocado la vida cotidiana de propios y extraños.

Apareciéndose abruptamente como aves en pena en la capital de la república o en otras ciudades de cota sur para destruir, en cosa de segundos, todo lo que encuentran a su paso; o bien en alguna carretera de cuota en el sur de México para dejar astillas de los vidrios anti reflejantes de las casetas de cuota a punta de garrotazos y pedradas para después cobrar el peaje sin recato alguno sabiendo que es un delito que la ley no concede libertad bajo fianza o destruyendo, también sin recato alguno, edificios públicos que son propiedad de la nación y de las entidades federativas, así como edificios privados propiedad de bancos  o restaurantes.

Por la cajita idiota hemos visto cómo, con una tremenda perplejidad de los espectadores que raya en la angustia y con una habilidad de parte de los ejecutores que hubiera envidiado el Perrito Aguayo que en paz descanse cómo, en pocos segundos, destruyen vallas, cristales de cualquier calibre, incendian automóviles, patrullas y autobuses, arrancan como si fueran chivos de fierro los adoquines de las calles para fabricar proyectiles y muchas, muchas, bombas molotov que incendian los pies de los policías y a veces algunas otra partes del cuerpo y que son apagados con extintores como si fueran edificios o vehículos en donde los “guardianes del orden” obtienen quemaduras de todos los grados que ameritan la inmediata internación a los hospitales de especialidades que, de no hacerlo, sus vidas correrían peligro.

Recordamos todavía con indignación como ardía la puerta Mariana del Palacio Nacional sin que ninguna autoridad competente se apareciera para impedirlo. Un general valiente salió al quite para evitarlo, con el riesgo de haber salido seriamente lastimado.

O aquella carga de anarquistas contra granaderos en Acapulco en donde un elemento de la policía resultó gravemente herido ante la presencia de millones de espectadores que vieron horrorizados como los anarquistas le pateaban la cabeza como si fuera un balón de futbol y el agredido totalmente inconsciente, sin ninguna posibilidad de defenderse. Fue cuando el célebre Diego Fernández de Ceballos declaró ante la prensa que habría que crear los derechos humanos para los policías de México porque a los derechos humanos que existen para la defensa de los ciudadanos, no le interesa la vida de los guardianes del orden.

Hemos presenciado en suma cómo, unos cuantos jovencitos evidentemente intoxicados con algunas de las sustancias que hoy existen para ello y que pueden conseguirse sin mucho esfuerzo, con una energía inaudita, disminuyen a los granaderos que son cientos  pero que, inermes porque no les permiten responder sino solo defenderse porque, si así lo hicieran, se tendrían que atener a las consecuencias de los derechos humanos con todas las fuerzas de la espada de la justicia.

Hace pocas horas, en el país vecino del norte que además es el más poderoso de la  tierra, en la ciudad de Baltimore, la cede de los inefables Orioles que tantas satisfacciones beisboleras en la liga mayor le han dado a sus cientos de miles de seguidores, hubo desmanes similares a los acontecidos en nuestro territorio en los últimos meses. Un hombre de color fue muerto a manos de la policía del condado, como parte de los acontecimientos que de manera parecida se han sucedido en aquel país, respecto a la mano dura y violenta que los guardianes del orden han enseñado y que tantos reclamos han generado en las redes sociales, en la prensa nacional y en la prensa mundial.

Los jóvenes en protesta tomaron las calles de Baltimore para bandalizar de manera significativa, destruyendo y saqueando comercios al por mayor. La policía hizo varias cargas al respecto, logrando contener a la turbamulta. Las autoridades decretaron toque de queda, como así se hace cada vez que resultan acontecimientos de este tipo, que rompen el orden legal de las ciudades.

¿Se imaginan que en México sucediera algo similar?

¿Que se decretara el toque de queda como manera de detener el desorden y la destrucción?

Me temo que las redes sociales calificarían la decisión como un acto profundamente fascista.

Sucedió además, un hecho que también dio la vuelta al mundo:

En medio del desorden que estaba sucediendo y no tenía para cuando terminar, de repente una madre de familia hizo su aparición en el terreno de los hechos. Localizó a su hijo que estaba de lleno participando en los escenarios de la destrucción y, agarrándolo de una oreja, se lo llevó a su casa alejándolo del sitio de los acontecimientos sin que el joven reprimido emitiera ningún sonido en protesta por lo que le estaba sucediendo. Vemos que el núcleo familiar en armonía, podría jugar un papel muy importante como catalizador de los problemas colectivos.

Parecería que entre uno y otro escenario de dos países vecinos hay diferencias palpables.

El Estado tiene la obligación de guardar el orden paras garantizar el estado de derecho.

Eso es lo que esperaría la ciudadanía de cualquier lugar del mundo. Chile, Argentina y Brasil saltan de inmediato a escena, porque hemos visto a través de la televisión el actuar de las fuerzas del orden, en donde la violencia para el sometimiento no es mera retórica.

Si eso sucediera en nuestro país, las redes sociales harían puré a las fuerzas del orden. Las llamaría asesinas y destructoras de la sociedad mexicana y los derechos humanos actuarían en consecuencia.

No es gratuito que cada vez que hay desmanes y la destrucción se hace evidente, los causantes de esa barbarie son detenidos masivamente, fincándoles cargos que podrían dejarlos tras las rejas durante muchos años.

Pero a las pocas horas todos, absolutamente todos, son dejados en libertad.

Aparecen de inmediato muchos abogados del momento que avalan la conducta intachable del detenido en flagrancia, manifestándose 24 horas de cuerpo presente en donde se encuentran detenidos y las redes actuando como hormiguitas en su termitero.

El acto de autoridad se va por la coladera y los “delincuentes” quedan invitados a realizar otra vez su hazaña, “al cabo que no nos hacen nada”.

Urge ejercer el control del orden, sopena de perder el estado de derecho en las localidades de nuestro país.

Parecería que se teme hacer valer la ley con seriedad y responsabilidad.

 

Las familias de México lo habrían de agradecer.