El salario de los pobres

 

Por Juan Rivero Valls

 

Ay no quieres, te asusta la pobreza, no quieres ir con zapatos rotos al mercado y volver con el viejo vestido. 

Pablo Neruda (Los versos del capitán. Fragmento)

 

 

Voy a usar como pretexto lo que desde hace unas semanas está sucediendo en San Quintín, Baja California, y que se han vuelto noticia. Agricultores que llegan a ese vergel en medio del desierto han encontrado ahí un lugar propicio para los negocios, considerando la alta rentabilidad de la tierra y su cercanía con el mayor mercado del mundo y que ha permitido a muchos de ellos montar prósperos negocios de cultivos de alta demanda como la fresa y el tomate, mientras pagan sueldos miserables a los jornaleros que rentan sus brazos, en especial durante la cosecha.

 

Pero vayamos por partes; conozcamos primero el poblado y brevemente su historia para tratar de entender lo que pasa en ese lugar: A mediados del siglo XVI, el navegante portugués Juan Rodríguez Cabrillo, originalmente salió de Cuba con Pánfilo de Narváez con la encomienda de combatir a Hernán Cortez, pero ya en Nueva España se le unió y participó en la conquista de Tenochtitlán y después de Oaxaca; destruidas sus posesiones en Guatemala  por un terremoto, dejó esa región y se unió a la expedición organizada por Pedro de Alvarado para conquistar tierras a los largo del océano pacífico. Salió de Barra de Navidad, Jalisco, y unos días antes de llegar al sitio donde hoy está Ensenada, se encontró con un valle a orillas del mar que prometía, así que fundó el poblado de San Quintín, el primero de lo que hoy es Baja California que pertenece, precisamente, al municipio de Ensenada.

San Quintín vivió etapas de enorme auge, en especial ante la llegada de la compañía inglesa de bienes raíces Hanbury & Garvey, que permitió el crecimiento de la zona, pero el estallido de la guerra civil norteamericana la hizo desaparecer y el pueblo fue abandonado para fundarse nuevamente a unos 12 kilómetros de distancia del sitio original. En la actualidad, San Quintín cuenta con unos 5 mil habitantes y, contra lo que pudiera pensarse por tratarse de un sitio eminentemente agrícola, no hay agua; ésta es extraída del subsuelo y los dueños de los campos agrícolas, principalmente de Sinaloa y del Bajío, han hecho fuertes inversiones e introducido tecnología de punta para poder mantener esas tierras productivas.

Los jornaleros agrícolas no son oriundos de esa región; normalmente llegan de estados como Oaxaca y Chiapas, se trata de indígenas que salen de sus tierras en busca de trabajo; durante el invierno lo hacen en los campos agrícolas de Sinaloa que, en ese tiempo, se especializan en la producción de hortalizas de exportación. Los jornaleros, que llegan por familias completas, viven en barracas levantadas por los agricultores en campos cerrados que más parecen de concentración. La mayor parte de los agricultores de Sinaloa, que también son dueños de campos en San Quintín, son, curiosamente, de origen griego que llegaron a asentarse a esa rica región de nuestro país, bañada por 11 ríos, desde El Dorado hasta la frontera de Sonora. Se trata de agricultores como los Rodarte o los “Canelo” que han logrado amasar enormes fortunas. Los jornaleros y sus familias trabajan cosechando tomate, pepino, berenjena y chile pimiento, mientras que en los empaques laboran, con mucho mejores salarios, chicas de la región.

Así, al terminar la temporada invernal se puede ver en la terminal ferroviaria de Culiacán a cientos de familias indígenas esperando abordar el ferrocarril del pacífico rumbo a Mexicali, para de ahí trasladarse a San Quintín para continuar trabajando. A diferencia de los campos sinaloenses, en San Quintín no hay barracas para los trabajadores agrícolas, por lo que estos tienen que vivir en tiendas de campaña improvisadas con plásticos y palos.

A estos trabajadores se les paga, dependiendo del campo agrícola, entre 100 y 150 pesos diarios y ellos exigen 200, por lo que han comenzado una serie de protestas y bloqueos. Los agricultores, contra lo que pudiera pensarse, no están violentando la ley en este caso, ya que están pagando por encima del sueldo mínimo de la región (que es el más alto) y que no llega a los 80 pesos.

Solo por comparar; un trabajador en California gana un salario mínimo de 9 dólares la hora; es decir, en un jornal de 8 percibe, al tipo de cambio 1,108 pesos por día; 10 veces más de lo que percibe un jornalero agrícola en San Quintín; sin embargo, el productor gana más dinero que su símil nortamericano y, a pesar de ello, argumentan que no pueden pagar más y vemos entonces en este caso, cómo en todo el país, que tenemos empresas pobres, con empresarios ricos.

 

Los salarios de los jornaleros agrícolas son muy bajos, es cierto, pero así lo son los de la enorme mayoría de los mexicanos. El asunto parece comienza a crear conciencia de este hecho que, esperemos, trascienda mas allá de la península y a todo tipo de trabajo; si queremos vivir mejor, no basta con pagar menos; es fundamental ganar más. Es una simple ecuación: si gano más, consumo más y si consumo más, obligo a producir más y mejor, genero empleo mejor pagado. Lo que habrá que revisar de inmediato y protestar es las condiciones en que estos jornaleros agrícolas viven, lejos de sus hogares y encerrados en una suerte de campo de concentración.