¿Habrá algún día equidad?

Por Juan Rivero Valls

 

Daba el reloj las doce…y eran doce golpes

 de azada en tierra…

¡Mi hora! Grité. El silencio me respondió:

no temas. tu no verás caer la última gota que en la clepsidra tiembla.

Dormirás muchas horas todavía sobre la orilla vieja,

Y encontrarás una mañana pura amarrada tu barca a otra ribera

 

Antonio Machado

 

 

Suman ya mas de ochocientos los migrantes muertos; ahogados en las aguas del Mediterráneo, huyendo de la miseria pero, ante todo, de la doble violencia: la que provoca la pobreza misma y la de las armas, la peor de todas, la que proviene de la intolerancia y desemboca en miedo y en odio.

Estos hombres y mujeres huyen de sus países en busca de una vida, porque la que tienen en sus hogares no merece llamarse de esa forma y algunos tienen suerte y logran establecerse y vivir, pero la mayoría no tiene esa fortuna; si no son tragados por el mar, consumidos por el desierto o los eventos climatológicos, son extorsionados por el crimen organizado, vendidos en calidad de esclavos o, simplemente asesinados a mansalva.

Es cierto que el hombre (el ser humano) es un animal territorial y trata de cuidar su espacio de la intromisión de otros; pero es también cierto que es, a la vez, un ser racional, capaz de entender lo que sucede alrededor.

Pero no intento hablar de migración; ése es un tema demasiado complejo en el que no me siento capaz de sumergirme, sino de equidad, de esa cualidad casi inexistente entre los humanos; no solo de la equidad de género, sino de aquella que coloca a todos los seres humanos en igualdad de condiciones sin imponer su color, su riqueza o su capacidad intelectual.

Para las religiones todos los hombres, dicen, son iguales ante los ojos del creador, pero esa misma religión, la que sea, ha creado cientos de prejuicios que anulan esa equidad sobre la que pregonan su basamento; prejuicios que generan repulsión y odio; el mismo Einstein, dijo alguna vez  “¡triste época la nuestra! Es mas fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, pero se limitó a hacerlo sobre lo que vivimos ahora cuando, en realidad, esos prejuicios han persistido en la historia del hombre desde que lo es.

Y son precisamente esos prejuicios los que hacen que siempre tratemos de imponer a los otros nuestras ideas, ya sea a través del convencimiento o de la fuerza, pero lo que pensamos y que está dominado por esos prejuicios no nos permiten sentarnos a escuchar al otro y esa frase que se hizo célebre pero que ha sido siempre letra muerta expresada por Voltaire “No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo" queda ahí, como una ilusión, como una esperanza.

Estos migrantes muertos, ahogados en el Mediterráneo huyen del yihadismo; pero ni aquí hay que confundir; Yihad es un vocablo árabe que significa “lucha” y tiene dos variantes: el “Yihad menor” que trata de imponer su creencia a través de la fuerza y el terror en una “guerra santa” contra el hereje y el “Yihad mayor”, de contenido netamente espiritual y que habla de la lucha por ser mejor musulmán. Ésta es la rama mayoritaria, aquella que cree en el Corán que dice que “matar a un hombre significa matar a todos los hombres”.

Hay que considerar que todos los seres humanos nacemos iguales; tal vez en un pesebre, tal vez en un palacete; son las circunstancias que nos rodean lo que nos hace distinguirnos unos de los otros; algunos tienen suerte y desde temprana edad se abre ante ellos un mundo de posibilidades; otros, los mas, sufren de injustas y dolorosas penurias; estas dos cuestiones van forjando el carácter de la gente a la que se le inculcan prejuicios, reglas y órdenes que sin meditarlo demasiado, hacen suyas y definen su conducta.

Y esto puede, debe cambiar para una mejor estadía en la vida; es cierto que en el siglo XX se produjeron todas las revoluciones posibles para devolver al hombre su calidad humana, pero esto no pasó en todos lados. Aun después de la instauración de la democracia en casi todo el territorio occidental, no faltaron quienes cayeron en la tentación totalitaria y eso todavía pasa.

En mi nota anterior citaba yo al doctor venezolano Carlos Basanta que afirma que la depresión colectiva es un asunto inducido y que desemboca en la desesperanza, en esa que hace huir del terruño en busca de un horizonte mas claro: si aquí no hay vida, arriesgaré la poca que me queda para tratar de tener una, pareciera ser la consigna de los migrantes ilegales; ya sea en África o en América en la búsqueda de un mundo que les contaron era mejor que el suyo pero, ¡oh sorpresa! Al llegar, si lo logran, descubren que no son iguales que los moradores de esos sitios y que, a pesar de cargar buena parte de la culpa del atraso y la miseria de la que huyen, los discriminan y les temen, si no es que los regresan con cajas destempladas al infierno del que salieron huyendo.

 

Todos somos iguales nos dicen las religiones, nos dicen las constituciones pero… y ese es el gran pero; vivimos en un mundo repleto de prejuicios que nos impiden verlo. Habremos de asumir ese poema de Antonio Machado que reza: “El ojo que ves no es//ojo porque tú lo veas//es ojo porque te ve”.