Recordando a Jaime Sabines

Por Julio Serrano Castillejos

Hablar del poeta mayor de Chiapas para añadir algún elogio a su obra se antoja ocioso e innecesario, pues todo lo que se pueda decir de Jaime Sabines lo ha dicho él mismo con sus propias letras y la popularidad internacional que las mismas han cobrado en innumerables ediciones en más de 15 idiomas.

 

Como observador y oficiante de obras poéticas, se me ocurre intentar un breve análisis de las causas o motivos de los éxitos obtenidos por la poesía de Sabines, pues el bardo originario de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, viene a representar un fenómeno en la poesía del siglo XX, si por tal entendemos lo que se antoja a los sentidos literarios y a los diversos gustos estéticos como un hecho que supera a la imaginación y a las posibilidades plásticas más apetecibles.

En sus inicios Sabines se abre paso con modos propios, lo cual me parece plausible en una época en que señoreaban los lirismos de Federico García Lorca con su "Casada infiel", o las delicias nacionalistas de Ramón López Velarde en “Suave Patria”, y ya no se diga aquellas cumbres de la retórica de Pablo Neruda en Farewell y su poema XV: “...me gustas cuando callas porque estás como ausente”.

A mediados del siglo XX, que es el del arranque de nuestro Poeta Mayor, las líneas clásicas eran un imperativo categórico de una poesía más o menos aceptable. Los sonetos con sus consabidas reglas, tan rígidas como una suela de zapato de cartero. Los versos alejandrinos con sus dos hemistiquios de siete sílabas cada uno, las décimas, los versos pareados, y en general los poemas de arte mayor o menor, debían sujetarse a cánones ineludibles.

Jaime Sabines estudia dichas circunstancias, las analiza y declara en una entrevista: “A los doce años me aprendí todo un libro ‘El declamador sin maestro’, para dejar constancia que era un enamorado de las formas poéticas de los más conspicuos autores. “Me acuerdo que era el caballito de batalla de la escuela  pues declamaba en cuanta fiesta cívica se celebraba. Iba a fiestas particulares con mi novia y algún idiota decía: ¡Que declame Sabines..! Y me daba un coraje tremendo. “Recuerdo una anécdota de una vez que me agarraron en curva, en el entierro del capitán Martínez, al que yo quise mucho porque había sido mi jefe a los 14 años. Juan, mi hermano, me pidió que fuera a darle el pésame a la familia en México. En el velorio me acerqué a la viuda, doña Linda, para darle mis condolencias y me jaló en el carro rumbo al panteón. A alguien se le ocurrió decir: ′′Tenemos entre nosotros al joven Jaime Sabines, un gran poeta que dirá unas palabras al capitán Martínez". ′′¡Hijo de su madre!", pensé yo. Fue una situación muy molesta, pero no tuve más remedio que echar un rollo tremendo. Después de esa ocasión decidí no participar nunca más en una reunión con chiapanecos, porque me presionaban para que declamara. Ahí empecé a odiar de verdad la declamación y el aspecto público de la poesía”.

Sabines admitió en cierta ocasión que en sus principios era un copista: “me daba cuenta que copiaba.  Seis meses de puro escribir como Neruda, estos otro seis, puro escribir como Alberti, estos otros como García Lorca y estos otros como Juan Ramón". Señaló que después de haber abandonado sus estudios de medicina en el tercer año de los mismos, al ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras en el año de 1949 se puso a escribir como Jaime Sabines.

Ya sabemos los seguidores de nuestro ilustre personaje que fue Horal su primer gran éxito.

 

Lento, amargo animal 

que soy, que he sido... 

 

Horal es una genialidad y carece de métrica igualitaria, así mismo de rimas ya sean consonantes o asonantes. 

A manera de que me entiendan los lectores debo decirles que este poema es como si combinásemos la música popular con la clásica para obtener así un resultado del todo armónico y además comprensible para cualquiera.

El poeta chiapaneco no quiere valerse de los recursos que le dan generalmente ritmo a la poesía e inventa los propios. Inclusive, en su serie dedicada a su padre en “Algo sobre la muerte del Mayor Sabines” nos regala el Soneto que a continuación me permitiré transcribirles, pero deliberadamente se aparta de la métrica perfecta, y no obstante, la musicalidad no se pierde y mucho menos el sentido retórico y filosófico de los 14 versos, integrados –como es de suponerse- en dos cuartetos y en dos tercetos :

 

Morir es retirarse, hacerse a un lado, 

ocultarse un momento, estarse quieto, 

pasar el aire de una orilla a nado 

y estar en todas partes en secreto. 

 

Morir es olvidar, ser olvidado, 

refugiarse desnudo en el discreto 

calor de Dios, y en su cerrado 

puño, crecer igual que un feto. 

 

Morir es encenderse bocabajo 

hacia el humo y el hueso y la caliza 

y hacerse tierra y tierra con trabajo. 

 

Apagarse es morir, lento y aprisa 

tomar la eternidad como a destajo 

y repartir el alma en la ceniza.

 

Definir a la muerte ha sido una constante en la poesía de todos los tiempos y nuestro poeta lo logra con profundidad, sin manierismos y de forma tan convincente que hasta dan ganas de morirse nada más para actualizar ese monumento del bien decir que vieron arriba.

La naturalidad en la obra de Sabines lo lleva a crear con las palabras más sencillas del idioma español toda una gama de cordilleras retóricas. 

La rima en los trabajos de Sabines no guarda simetría y además está concebida en asonancias y juega libremente con la métrica y así mismo con la acentuación acompasada

Ilustrar esta explicación que por razones naturales debe ser breve, con los poemas de Jaime Sabines nos llevaría a escribir un texto imposible de ser leído en un organo impreso. Pero si tomamos piezas sueltas de ese grato mundo literario que es la obra de nuestro ilustre paisano, podemos deleitarnos en cápsulas, como a continuación se verá.

 

La luna se puede tomar a cucharadas 

o como una cápsula cada dos horas.

 

Los amorosos callan. 

El amor es el silencio más fino, 

el más tembloroso, el más insoportable.

 

La cojita está embarazada 

ahorita está en su balcón 

y yo creo que se alegra 

cantándose una canción: 

«cojita del pie derecho 

y también del corazón».

 

La prosa poética de don Jaime es suave y enternecedora. Vaya como muestra un botón arrancado de la parte final de su poema “Me encanta Dios”.

Dios siempre está de buen humor. Por eso es el preferido de mis padres, el escogido de mis hijos, el más cercano de mis hermanos, la mujer más amada, el perrito y la pulga, la piedra más antigua, el pétalo más tierno, el aroma más dulce, la noche insondable, el borboteo de luz, el manantial que soy. 

 

A mí me gusta, a mí me encanta Dios. Que Dios bendiga a Dios.