Celestiales féminas

Por Nizaleb Corzo

Intimidación. Escuché, hace algunos años, en la voz de López Dóriga que siete de cada diez mujeres en México han sido víctimas de violencia. Me sorprendí. La definición de violencia en el informe de la encuesta estaba soportada por una escala de reciente creación por parte del Instituto Politécnico Nacional. Treinta niveles componen la evaluación, que van desde las bromas hirientes, pasando por los celos, el chantaje, la ridiculización; hasta el manoseo, los pellizcos, los golpes y termina con la muerte. Como comentario al margen, este último considera el deceso tanto de la mujer, como del mismo hombre. Extremoso, pero cierto.

 

Bastó echar una ojeada a mi entorno para notar la importancia real que tiene este problema en México. Mi ex vecina de la colonia Roma, una vedette famosa, recibía cada tercer día tremendas golpizas por parte de su pareja, un playboy argentino que la celaba, pues quizá se aburría de esperarla noche tras noche a su regreso, mientras él no hacía más que dar de tamborazos sin sentido a una batería en el estudio de grabación que habían diseñado debajo de nuestros oídos. Ella era el sostén de su hogar –si se le puede llamar así a un espacio de tensión y agresión permanente-, sin embargo, era incapaz de defenderse. Las historias que conozco sobre el tema son muchas y cada vez más cercanas. Casos graves, incluso de invalidez parcial probablemente permanente, según los dictámenes de los médicos de una conocida que pidió guardar el anonimato –me pregunto por qué y prácticamente conozco la respuesta-.

Juntando las referencias y platicando con algunas mujeres que sufren o sufrieron violencia, llegué a identificar dos factores relevantes: Cultura y miedo. México sigue siendo un país de tendencias machistas. Pedros Infantes y Jorges Negretes caminan todavía por las calles de nuestras ciudades –trabajo en un ensayo al respecto-. Aunado a ello, las mujeres cuentan ya desde hace muchísimos años con un espacio de acción social más amplio: compiten por posiciones en el trabajo, participan en la política activamente, estudian profesiones que antes eran consideradas sólo para los hombres, entre otros. Sin embargo, algunos hombres no alcanzan a comprender esta nueva combinación de elementos en su pareja. La agresión por la incomprensión del fenómeno va escalando debido a la tensión que se genera derivado de la competencia entre ambos –imperceptible conscientemente por cierto-. Las consecuencias son las que ya expliqué. Comienza de poquito a poquito, como una rana en una olla de agua que va calentándose. Al principio, el calor es casi imperceptible, conforme aumenta la temperatura, el anfibio se va acostumbrando, hasta que muere por un golpe térmico insoportable antes del punto de ebullición. Así pasa con la violencia contra las mujeres. Según lo que he percibido, parece normal tanto para los hombres y las mujeres que lo viven… se acostumbran. Y así, lo van heredando a hijas y nietas, porque lo aprenden.

Por el lado de las mujeres, el miedo las paraliza. Acostumbradas a vivir en espacios de tensión controlados por la figura autoritaria masculina, hasta pareciera que se sienten cómodas con las agresiones. Y como la ranita, primero no las perciben, piensan que es normal. Hasta que el arrebato se vuelve físico y se detienen a pedir ayuda o demandar ante las autoridades, presas del terror por la probabilidad de ser golpeadas con aún más fuerza. Los hijos, la inseguridad a ser independientes y el juicio de la sociedad, las detiene también. Su autoestima se filtra lentamente por los pies hasta esfumarse por completo por el suelo. El círculo violento vicioso se cierra y se hace costumbre. Cultura y miedo, repito.

Parece pues que nos encontramos ante una encrucijada social que ha reventado la comprensión de una nueva era de la humanidad, más plural en cuanto a género se refiere. Distinta de como la habíamos venido conociendo con roles específicos de cada género. Incluyendo el resquebrajamiento mismo de la perspectiva del matrimonio como núcleo familiar. Basta voltear a ver los índices de divorcios en las zonas urbanas y la cantidad de parejas que deciden no casarse y vivir juntos. Las mujeres que se niegan a formar un matrimonio por miedo a ser esclavizadas. Los hombres que se resisten a compartir las responsabilidades de una pareja. De hijos, ni hablar.

El asunto ya es de importancia pública. Me parte el alma enterarme de más y más casos. Hombres y mujeres conscientes debemos tomar el papel activo en este problema. No sólo es el gobierno quien debe enfrentar esta situación. Así como se ha hecho con otros problemas como la homofobia, el SIDA, la trata de personas, el maltrato infantil, también lo es la violencia con las mujeres. No están solas, muchos hombres estamos dispuestos a defenderlas y a tratarlas con respeto, denuncien. Las autoridades de justicia deberán tomar su papel ante ello. Es un asunto de educación y sensibilización social. Otro reto más para este nuevo siglo.

 

Feliz día de la mujer.