Sorpresa Navideña

Nizaleb Corzo

Asombro. No tengo otra manera de expresar la sensación que me causó la noticia. Y es que nací con el embargo a la Isla. Crecí con la tensión entre ambas naciones. La Guerra Fría ha sido parte de mi historia personal. Como si lo hubiéramos vivido de cerca todos en casa. El más cercano al tema fue el recién galardonado con la medalla Belisario Domínguez, Eraclio Zepeda, quién combatió la invasión de Bahía de Cochinos en 1961, durante su estancia en ese país.

Mi admiración por Castro y la Revolución Cubana viene de sangre. Mi decepción por las condiciones sociales postreras con el fin del comunismo, la separación de la Unión Soviética y el fortalecimiento del embargo, vinieron después. Cuando visité Cuba, no pude más que sentir el dolor y el sufrimiento de sus habitantes; a pesar del entusiasmo permanente de los mismos por su actitud lisonjera, caribeña, nada artificial. No obstante, las condiciones de miseria y escasez eran notables y considerables.

Sólo un hombre como Obama podía poner en marcha una estrategia de esta envergadura. Sólo un presidente que ha sufrido el mismo trato separatista podía reconocer la importancia de eliminar la barrera imperialista más simbólica de la Guerra Fría. Además de ser congruente con sus acciones recientes; porque mientras con orgullo defendía la autonomía ucraniana ante un Putin persistente, mantenía el pie sobre Cuba. Con una Cámara Alta en contra, expresa aún más su sentido humano, más que político. 

Sorprendentemente, se sumó uno más a la maniobra diplomática: El Papa Francisco. Quien puso las condiciones para las negociaciones. Nunca un mejor lugar para tales acciones que el mismo Vaticano. Y es que tampoco hubiera podido darse en otro espacio, ni en otro momento. Un Papa latino era necesario para orquestar la intermediación. Sobre todo, un argentino. Porque entiende el contexto. Las Islas Malvinas son el nexo de comprensión. Francisco fue el fiel de la balanza. Quizá más Jorge Mario Bergoglio que el Papa. Pero eso sólo lo sabrá él. El Vaticano no puede más que colgarse orgullosamente la medalla.

Canadá fue el testigo fiel. Un acierto también. ¿Por qué Canadá? Harper ofreció las condiciones diplomáticas necesarias. Sin espacio para las filtraciones. El asistente neutral necesario para este tipo de convenios. En congruencia también con su política de apoyo a la independencia y autonomía. Además de más de los mil millones de dólares de intercambio comercial anual entre ambos países.

Es de señalar el giro que da la historia, con este pronunciamiento, en materia energética. Se apuntala una nueva conceptualización de Norteamérica. De Chiapas hacia arriba, por así decirlo. El Golfo de México, rico en petróleo por el Hoyo de Dona, seguramente formará parte de los nuevos acuerdos entre los países implicados, México incluido. Menos españoles en las aguas del Caribe y más estadounidenses y canadienses explotando las profundidades de esa zona. 

En materia social, el beneficio de la apertura reunificará familias separadas por años. La calle 8 de Miami seguramente estará celebrando la noticia. Se abre la puerta para miles de isleños que se veían imposibilitados a salir. Con grandes capacidades intelectuales, pero con nulas capacidades de desarrollo.

Y ahí es donde comienza la discordia en Washington. La política de Obama con respecto a la inmigración viene desde antes. Los republicanos nunca han visto con buenos ojos a los alienígenas del sur, los de habla hispana. Quienes han venido ocupando lentamente, durante las últimas décadas, la primera minoría en ese país. Los mismos republicanos han alienado a candidatos de origen latino para ocupar posiciones en las cámaras y en otros puestos de elección popular, porque reconocen su fortaleza y aceptación.

Se trata de un avance monumental en materia ideológica. Pone en la mesa de la discusión internacional un ejemplo de sensibilidad social. Apaga también las voces de algunos radicales de izquierda que habían tomado por bandera la lucha permanente contra el imperialismo yanqui. Son tiempo de festividad, podemos cerrar el año con nuevas esperanzas. Con el ejemplo de que la suma de voluntades genera cambios positivos en cualquier nivel.