Crónica Tuxtlecas La vida de un grafitero ilegal

Por José Luis Castro A.

 

 

―¡Hey, Wey, vamos a rayar!

 

Me dicen el Wey, y ni yo mismo sé por qué. Tal vez porque a todos les decía yo: “¿Qué ondas güey?” Desde los trece años empecé a grafitear con algunos carnales de Terán, allá por el 2005. Al principio fui toy (novato) y después tagero, que pintarrajeaba bardas y muros, haciendo daño en propiedad ajena; con el tiempo logré ser un auténtico escritor de grafiti; es decir, pasé de las pintadas a los tags (logos del grafitero o seudónimos), y de los tags al grafiti (arte callejero, espontáneo, clandestino). Me dicen el “Botero” del grafiti porque me inspiro en las voluminosas, grandes tetas de mi chava, ¿será? A veces, solo el Choxter y yo salíamos a pintar. Gozábamos pintando, rayando o haciendo vomitados en las bardas, puertas y ventanas, sin permiso de sus dueños. ¡Sentíamos la adrenalina pura al estar rayando! ¡Era como un orgasmo virginal! ¡Ja, ja, ja!

 

―¡Hey, Wey, vamos a rayar!...

 

Un día, por andar grafiteando las paredes de la colonia Patria Nueva, sus habitantes nos dieron una buena paliza; se aprovecharon de que solamente éramos dos, porque si hubiera ido la banda quien sabe cómo les hubiera ido también. Esa noche, se pusieron buenos los chingadazos: hubo patadas, madrazos y mordidas. Era una lucha desigual en la que íbamos ganando, ¡pero nuestra entrada segura al hospital regional! Fue entonces que llegó oportunamente la policía y nos rescató de la gran tunda que nos estaban dando. “¡Hasta que hizo algo bueno la pinche policía!”, pensé. Solo estuvimos encerrados en la cárcel municipal como diez horas. Nuestros padres pagaron la multa. Durante varios días no salimos a rayar. Estuvo dura la chinga que nos arrimaron nuestros jefes. Todavía tengo las marcas del cable de luz con que me pegaron (aparte de la madriza que nos habían arrimado los azules). Al Choxter también le dieron sus buenos cuerazos sus jefes; él sólo me había acompañado para que me echara aguas. Pero así es en la viña del Señor, en ocasiones pagan justos por pecadores.

 

En otra ocasión, estábamos muy concentrados haciendo una pieza en un gran muro recién pintado, ¡nuevo pues!, cuando de pronto:

 

―¡Aguas, ahí vienen los cerdos!, gritó el Beker.

 

―“¡Uuuuh, uuuuh! ¡niinooo, niinooo!”, se escuchaba la escandalosa sirena de los pinches ¡oinc, oinc!

 

―¡Córranle, carnales, que no nos agarren!, les dije. Nos separemos: ¡tu Choxter por el norte y tu Beker por el sur, yo me voy de frente!... ¡Nos vemos mañana!... Y nos fuimos de volón pimpón, es decir, rápido como pedo.

―“¡Párate, verga, si eres hombre!”, me gritaba un chavo que, bate en mano, me venía siguiendo, envalentonado porque también venía la tira.

 

Ni madres que me parara, “de pendejo me paro”, me dije. Corrí y corrí como diez o quince cuadras, en sentido contrario, hasta que me perdí de los cerdos. Me escondí en una de las márgenes del río Sabinal. Llegué jadeante, con la respiración a cien kilómetros por hora; con la boca reseca, las manos sudorosas y el cuerpo temblando como gelatina. Me castañeaban los dientes del susto, o del miedo, no lo sé. El sudor era frío, pegajoso. ¡Uf, me salvé de que me dieran en toda la madre! Ahí estuve más de una hora. “¡Guau, guau! ¡guau, guau!”... Los pinches perros no dejaban de ladrar; “son tan pendejos que no saben distinguir entre un ladrón y un artista”, pensé. Ya para entonces llovía a cántaros. La noche estaba oscura, negrísima; tan sólo pintarrajada por rayos y relámpagos, como una pieza de grafitero novato. Al día siguiente nos reunimos en el mismo lugar de siempre: en el parque del Niño de Atocha.

 

―¡Qué ondas, chavos!, ¿cómo les fue anoche?, les pregunté.

 

―¡A toda madre, carnal! ¡Sólo a los pendejos les va mal! ―dijo el Beker y se carcajeó―. ¡Salió en verso y sin esfuerzo! ¡Ja, ja, ja!…

 

―¡Pinche puto ―reviró el Choxter―, me dijeron anoche que, de puritito miedo, te cagaste en los pantalones.

 

―¿Sííí? Déjame que me carcajeé otra vez: ¡aj, aj, aj!...

 

―¡Ja, ja, ja!, ¡pinche mamón!, se carcajeó el Choxter.

 

―¡Simón, güey; mama, pero no te cuelgues!, tercié.

 

Debo recordarles que en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez hay más de quinientas localidades, es decir, entre barrios, colonias, fraccionamientos y zonas residenciales. Todas las tenemos que recorrer a pie y de noche, huyendo de la policía, como si fuéramos vulgares delincuentes. Sin embargo, también debo decirles que los verdaderos grafiteros, como movimiento artístico, sociológico y filosófico, tenemos reglas de honor (códigos de ética), por ejemplo: uno de nuestros principios es que no grafiteamos templos religiosos, escuelas, cementerios, edificios públicos o monumentos históricos; tampoco pintamos encima del trabajo artístico de otro compañero ni aunque su obra sea de menor calidad que la nuestra; eso sí, decoramos todas las bardas, paredes y espacios disponibles, sin marcar un determinado territorio, pues el arte es universal, no de unos cuantos; como lo demostramos el dos de julio de cada año, cuando conmemoramos el “Día Internacional del Grafiti”. Cuando pintamos una barda es para darle vida, no para matarla o afearla. Somos respetuosos de las raíces, la historia y el trabajo de nuestros antecesores, entre ellos: el “Arpón”, el “Ostra”, el “Pasto”, el “Drum”, el “Mater”, el “Nasty”, el “Crow”, el “Zurdo”, el “Burla”, el “Senck” y el “Sekta”.

 

―¿No es cierto brother?

―A güevos, carnal?

 

Eran tantas las pintas y los desmadres que hacíamos diariamente, los tags y las crews, que el ayuntamiento capitalino convocó a una reunión de trabajo entre jóvenes artistas del grafiti, directores de escuelas y funcionarios públicos, para analizar el tema: “Grafiti, situación actual en Tuxtla Gutiérrez”, los días 25 y 26 de marzo del 2010, en el auditorio “Grupo Explorador Pañuelo Rojo”; en el que hubo cinco mesas de trabajos y se debatieron los siguientes temas: “El grafiti en el ámbito nacional e internacional”, “Estado de derecho y seguridad pública en el tema del grafiti”, “El grafiti como elemento de expresión artística”, “La perspectiva académica y social del arte urbano” y “La responsabilidad de los programas de estudio en los niveles medio y medio superior con la expresión artística”. Todos salimos satisfechos de que se haya abordado, académicamente, la temática del grafitismo en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez. Por unos días, los diarios dejaron de criticar nuestro trabajo.

 

―¡Qué buenísima onda, que ya no nos vean como viles vándalos!, comentó una toy (grafitera novata).

 

―¡Simona, la barrigona, carnala; de aquí p´al real las cosas van a cambiar!, ¡la mera neta, güey!, contestó otra grafitera.

 

Y así se siguieron escuchando muchos comentarios: “Que a lo mejor en un futuro no muy lejano los grafiteros podríamos exponer en la galería del Centro Cultural de Chiapas “Jaime Sabines”, en el Palacio de Gobierno del Estado o en la Presidencia Municipal; que algún día se podrían hacer murales en los centros educativos, en las plazas públicas y comerciales, en bulevares y en parques y jardines”. ¡Los sueños, sueños son!, pero que a veces se hacen realidad. Al principio me sentía frustrado, amargado, resentido con la pinche sociedad; pero, al ser valorado socialmente mi arte, todo cambió. ¡Volví a vivir! ¡Ahora me considero un triunfador!

 

El tiempo les dio la razón a mis carnales: ¡Sus sueños se hicieron realidad! Gracias al entusiasmo de la Asociación Civil “Jóvenes en Impulso Libre” ―integrado por 120 grafiteros (tags) de 25 bandas (crews)―, y el apoyo moral de Fredy Muñoz Girón “El Sekta”, se hicieron muchos murales en la capital del estado. ¡Había nacido el grafiti legal!... Algunas lonas decían: “Murales dan nuevo rostro a edificios de Tuxtla Gutiérrez”, “Grafiteros tuxtlecos dan vida y color al Parque Bicentenario Morelos”, “Chiapas se pinta solo”. Fue tanto el éxito de los murales que yo también me decidí por el grafiti legal. Cedí a las presiones de las nuevas generaciones. Perdí mi reputación como grafitero ilegal, pero gané la de gran escritor de grafiti artístico legal. Nadie lo tomó a mal; todos me dieron la bienvenida. Como artista callejero, quiero ser un ejemplo prototipo de las nuevas generaciones, como mi carnal el “Sekta”. El Sekta es nuestro maestro, nuestro guía y nuestro líder moral. El Sekta es el escritor de grafiti más conocido y popular de nuestra tribu urbana. Por eso es considerado el Grafitero Mayor de Chiapas. ¡Me cae si no!

 

Mientras tanto, allá fuera una barda invisible sueña con ser transformada en un bello mural artístico.

―¡Larga vida al grafiti legal!...